sábado, 29 de mayo de 2010

EL TALENTO DE MR. RIPLEY

”Muchos creen que tener talento es una suerte; nadie que la suerte pueda ser cuestión de tener talento.” Jacinto Benavente.

El ajedrez es una disciplina donde aparecen con relativa frecuencia niños prodigio, al igual que en la música y en las matemáticas. Como docente que soy, no dejo de plantearme la eterna disyuntiva ambiente-herencia en cuantas disciplinas analizo. Y, obviamente, también lo hago con el ajedrez. Resulta curioso constatar cómo algunos aprendices apenas conociendo unas cuantas reglas básicas (desarrollo, tiempo, centralización) inmediatamente desarrollan una comprensión posicional realmente sorprendente, mientras otros concienzudos estudiantes necesitan toneladas de literatura específica para alcanzar un nivel parejo.

Es mentira.

Hasta un stajanovista como yo asume que por mucho que se estudie, se trabaje, se juegue ajedrez, si la perseverancia no va acompañada de talento innato, no hay nada que hacer. Algunos libros teóricos afirman que el trabajo de entrenamiento es un 95% del éxito y apenas atribuyen protagonismo al talento innato. Pero es mentira. Para ser un buen ajedrecista hay que nacer y hacerse. Ambas cosas. Sin esfuerzo y duro trabajo no se llega ni a la mitad de la escalera. Pero si se quiere llegar al ático, además has de ser talentoso.

Con mi manía de simplificar las cosas (un contumaz error existencial, porque la vida es complicada per se) y admirador incondicional del “antiguo plan de estudios” (en contraposición con el invento este del diablo, hijo bastardo de la Logse y primo hermano del sinsentido de nuestros gobernantes), yo siempre digo que el ajedrez es para gente de ciencias. Para mentes calculadoras capaces de hablar un idioma abstracto, geométrico, fundamentado en el cálculo, en el análisis, en las variantes y las combinaciones, en… en las matemáticas. Y claro, los de letras, lo tenemos crudo, porque Caissa se expresa actualmente en código binario y la fantasía creadora va siempre un paso por detrás del tirano algoritmo matemático.

Mr Ripley es “El Director”, del que ya hablé en anteriores posts. El director apenas estudia ajedrez, no sabe casi nada de aperturas, no es especialmente destacable por su capacidad táctica, ni por su maestría en los finales, ni por sus estrategias o planes de medio juego, pero tiene un talento especial: es un zombi. Así me gusta llamarlo. Siempre está “inferior” (esto es argot ajedrecístico, del que se hablará en El Hechizo de Caissa), sus posiciones son asquerosas, malísimas, muchas veces afronta los finales en clarísima inferioridad posicional e incluso material, a veces sus defensas son coladeros llenas de columnas de penetración, puntos débiles y diagonales asesinas encarando a su monarca,…, pero es dificilísimo rematarlo. Para vencerle hay que darle jaque mate, porque si no ese Ave Fénix saldrá de su sepulcro para clavarte sus zarpas y arrancarte el corazón. Le he visto remontar partidas increíbles y donde él ve lucha yo sólo veía fracaso. Donde él ve agon, yo sólo veo rendición. Donde él ve posibilidades, yo sólo veo desesperación. Y donde yo claudico resignado, él aprieta los dientes y da la vuelta a las tornas para resurgir y vencer. ¿Exagero? Nada de eso. Lo ha hecho muchas veces y ha pasado de “estar perdido” a “ganar” (de nuevo el argot) en decenas de partidas. Sin estudiar, sin apenas jugar torneos, sin ninguna ciencia ni entrenamiento, el director logró dos ascensos consecutivos en competición individual y el tercer año mantuvo con holgura su categoría preferente. ¿O no fue él? No. Fue su zombi.

Él personifica aquello de que “nadie ha ganado una partida abandonando”, lo de “mientras hay vida hay esperanza” y él me enseñó la auténtica dimensión de eso que llamamos agon-lucha.

Y, paradojas de este maravilloso y escaqueado invento celestial, el director es profesor de literatura y teatro. Un hombre de letras. Un hombre de palabras. Un hombre de palabra.

Y yo sigo acumulando deudas.

jueves, 27 de mayo de 2010

A PROPÓSITO DE HENRY.


”Dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás; es la única manera.” Albert Einstein.

