viernes, 16 de julio de 2010

PUNTO ¿FINAL?

”El lunar es el punto final del poema de la belleza.” Ramón Gómez de la Serna.

Y se acabó. Esto es el final de este blog. Me consta que he traicionado la esencia de un blog al uso (un cuaderno de bitácora, un diario, un foro donde verter opiniones) y que en realidad he narrado los acontecimientos, los pensamientos, las motivaciones, las ideas, las vicisitudes que me llevaron a escribir El Hechizo de Caissa.

Me cuentan, personas mucho más sabias, que un blog de esta índole no debería cerrarse, que debería mantenerse vivo y abierto, pero yo ya he contado mi historia, el proceso de documentación, redacción y corrección de mi novela. Ese era el objetivo y espero haberlo conseguido.

A lo largo de todos estos posts o entradas he intentado contar todo lo que me bullía en la cabeza, algunos trucos de escritura, algunas inquietudes, muchas confesiones, de qué va El Hechizo, qué buscaba con su escritura, quiénes me influyeron, ayudaron o empujaron a escribirlo, cómo lo hice, mis rutinas, mis errores, mis anhelos..., y ya no me queda nada que contar.

Muchas gracias a todos los que habéis contribuido a ampliarlo con vuestros comentarios y aportaciones. Os invito, si alguna duda, observación o comentario se os ha quedado en el tintero, a plantearla en este último post (o cualquier otro), o bien podéis escribirme a ferortega5@gmail.com o ferortega5@hotmail.com.

A la pregunta “¿cuándo saldrá publicado EL Hechizo de Caissa?”, la única respuesta sincera que puedo ofreceros es : “no lo sé”. En un primer momento se programó para este verano (junio-julio), y posteriormente se pospuso hasta el mes de octubre. Pero razones ajenas a mi voluntad y relacionadas con la crisis del sector editorial obligan a la editorial Viceversa a aplazar su publicación hasta el 2011. ¿Mes? Enero, febrero, marzo, … No podría asegurarlo. Y ese es el motivo por el que finalizo este blog antes de la publicación de la novela. Ya no me queda nada que contar (salvo que vosotros, mis pacientes lectores planteeis alguna cuestión). Mi idea era hacer coincidir el final de este relato con la fecha de publicación, pero como veis es imposible. Un lunar en mi “programación”.

Si alguno está interesado en conocer la fecha de publicación, hacédmelo saber (vía email preferentemente). Elaboraré una lista y cuando me comuniquen la fecha de publicación definitiva os enviaré un mensaje informándoos. O tal vez, haga una entrada extraordinaria en este blog.

Un saludo a todos. Gracias por dejaros hechizar.

martes, 13 de julio de 2010

FASE DE CORRECCIÓN


”Quien anda es quien tropieza, y no el que se está en la cama a pierna tiesa.” Proverbio.

Si bien el objetivo de este blog era contar la fase de documentación y algo de la fase de redacción de la novela “El Hechizo de Caissa”, apuntaré unas breves ideas sobre la tercera y crucial fase de corrección.

Lo primero indicar que es una fase eterna. Escribí el Hechizo en 5 meses y llevo 16 meses de correcciones. Puede parecer exagerado, pero os aseguro que es así. A veces no ves los errores, otras veces no estás de acuerdo con quienes te los muestran (para gustos los colores y en esto de la literatura...), y otras modificaciones responden a criterios ajenos a la propia obra y propios del proceso de edición. Lo cierto es que entre unas cosas y otras he sacado una clara conclusión: la novela no se acaba hasta que tienes el libro (físico y en papel) en la mano. Todo lo demás son “archivos provisionales”, y el adjetivo “definitivo” es una mentira. Indicaré que todavía estoy haciendo correcciones estilísticas.

Lo segundo es categorizar los tipos de correcciones:

1.Ortográficas: aunque parezca imposible (no en balde vivimos en la era tecnológica y los modernos procesadores de textos con sus correctores ortográficos automáticos son “infalibles”, jeje), después de cuarenta revisiones, aún detectaba alguna errata.
2.Argumentales: estos son los cambios más dolorosos. Cada vez que tenía que modificar una microsecuencia de algún eje argumental se me desgarraba el alma. Hay que entender que el Hechizo es mi hijo. ¿Arrancaríais un brazo o aunque sólo fuera el dedo meñique a vuestro hijo? Seguro que alguno se preguntará por qué, si tanto me incomodaban esas modificaciones, accedía a ellas. A veces porque aceptaba su idoneidad. A veces por imposición de los editores (únicamente cuando lograban convencerme de la necesidad imperiosa de hacer “ese cambio”). Y a veces porque yo mismo me las ingeniaba para mejorar el texto, porque desde que envié el archivo “definitivo” (je,je,je,je,je,je,je) tuve mucho tiempo para idear alternativas y cambios que creo sinceramente han incrementado la calidad del producto final (obviamente si no, no lo hubiera hecho). Mi mujer decía que ella no entendía las modificaciones, que el producto espontáneo, la primera escritura, era la válida. Una perspectiva muy romántica, pero muy poco acorde a los requisitos de la literatura moderna y a este exigente mundo donde sólo se acepta la excelencia, incluso en actividades tan subjetivas como el arte. Pero precisamente ese carácter subjetivo es lo que nos da a los escritores cierta independencia y a la vez crea tanta polémica. Porque un libro es excelente para un lector y un bodrio para el de al lado. Ventajas e inconvenientes del arte. Tengo muy asumido que eso pasa con todos los libros y que el Hechizo no será una excepción.
3.Estilísticas: Aún estoy en ellas. Desde los puntos y aparte, la adjetivación, los nombres de los personajes, los tipos de letras, el nombre de los capítulos, sinónimos, construcciones gramaticales mejorables, comas sobrantes, signos de puntuación adecuados, cursivas y encomillados apropiados,... Parecía fácil escribir un libro, ¿verdad? Pues os diré algo. Las correcciones estilísticas son sólo el barniz exterior. Laborioso, pero poco más. O eso espero. Y sin embargo, también tiene su importancia.

