"¿Por qué esta magnifica tecnología científica, que ahorra trabajo y nos hace la vida más fácil nos aporta tan poca felicidad? La respuesta es esta, simplemente: porque aún no hemos aprendido a usarla con tino." Albert Einstein
"La tecnología no nos ahorra tiempo, pero si lo reparte de otra manera."
Helman Nahr
Otro tema polémico, lo sé. Y de nuevo no he podido resistirme a poner ambas citas, porque se complementan, e ilustran perfectamente lo que quiero decir.
En El Hechizo de Caissa, Roberto recela abiertamente de las bondades de las nuevas tecnologías. Hay muy poco autobiográfico en ese personaje, pero yo estoy muy de acuerdo con él. Lo llamo las tecnodrogas.
Cuando ya el cannabis, la coca e incluso el mismo tabaco comienza a decaer en los gustos y hábitos de consumo social (eso quiero creer), irrumpe en nuestro estilo de vida la tecnodroga. Disfrazada de adelanto tecnológico esta manifestación de la debilidad humana (admitámoslo, mucho de eso hay) se ha hecho un hueco en nuestras vidas, en nuestras casas, en nuestras familias, tanto o más como en su día lo hicieran la televisión o la radio.
Es bastante lógico. Ya nadie (muy pocos) escriben con pluma o con máquina de escribir, ya es difícil encontrar algún melancólico mohicano sin teléfono móvil, y el saludable hábito de la orientación en nuestros viajes (o tal vez preguntar a los lugareños por aquello de socializarnos) ha dejado paso a los navegadores (adiós a los mapas).
Hasta ahí, todo muy bien. Yo soy el primero que tengo teléfono móvil y trabajo en ordenador. Incluso acepto a regañadientes que puede ser entretenido dedicar algún rato de esparcimiento a los videojuegos. Pero el problema reside en la palabra necesidad, ese vocablo con el que los productores de estas tecnologías nos engañan sin ningún pudor y que nosotros creemos a pies juntillas.
Como soy profesor de educación física y me preocupa sobremanera el sedentarismo galopante de nuestra sociedad y nuestra infancia, no puedo por menos que declararme enemigo público de todas las video - consolas del mercado. Psicólogos habrá que denunciarán el incremento de síndromes de déficit de atención, patologías derivadas de problemas relacionales y psicodolencias variadas entre nuestra juventud. Como los psicólogos opinan de casi todo, hemos desarrollado el vicio de hacerles poco caso, o ninguno. Pero esta vez tienen razón. Y yo no necesito que me lo digan ellos. Lo veo todos los días entre mis alumnos. Son tecnodependientes. Y que la obesidad mórbida supere ya en nuestro país el 17% de la población escolar, la escoliosis debida a malos hábitos posturales ya sobrepase el 20%, y me atrevo a elucubrar que más del 95% desconocen qué es el esfuerzo físico (sí, lo digo con todas las letras y con conocimiento de causa), no puede deberse únicamente a las hamburguesas y el sillón-ball. El problema de las tecnodrogas es la ingente cantidad de tiempo que restan a otras actividades, de carácter formativo o motriz. Detalle que los fabricantes de estas tecnologías olvidaron indicarnos. Calculadlo. Miles, incluso en algunos casos decenas de miles de horas anuales. ¿Exagero? Si lo pensais es porque no trabajais con niños y adolescentes.
Claro que igual tenemos que entonar el mea culpa y reconocer que nos viene muy bien tener entretenidos a los nenes delante de la pantalla, embutiéndose de gérmenes de violencia y agresividad (¿que no? ¡echad un vistazo a los videojuegos!), mientras nosotros trabajamos para ganar mucho dinero que nos permita utilizar un navegador en el coche (aunque sólo hagamos un viaje al año), un móvil de última generación que hace mil filigranas que jamás necesitaré, o poderme pagar una blackberry de esas tan chulas, que tienen mil ventajas (QUE YO NO NECESITO) en comparación con los modelos más antiguos.
El colmo de los colmos. En una habitación tres personas se comunican ENTRE ELLOS mediante mensajes de texto enviados desde sus blackberrys. ¿Ciencia ficción? Os lo juro. Lo he vivido.
Ya está bien de tonterías. Una cosa es la descomunal potencia de nuestra tecnología. Otra es la auténtica necesidad que tenemos de ella. Y otra muy diferente es la estupidez, la moda, el autoengaño en el que caemos cada vez que fulanito o menganito o esa reputada marca tecnológica nos dice que la “vanguardia tecnológica” obliga a adquirir tal producto.
Ya os oigo hablar de las maravillas tecnológicas, de la cantidad de esfuerzos que nos evitamos (discrepo respecto a la bondad de esta afirmación, y precisamente la responsabilizo del actual estado de las cosas: suprimir el esfuerzo es el grave error que aún no hemos querido reconocer), de la cantidad de tiempo que nos ahorramos... ¿Ahorrar tiempo? Esa es la falacia. Releed la cita de Nahr. Eso es falso. Nos cuesta mucho menos producir un texto escrito, reunir información, realizar operaciones matemáticas, pero (contad, por favor, contad) la cantidad de tiempo que dedicamos a utilizar (y aprender) esa tecnología nos tiene totalmente absorbidos. Pero nos cuesta reconocerlo. Contad, contad. Y de la inversión económica, ni hablamos.
Tecnodrogas. Adictivas. Roberto tenía razón.
Imagino un aluvión de comentarios reprobadores a este post. Os espero con los guantes puestos.