Con esa puerilidad con que a veces capitaneo mis decisiones, me encanta bautizar algunos de mis escritos con títulos de películas (a veces de canciones, a veces de libros...), no porque el contenido del texto tenga mucho que ver con el argumento del film, sino por lo que sugiere el propio título. Por eso, que nadie busque parecidos de ningún tipo entre el sujeto del que voy a escribir y Harrison Ford. Simplemente me apetece hacerlo, y además ya sabéis que en este blog estoy utilizando alias para todos los personajes reales. En este caso, Henry es un buen nombre.

Aunque este tipo de reflexiones puedan ser ociosas y gratuitas, ¿alguna vez nos hemos parado a pensar en la influencia que ejercen las personas de nuestro entorno – familiares, amigos, compañeros de trabajo, enemigos…- en nuestra cosmovisión, en nuestras decisiones, en nuestra idiosincrasia y en nuestro talante? Somos lo que vemos, que decía aquél.

Así pues, y retomando el tema de los personajes de El Hechizo de Caissa, no es de extrañar que algunos de sus rasgos característicos sean sospechosamente similares a los de algunos amigos, familiares y compañeros míos. Sin duda la influencia más evidente (aunque quizás más sutil) es la de mi padre, por la simple razón de que siempre es el padre /madre el principal, fundamental, primario y más importante educador. No me importa lo que nos diga un coyuntural ministro, unos visionarios psicopedagogos, la caja tonta, la red de redes o Pototo el de la moto, porque el día en que los padres cedan su protagonismo (¡y responsabilidad!) a otros “elementos” educadores, entonces lloraré y comenzaré a creer en el Apocalipsis. Pero quitando esta evidente fuente educativa, en El Hechizo hay unos cuantos personajes que se han nutrido de algunos compañeros del club de ajedrez al que pertenezco. En posts anteriores, y también en clave, ya hablé de tres de ellos, (RBR, el Director y Cicerone Koga) pero sería injusto si no reconociera que el presidente del club los Xuferos ha sido una influencia decisiva para caracterizar a mis personajes del Hechizo. Le llamaré Henry.

Henry es un formidable jugador de una fortaleza ajedrecística enorme y de una fortaleza moral descomunal y envidiable. Su porte, su mesura, sus ademanes, sus enciclopédicos conocimientos sobre historia ajedrecística y su amor desmesurado por Caissa son un impresionante ejemplo difícil de ignorar, e imposible de alcanzar. No sólo es el alma del club, junto con RBR, sino también su cabeza pensante, el hombre que toma las decisiones, el código moral que alumbra la filosofía de club que reina en Los Xuferos: política aperturista y amistoso amateurismo por bandera (una redundancia necesaria). Pero es su especial forma de comprender el ajedrez lo que llama la atención. Su estilo es predominantemente combinador, abierto e incluso arriesgado, pero siempre sometido a la más estricta lógica y corrección matemática. Se relame cuando combina correctamente, pero deplora la especulación en los sacrificios y su frase preferida es: “esta combinación es más falsa que el beso de Judas”. Obviamente gustamos de estilos ajedrecísticos ligeramente dispares pero me reconozco deudor de su científica perspectiva, a la que admiro. Su ajedrez se define en una palabra: correcto. Además no existe anécdota que desconozca de la historia romántica del ajedrez, de los clásicos jugadores, de los Alekhine, Capablanca, Keres, Lasker,… ¡lo sabe todo!

Es un sincero placer compartir con él una cerveza, separados o no por 64 cuadriculadas razones, sentir su presencia y su crítica mirada sobre tus trebejos, y analizar una partida en el post-mortem en su compañía y con su milimétrica objetividad. Se cuentan por miles las partidas que con él he jugado. Cuantitativamente debe ser mi mayor alter ego ajedrecístico, y no es casualidad que dos de los personajes del Hechizo compartan con él inequívocos rasgos característicos. Ni que yo haya llegado a amar a Caissa con tanta pasión como él.

¡Gracias Henry! Otra deuda que no sé cómo ni cuándo podré pagar.

lunes, 24 de mayo de 2010

LLUVIAS DE IDEAS.

”La idea que no trata de convertirse en palabra es una mala idea, y la palabra que no trata de convertirse en acción es una mala palabra.” Gilbert Keith Chesterton.


