sábado, 4 de junio de 2011

EL SEGUNDO ALIENTO



”La paciencia es un árbol de raíz amarga pero de frutos muy dulces.” Proverbio Persa.

Anoche asistí a la presentación de la última novela histórica de Simon Scarrow, una de las múltiples ofertas culturales con que nos regala periódicamente la fundación Libertas 7 y el Museo L’Iber. Como siempre, el instructivo acto estuvo genial y aprendimos mucho de la sapiencia de un puñado de genios en materia histórica y literaria (Penadés, Scarrow, Noguera, Posteguillo).

Al finalizar la presentación propiamente dicha y la alocución del autor se pasó al habitual capítulo de preguntas. Entre otras muchas, mi ídolo Santiago Posteguillo formuló una relacionada con la preparación y programación en el proceso creativo de la redacción. Scarrow respondió que él necesita veinte minutos para poner “la máquina a funcionar” (no es trascripción exacta sino libre interpretación mía, aunque la respuesta fue algo similar) y ponerse a redactar con “inspiración”. Esos veinte minutos es el tiempo que necesita para “calentar” antes de crear algunos de los pasajes que conforman su extensísima producción literaria. Comentaba que antes de ese tiempo le costaba encontrar el hilo y que después de ese calentamiento el teclado lo poseía. Me recordó a aquello que decía Dalí de procurar que las musas te pillaran trabajando…

Como debido a mi lesión en el hombro (que ya narré en entradas anteriores de este blog) estoy acabado para la práctica activa de los deportes que más me gustan (balonmano, judo…, ¡menos mal que el ajedrez sí puedo practicarlo!) hace ya años que lucho contra el envejecimiento biológico practicando actividades aeróbicas, como por ejemplo la carrera. De vez en cuando se me mete entre ceja y ceja correr una media maratón (de ahí no paso) y entreno tres o cuatro veces por semana para lograr acabar esos 21097 metros con cierta dignidad. Rememoro algunas de mis experiencias en ese ámbito. Me disfrazo de corto pero sin demasiada ostentación, pongo el crono en marcha y comienzo a correr a ritmo más bien moderado. Los primeros dos o tres kilómetros son dolorosos, odiosos, repugnantes, me asfixio, me cisco en la salud y el deporte, pienso en abandonar recurriendo a mi extenso catálogo de excusas precocinadas (el viento, mejor corro por la mañana que seguro que me apetece más y es absurdo sufrir de esta forma, es que me duele un poco el abductor, che tú no te engañes que correr es cosa de cobardes, casi mejor corro sólo la mitad de lo que tenía pensado y mañana ya seguiré…), y tengo que hacer un considerable esfuerzo de autodisciplina. Pero pasados esos primeros quince o veinte minutos (¡veinte, qué coincidencia, como decía Scarrow!), me olvido de todos los dolores, del flato (un oportuno invento psicosomático para tener la justificación perfecta para abandonar), marco un ritmo más vivo y estable, y comienzo a ocupar mi mente en otros mundanos asuntos sin pensar en todo lo negativo de la carrera. Fisiológicamente eso es lo que técnicamente se denomina “segundo aliento”. Al principio exigimos al organismo que la “máquina” (los sistemas cardiorrespiratorio y muscular, fundamentalmente) actúe con efectividad (que no eficiencia) ante un brusco requerimiento energético para el que no está preparado en ese momento. Por eso sufrimos tanto al inicio. Es el tiempo que tarda el organismo en optimizar sus funciones corporales, el tiempo de “demora” que se llama. Después los órganos responsables de la respuesta se adaptan rápidamente a la nueva situación y reestablecen el equilibrio bioenergético por lo que tenemos la sensación de que “ya estamos bien”. Eso es el segundo aliento.

Y parece que para la creación (¿literaria?) ocurre algo parecido. Es cierto que a veces tienes una idea y corres a escribirla por si se te “escapa”, pero cuando te planteas la escritura como algo más que un mero pasatiempo, son mucho más frecuentes las ocasiones en que necesitas un largo periodo temporal para redactar algo decente.., y probablemente los primeros veinte minutos sean muy improductivos. Son el calentamiento del escritor, por así decirlo. Y demasiadas veces nos rendimos con una excusa del tipo “hoy no estoy inspirado”, o “yo no sirvo para esto, no se me ocurre nada”. Perseverar es muy ingrato, pero muy productivo a largo plazo. De hecho he llegado a elaborar una teoría que podría resumirse en esta frase: para la creación literaria es menos importante la genialidad que la perseverancia.

O a lo peor es una burda excusa para justificar que no haya escrito nada en dos años. Quiero hacerme creer que no es por falta de capacidad, sino por falta de dedicación.

Pero, ironías al margen, sí que da para reflexionar la observación de Scarrow. No me cansaré de defender el valor del esfuerzo, de la perseverancia, del stajanovismo más exacerbado (referido a la teoría piramidal que propugna la calidad sobre la base de la cantidad de trabajo, y no relacionado con tendencia política alguna), incluso de un sano sufrimiento inicial (sí, lo he dicho, sufrimiento, ya sé que es políticamente muy incorrecto, que suena trasnochado, pero así lo pienso) y de dar la voz de alarma ante la tendencia social que afirma que el esfuerzo es indeseable.

En su día ya escribí sobre ello. Os invito a repasar mi opinión al respecto, pulsando en el enlace. No quiero hijos de la inmediatez. Prefiero “perder” (¿invertir?) veinte improductivos minutos para alcanzar -sin rendirme- el segundo aliento.