Por lo leído hasta ahora en este blog el lector puede hacerse una idea de mi idiosincrasia, de mis hábitos y de mi forma de afrontar los retos (escribir un libro es uno de los más ambiciosos de mi vida, por no decir el que más). Sé que corro el riesgo de parecer un carroza, aunque como ya expliqué anteriormente en otra entrada, creo que me adapto más o menos bien a los avances tecnológicos, aunque en parte deploro la dependencia (¿falta de libertad?) que de ellos tenemos. Igualmente soy bastante escéptico con las “novedosas” teorías "psicológicas" (¿será porque soy docente y creo que la psicopedagogía ha enmarañado innecesariamente mi mundo?) aunque reconozco que en ocasiones la psique tiene mucho que decir en la consecución de los logros creativos.

Ahora lo llaman Brainstorming (¡qué manía de utilizar anglicismos para definir conceptos UNIVERSALES!, pero es que así parece que somos más IN, más “en la onda”, más actuales, más modernos), pero la lluvia de ideas como recurso para captar ideas, para estructurarlas, para producirlas, es tan vieja en mis procedimientos habituales que mis conocidos no me recuerdan trabajando sin una pizarra (muchísimos años antes de la aparición de "House" en la pantalla). Como ya comenté al hablar del cuaderno de bitácora y de las planillas de programación argumental, creo firmemente en el poder de las palabras y que las ideas se articulan en torno a ellas. Creo en la necesidad de apuntar todo lo que me bulle en la cocorota, a veces a sabiendas de que será una simple anotación condenada a ser eliminada en pocas horas, a veces sin tener muy claro a dónde me llevará esa línea de pensamiento, pero siempre sabiendo que no es un trabajo estéril, porque las ideas – y su traducción a palabras- son generadoras de más ideas.

Un ejemplo curioso. En una reunión de trabajo una compañera utilizó la palabra “soslayo”. Me gustó su sonoridad y la anoté en mi cuaderno. Al llegar a casa escribí SOSLAYO en el centro de mi pizarra. A partir de ahí comencé a trazar líneas con otras palabras derivadas, conectadas, más o menos vinculadas, y al final había diseñado un microepisodio de uno de los principales ejes argumentales del Hechizo. Poco o nada tenía que ver con esa palabra generatriz, quizás no había ninguna relación causa - efecto, pero – ya lo he dicho mil veces, y ahora una más – yo creo en el poder de las palabras y en su capacidad para evocarnos ideas. ¿Acaso no es eso la literatura? Ergo creo en el poder de la literatura para hacernos más felices, más imaginativos, más completos, más...

Imaginad a mis hijos subiendo a mi buhardilla y encontrándose, reinando en la pizarra mural, en rojo y subrayado, un “MATAR A R”, o un “TÓRRIDA ESCENA ENTRE M Y S TRAS LA P”, escoltado por una decena de flechas coronadas con anotaciones, adjetivos y verbos. ¿Qué pensarían?

Una segunda utilidad básica de mi pizarra es la ordenación de secuencias argumentales. Por así decirlo, es lo mismo que las planillas de programación argumental ya explicadas en anteriores posts, pero en la pizarra y únicamente para una unidad narrativa menor (capítulo, secuencia...).., generalmente numerando la secuencia temporal. Ejemplo:

(1. Recordatorio del final del capítulo anterior en una frase. 2. Reflexión sobre el ajedrez como elemento... 3. Secuencia de Antonio y el asunto de las... 4. Visitas sorpresa de A al P. 5. Diálogo con M sobre el ego...)

Y la tercera utilidad es la posibilidad de utilizar la pizarra para trazar ejes temporales. Esto es difícil de entender hasta que no leáis El Hechizo de Caissa, pero podréis fácilmente comprobar que de alguna forma tenía que controlar, a lo largo de la secuencia argumental global, las edades que cada personaje iba teniendo en cada periodo narrativo. Varias líneas horizontales paralelas (una por personaje) numeradas según las diferentes edades, eran perfectas para este menester, y en la pizarra podía hacer todas las modificaciones que fueran necesarias.

Ya estoy oyendo a alguno diciendo que soy un maestro arcaico y trasnochado, siempre tirando de pizarra, un dinosaurio estancado y nostálgico, y que hay un montón de aplicaciones informáticas que cubren estos objetivos. Pues yo digo que acepto la utilidad-potencia-idoneidad de los procesadores de texto para la redacción, pero para “parir” ideas, no hay nada como una pizarra.

viernes, 21 de mayo de 2010

EL HOMBRE DE LAS MIL CARAS.

”Una verdad sin interés puede ser eclipsada por una falsedad emocionante.” Aldous Huxley.

Supongo que es un absurdo, pero la ignorancia es muy atrevida. Me pregunté cómo podía meterme en la piel de mis hijos, mis personajes, y me contesté: convirtiéndote en ellos mismos. Esto ya lo venía haciendo algún tiempo atrás. Ya narré cómo me convertí en “maestro” dando cutres lecciones ajedrecísticas o en ajedrecista ciego, y durante un tiempo mis compañeros, mis familiares y mis amigos me vieron comportarme con una inusitada LÓGICA, FRIVOLIDAD, RECTITUD, PERSEVERANCIA, y jugaba un ajedrez muy versátil (según el jugador-personaje al que pretendía emular en ese momento). Me convertí en el hombre de las mil caras y ahora me pregunto ¿es un procedimiento correcto para escribir una novela? ¿Es necesario convertirte en tus personajes o basta con comprenderlos? No sé. Creo que debe haber alguna forma mucho más fácil y que tanto celo en el proceso de documentación era enfermizo. Pero yo lo hice así. Quise saber qué se sentía siendo frívolo, lógico, imaginativo, arriesgado…

Especial repercusión tuvo mi actitud mutante en mi ajedrez competitivo, y justo es reconocer que fueron mis compañeros del club de ajedrez quienes en mayor medida sufrieron mis caprichos. No hay que olvidar que la competición principal se jugaba por equipos (el campeonato interclubs) y mis continuos cambios de estilo, tan inoperantes en la competición ajedrecística como ya anteriormente expliqué, perjudicaban notablemente a mis compañeros. Durante una temporada entera perseguí infatigablemente una “inmortal” (la partida inmortal jugada por Andersen y Kieseritzky durante la época romántica constituye el paradigma de obra de arte ajedrecística) y no sólo no lo logré (gané una partida con sacrificio de dama, pero fue una combinación errónea y vencí “atracando” a mi rival) sino que además perdí muchos valiosos puntos en los matches colectivos y decenas de puntos ELO en mi puntuación personal. En esa época lo daba todo por bien empleado. ¿Era necesario? Ahora sé que no. Pero confieso que me divertí mucho.

De mis muchos errores en la producción del Hechizo de Caissa, éste es uno que fácilmente pude constatar. Pensándolo fríamente y con la perspectiva adecuada, no era demasiado difícil darse cuenta de que no es necesario convertirse en un personaje para poder escribir sobre él, saber (¡imaginar!, de eso se trata ¡valiente escritor estoy hecho si no me doy cuenta de ello!) cómo actuaría, saber cómo hablaría, qué diría… ¿Os imagináis a Cervantes estampándose contra las aspas de los molinos o a Thomas Harris merendando el cerebro de sus invitados mientras escribía su Hannibal?

Y de nuevo tengo que reconocer que transformarme en mis personajes era emocionante. Mucho más que mi insípida existencia de maestro. Leer es vivir otras vidas, meterse en la piel de los personajes de una novela, y yo quería creer que para escribir también eso era necesario. Pero es mentira. Sólo lo hacen los escritores con poca imaginación.

Y supongo que por ese mismo motivo los personajes del Hechizo de Caissa son, son.., son…, ¿extremos?¿exagerados? Vosotros lo juzgaréis.

martes, 18 de mayo de 2010

PROCREANDO.

”Un hijo es una pregunta que le hacemos al destino”Jose María Pemán.

En mi absoluta ignorancia sobre literatura en general y técnica de escritura en particular, yo tenía la creencia de que tres eran los elementos fundamentales de una novela: forma, argumento y personajes. Me sentía bastante satisfecho  (iluso de mí) respecto a mi capacidad en el primer aspecto, me sabía un desastre en el segundo y necesitaba mejorar considerablemente la caracterización de mis personajes. Antes de ponerme a escribir el primer capítulo, decidí hincarle el diente a este tercer frente de batalla.

Había leído - no podría recordar dónde - un método bastante interesante para este menester, consistente en hacer un listado de rasgos característicos siguiendo la siguiente clasificación:

1.Rasgos Físicos.
2.Rasgos Psicológicos.
3.Circunstancias personales: familia, trabajo, salud, aficiones…

Al principio me contenté con esto, y no tenía muy claro si había que listar todo esto de todos los personajes o sólo de los principales. Tenía cuatro personajes principales sobre los que no había ninguna duda, pero otra media docena podrían considerarse… ¿secundarios? Decidí “listarlos” a todos, por si acaso. En ese momento tan primitivo de todo este maravilloso “proceso”, creía en la necesidad de ser muy metódico y no dejar cabo sueltos, sin comprender que la calidad de una novela depende mucho más de la pasión y la ilusión con que se escribe que de su técnica. Así que, no fuera que más adelante tuviera que lamentar mi precipitación (como en el EODC), pequé por exceso.

Miré el resultado de mis afanes. Algo fallaba. Añadí tres categorías más, siguiendo la pulsión de quien no conoce lo que va a escribir pero sí aquello que no podía faltar:

1. Frases típicas de: (soy un fiel creyente en el poder de las palabras, y un obseso de las citas, los aforismos y las sentencias).
2. Adjetivo que lo define: (soy un obseso de la adjetivación, a veces excesiva)
3. Lo que odia.

A modo de ejemplo, los adjetivos que definen a mis personajes (no diré a quién concretamente) son: PERSEVERANTE, LÓGICO, RECTO, PREVISIBLE, FRÍVOLA, HONORABLE, IMAGINATIVO.

No sé calibrar cuánto de aquel trabajo preparatorio se plasmó en la versión definitiva del Hechizo de Caissa (¿la 3.9?), pero creo que también con el Hechizo jugaba al ajedrez.., de alguna forma. Preparaba muchas “líneas”, muchas “variantes” aunque luego me decidía únicamente por una de ellas.

Pero si alguna vez escuché que los personajes del escritor son sus hijos, ahora os puedo asegurar que es cierto. (De nuevo el poder de las palabras). Nacieron en mis primeras meditaciones (¿9 meses? ¡por ahí, por ahí!), crecían día a día en mi cabeza, se alimentaban de mi tiempo, y en sus devaneos reproducían todos mis anhelos, todos mis temores, todas las vilezas que yo desprecio y las virtudes que admiro, y ahora que mi pluma ya no puede darles los coscorrones que merecen, .., me siento huérfano de ellos. Porque son como mis hijos. Los amé, los odié, me costaron de criar, y ahora los echo de menos.

sábado, 15 de mayo de 2010

EL TALLER LITERARIO 3.


”La crítica es la décima musa” Gustav Flaubert.

El taller literario tocaba a su fin. Para la última sesión estaba previsto un libro-fórum sobre la novela de Steven Pressfield “Puertas de Fuego”, sobre la batalla de las Termópilas, que todos los alumnos nos habíamos comprometido a leer. Después de casi una hora coloquiando sin desmayo pude llegar a la manida conclusión de que una novela puede catalogarse de obra maestra o de bodrio según el lector, su idiosincrasia, sus gustos, su estado de ánimo al leerlo, y mil imponderables imposibles de calcular. Pero supongo que tampoco esperaba un dictamen consensuado. No importaba, lo realmente interesante fueron los argumentos que se utilizaron para la crítica. Me hizo darme cuenta de la madurez adquirida en el género de la novela histórica después del taller literario. No sé si éramos mucho mejores escritores (seguro que no) pero sin duda éramos mucho menos ignorantes en relación al género histórico.

Pero a mí me interesaba mucho más la segunda actividad prevista para esa jornada. La semana anterior El Creyente nos solicitó, a modo de ejercicio práctico (y voluntario), un esquema de una “posible” novela, proponiendo que en esa última sesión expusiéramos el esbozo al resto del grupo, para analizarlo y recibir las críticas oportunas.

Yo había estado trabajando en mi planilla de programación del Hechizo, y estaba ansioso por someter mis ideas al escrutinio de mis compañeros. Muchas veces creemos que hemos hecho una maravilla simplemente porque nuestra vanidad, nuestro ego o un estado de hiperexcitación (comprensible, pero excesivo) no nos dejan ver la realidad objetiva. Pero este es un problema común a toda producción literaria, artística, creativa: ¿hasta qué punto estamos cegados como para no reconocer la realidad? Porque con la ciencia, es bastante más fácil de precisar el éxito o el fracaso, pero con el arte… Y no digamos cuando sólo se trataba del simple esquema de una idea. Yo ya había salido bastante escaldado de mi experiencia con el EODC, y necesitaba el refrendo de alguna opinión autorizada y crítica (de eso no me cabía ninguna duda, porque si algo nos gusta por naturaleza a los lectores compulsivos, es criticar) antes de invertir de nuevo cientos de horas en un proyecto que quizás no pasase del cajón de mi escritorio. Por eso yo tenía mucho interés en saber la opinión de mis compañeros.

Y ahora el lector podrá elegir entre estas dos opciones:

a) No expuse el esquema de El Hechizo porque otro compañero necesitó más de una hora en contarnos su proyecto, una prometedora historia de piratas berberiscos, y no hubo tiempo para más.
b) Soy un cobarde temeroso de oír lo que no quería, y en el último momento me entró el “canguele” y callé.

Cuando llegué a casa, y como “buen” ajedrecista que soy, sometí a análisis el fruto de lo acontecido esa jornada, y de todo el taller literario. ¿Queréis saber mis conclusiones?

1.Globalmente el taller literario había despertado mi sed de literatura en su vertiente productiva.
2.Había descubierto la necesidad de prestar una especial atención a la figura y el tono del narrador.
3.Había experimentado la programación como paso previo a la escritura.
4.Aunque no conocía el camino que me llevaría al Hechizo, El Creyente me había enseñado las calzadas de dirección prohibida.
5.Y estaba dispuesto a volver a intentarlo.Ahora lo sabía y mi decisión era firme.

Podéis imaginar la eterna deuda que tendré siempre con El Creyente por todas sus enseñanzas, pero ya os anticipo que eso sólo fue el principio. Sin él, El Hechizo de Caissa ahora sólo sería un legajo polvoriento en un cajón de mi escritorio.

martes, 11 de mayo de 2010

EL TALLER LITERARIO 2.

“Es mejor tener un mal plan que ninguno” ¿Grau? No estoy seguro, pero me viene como anillo al dedo.

Asistí a varias sesiones del curso literario cada vez más emocionado, interesado y expectante. A cada nuevo tema, en cada nueva sesión, encontraba salidas de mi laberinto, respuestas a mis dudas, soluciones a mis problemas: tipos de narrador, estilos formales, características de la novela histórica, y especialmente dos temas que influyeron (quiero creer) notablemente en mi escritura: el tono y la estructura argumental.

Respecto al tono, El Creyente es un auténtico experto en el mismo. Nos trasmitió la importancia de escribir con un tono adecuado, con humildad, sin presuponer nada en el lector y sin insultar su inteligencia. Nos mostró cuan delgada es la línea que separa la libertad de expresión y el respeto que todo escritor debe exhibir hacia sus lectores. Hizo hincapié en la necesidad de narrar creando un ambiente que invite a la lectura, que el lector nunca tenga la tentación de cerrar el libro porque de alguna forma haya podido sentirse vejado, ninguneado, menospreciado, ignorado o insultado, no ya con el contenido del texto, sino con el estilo. Me gustaría creer que el Hechizo se acerca, aunque sea de lejos, al tono narrativo que El Creyente recomienda.

Respecto al segundo tema, la estructura argumental, sí que tengo la seguridad de que aquella sesión del taller literario fue realmente influyente en El Hechizo. Cuando llegué a casa, pasadas las 21:00, saludé maquinalmente a mi mujer. Subí corriendo a mi destartalada y caótica buhardilla, legendarios revoltijos de papelorios por doquier, y me hice hueco sobre el escritorio. Saqué dos dobles folios (DIN A-3), un cartabón que utilizo para estos menesteres y un par de rotuladores de colores. Tracé líneas arriba y abajo, paralelas, perpendiculares, recuadros de similar superficie (aunque lo hice a ojo), y el resultado fue una planilla cuadriculada en la que consigné los “posibles” capítulos numerados del Hechizo (no queráis saber cuántas modificaciones hubo posteriormente de este primer esbozo) en la columna de la izquierda, y el supuesto nombre de los tres ejes argumentales del Hechizo en la primera línea. Sonreí orgulloso y solté ansioso los rotuladores para lanzarme sobre el lapicero. Escribí ideas, verbos, acciones, pasajes resumidos en una frase, en cada una de las cuadrículas resultantes. 

Algo así:
  • Primer capítulo-eje argumental de la historia de R: R recoge a M en el aeropuerto y..... 
  • Segundo capítulo-eje argumental de la historia de R: R juega al ajedrez con AV y M observa como ...
  • Primer capítulo- eje argumental de la historia de A. Desavenencias escolares de A y M...
¿Se entiende cómo estructuré la narración de todo lo que acontece en El Hechizo de Caissa en esa planilla? En el eje de las abcisas los tres ejes argumentales, y los n capítulos en las ordenadas.

Le saqué humo al lapicero, escribí, borré, enguarré aquellos dos dobles folios con flechas, subrayados, anotaciones marginales y tachones, y a las dos de la madrugada recordé que no había cenado, que no había escuchado a mi mujer y mis hijos cuando me chillaban que bajara y que no había tenido ojos para otra cosa que no fuera aquel borrador, porque la "loca de la casa" (la imaginación, que diría Rosa Montero) se había hecho con el timón.

Posteriormente, más calmado y con menos euforia salpicando el escritorio, corregí, retoqué, suprimí y trastoqué aquellas primerizas pinceladas. ¡Pero qué olvidado tenía al lápiz! Y me di cuenta de que a veces recurrimos al supertecnológico teclado olvidando que primero siempre viene bien manuscribir la idea.

Ni que decir tiene que el producto final del Hechizo difiere bastante de aquel primer esbozo. Pero creo que sin esas columnas maestras, sin esa planilla, el edificio del Hechizo se hubiera derrumbado irremisiblemente y jamás hubiera alcanzado el ático.., ni el segundo piso.

miércoles, 5 de mayo de 2010

EL TALLER LITERARIO 1. Una hormiga entre gigantes.

“Lo que llamamos casualidad no es ni puede ser sino la causa ignorada de un efecto desconocido.”Voltaire.

Sentía una ambivalente sensación de optimismo y derrotismo simultáneo. Por una parte escribía cada vez mejor, era evidente. Y por otra cada vez era más crítico conmigo mismo y me daba más cuenta de mis carencias. El fracaso del EODC me quemaba, pero todavía no estaba dispuesto a renunciar. Por otra parte la historia del Hechizo crecía en mi cabeza, las piezas del puzzle comenzaban a encajar, el tetris argumental cuadraba, incluso ya estaba urdiendo el final. Pero aún no tenía valor para sentarme frente al teclado. ¿Era valor lo que me faltaba? Me costaba reconocerlo, pero mi formación era demasiado deficiente. Por eso fracasé con el EODC. Ese era el problema.

A veces en la vida los acontecimientos ocurren gracias a pequeños detalles, a casualidades, a caprichosos del destino. ¿A veces? No entraré en discusiones semánticas de si fue la casualidad o la causalidad, simplemente diré que fue algo inesperado.

Acababa de leer una excelente novela histórica, “El hombre de Esparta”. Por casualidades del destino, el autor se la había regalado, con dedicatoria incluida, a mi hijo, y yo, depredador incansable, la leí con avidez y placer. Conseguí el mail del escritor y le envié un correo felicitándolo por su novela. Me sorprendió respondiéndome con prontitud y aprovechó para invitarme a un taller literario sobre novela histórica que él organizaba.

Al principio dudé. Yo era un hombre de acción y no me imaginaba compartiendo mesa redonda con sesudos literatos seguramente muy leídos.., y algunos bastante escritos, jeje. Una hormiga entre gigantes. Pero aquello duró apenas unos segundos. Veamos los elementos de la ecuación: novela histórica, aprendizaje de técnicas de escritura, quizás el empujón que necesitaba esa historia que crecía en mi cabeza, quizás la solución a los problemas que me hicieron fracasar en el EODC,… Demasiado azúcar en el pastel. Y yo soy muy goloso. Acepté.

Bajó de la moto, se quitó el casco. Me acerqué y le dije: “El creyente, supongo”. Él me contestó: “Fernando, supongo”. Bueno, no fue así, claro, pero ¿a que mola cómo se me desboca la imaginación en cuanto estoy delante de un teclado?

En aquella primera sesión celebrada en una acogedora biblioteca (¡qué paraíso!) hablamos sobre la motivación para la escritura, sobre la necesidad que tenemos de escribir, sobre libros, sobre historias destinadas a ser contadas, sobre la pulsión que en ocasiones nos arroja sobre el folio en blanco para tiznarlo, sobre…, y comprendí que no era un bicho raro. Yo era una hormiga entre gigantes, pero por alguna extraña razón me sentía de la misma especie.

Y así fue como conocí al “creyente”, el profe de aquel taller inolvidable. Él me animó, él me enseñó, él me orientó, y lo denomino así, creyente, porque él fue quien con más fuerza creyó en las posibilidades del Hechizo de Caissa. Su auténtico padre putativo.

domingo, 2 de mayo de 2010

TODO ESTÁ EN LOS LIBROS

“Los mejores libros son aquellos que quienes los leen creen que también ellos pudieron haberlos escrito” Pascal.

Aunque me gustaría excusarme diciendo que leía toneladas industriales de literatura como una necesidad para la escritura (se trata de lo mismo, ¿no?), la verdad es que lo hacía por puro placer. Me había convertido en un lector compulsivo, y creo que no dejé de serlo (¿ya lo he conseguido?) hasta que me puse en serio a la faena de escribir El Hechizo.

Prioritariamente leía novela histórica. Me apasionaba. Haefs, Manfredi, Mc Cullough, Graves, Posteguillo,…, Roma y Grecia fundamentalmente, aunque tampoco le hacía demasiados ascos al medievo. Me enamoré de Alejandro, de César y de Aníbal, especialmente Aníbal, la personificación de la astucia y la audacia.

En un momento dado me planteé que tanta novela histórica no podía ser buena. Si mi intención era escribir una novela de ficción enmarcada en el mundo del ajedrez, en la época actual, flaco favor me haría imbuirme en tanta cultura grecolatina ¿no? ¿No sería mucho más inteligente empaparme de géneros menos específicos, menos arcaicos, más cotidianos? Aunque no eran géneros del todo nuevos en mi repertorio, comencé a leer thrillers, algo de novela negra, ficción pura, e incluso me atreví con algunos clásicos olvidados. Leí novela epistolar, narraciones retrospectivas, historias de misterio, navegué por la crueldad, la dulzura, el amor y el odio, la venganza, el misterio, el dolor, la amistad y la traición. No sé cuánto de todo esto ayudó al Hechizo, aunque sí tengo claro que (por muy críticos u objetivos que seamos)  lo que leemos mediatiza nuestras ideas, nuestros puntos de vista, nuestros planteamientos vitales, nuestra imaginación y nuestra formación cultural. Leer es vivir otras vidas, sentir otros sentimientos, viajar por otros mundos y ver la vida desde otra perspectiva, un ejercicio tan placentero como necesario en ocasiones.

Y es que la lectura reposada va mucho más allá de la simple asimilación de conceptos, de la simple comprensión de una texto en forma de narración de una historia, del simple paladear de la sonoridad de los vocablos, de los rituales materiales (sillón orejero, música suave de fondo, café humeante), tangibles, físicos. A poco que nos lo propongamos, también tiene la facultad de despertar la imaginación. Pero sólo la lectura reposada, sin prisas, sin dejar una sola palabra sin escrutar. Leer mirando el reloj es improductivo en este sentido.

En una ocasión, en una entrevista televisiva, escuché a un escritor defendiendo la necesidad de dejar de leer durante el periodo de producción literaria, para evitar ser contaminado por el estilo de lo leído. Me dio que pensar y os ruego, sufridos lectores, que dejéis vuestros comentarios al respecto. Al principio pensé que tenía razón, y supongo que precisamente por eso abandoné temporalmente la lectura de novela histórica, pero ahora estoy convencido de que lo que leemos alimenta nuestra escritura de manera muy positiva. Despierta nuestra imaginación.

Cierto es que la lectura del libro depende mucho del estado de ánimo del lector, como también lo es que si se afronta la lectura buscando técnicas narrativas, figuras retóricas, ejes argumentales, etc…, has dejado de ser un simple lector para convertirte en un futuro escritor que se documenta leyendo. Y cuando eso me ocurrió, supe que El Hechizo de Caissa estaba fraguándose.