Y lo tercero es confesaros que estoy harto de corregir. Agotado.

Factores ajenos a mi voluntad (parece que la crisis también alcanza al mundo editorial) han provocado un aplazamiento de la fecha de publicación prevista. No me atrevo a decir cuando saldrá publicada la novela, pero seguro que habrá que esperar un poco más, y tendré mucho tiempo para seguir haciendo correcciones (las odio). ¿Se parecerá el Hechizo que se publique a mi “archivo definitivo original”?

sábado, 3 de julio de 2010

MI PECADO DE VANIDAD

”La vanidad se descubre, igual que un delito” Malcom Cowley.

Mentiría, como todos los escritores, si no reconociese que la vanidad me visitó por aquellas fechas. Quien no ha escrito una novela no puede comprenderlo, porque es muy difícil calibrar el tremendo esfuerzo que supone finalizarla y todos los sacrificios que hacemos para lograrlo (algo de eso se sugiere en el argumento del Hechizo). Pero, como ya he explicado anteriormente, mi orgullo, mi ego, mi autoestima crecía más por el hecho de que elogiaran mi esfuerzo al acabar la novela que porque elogiaran la obra en sí. Pese a ello, en esa época estaba demasiado agotado para recrearme en un sentimiento de euforia que, sinceramente, no sentía.

Cuando salía a correr  soñaba (excelente recurso para ahuyentar la fatiga psicológica en la carrera) no con el éxito editorial, ni siquiera en la publicación de la novela. Me concentraba en imaginar la sonrisa de mi madre cuando desenvolviera el paquete que contenía El Hechizo. Voy a confesar mi pecado de vanidad contando una costumbre familiar.

Mi padre es un hombre genial. Y no lo digo para regalarle el oído, sino que me refiero a su habilidad manual que lo convierte en un genio de la pintura y la escultura. Pero incluso decir esto es sesgar en demasía su capacidad, porque es habilidoso en grado sumo, no importa cuál sea el problema o la tarea. Cualquier actividad que requiera destreza y precisión oculo-manual, desde reparar el motor de la lavadora hasta componer pieza a pieza un televisor o una emisora de radio, está hecha para él. Es capaz de reparar cualquier artilugio por complejo que resulte, desde el más diminuto engranaje de un reloj hasta la compleja red de tuberías de una depuradora, de crear y recrear, de arrancar un vehículo con una chapa de coca-cola, de prescindir de un cerrajero, albañil o jardinero, de pintar una vivienda, de reparar un atasco de fontanería o instalar la mampara del baño, de matar de envidia a carpinteros, electricistas, electrónicos (que no es lo mismo) y al mismísimo MacGyver. Es eso que solemos llamar un manitas. Pero yo iré un poco más lejos: además es un artista como la copa de un pino.

En mi familia el día de reyes es una fiesta, y no sólo por los regalos y esas cosas, sino porque nos juntamos a comer todos los hermanos y sus respectivas familias (unas veinticinco personas, muchos críos...) y mi padre siempre nos regala a cada familia (somos seis hermanos) una escultura o pintura producto de sus afanes anuales. Como no puedo ser objetivo ni entiendo de arte, sólo diré que a mí (el hombre más “manazas” y torpe del mundo) me parecen genailes. A veces sorteábamos entre los seis hermanos los regalos de mi padre, otras elegíamos civilizadamente según nuestros gustos, pero no había año que mi padre olvidara obsequiarnos con su arte.

Mi pecado de vanidad fue soñar con que algún día de reyes pudiera acompañar la genialidad de mi padre con un ejemplar del Hechizo dedicado para cada uno de mis hermanos. Y si hay algo que lamento de toda esta maravillosa experiencia es que no podré hacerlo.

jueves, 1 de julio de 2010

CONEJILLOS DE INDIAS.

“Quien se enfada por las críticas, reconoce que las tenía merecidas”. Tácito.

Así pues, ahora tocaba someterme a la crítica. La primera incógnita era a quién debía elegir para que leyera el manuscrito. Y la segunda, a cuántos. Intuitivamente sospeché que no era demasiado inteligente darlo a leer a mucha gente. Por otra parte me interesaba que los lectores fueran lo suficientemente críticos como para servirme de ayuda y que pudieran emitir un dictamen objetivo, pero era evidente que sólo podía recurrir a mis conocidos, familiares y amigos. Es lo que tiene ser escritor novel. ¿Quién quiere leer algo de un desconocido autor? Pero había algún otro requisito a cumplir. A saber: necesitaba un lector ajedrecista (para comprobar la verosimilitud de la historia, de los personajes, de los ambientes), un lector no ajedrecista (para pulsar el grado de comprensión en advenedizos del juego), un lector experimentado (¿otro escritor o un especialista en literatura?), un lector ocasional, y un lector compulsivo que pudiera comparar con multitud de modelos. Todo muy lógico ¿no? 

Pero os estoy mintiendo. No pensé en las características que debían tener los primeros lectores del manuscrito, sino que éstos YA tenían esas características, porque elegí a “Henry”, al “Director”, al “Creyente”, a mi hermana Maite (una lectora impenitente) – auténtica “Tía del Hechizo”-, a mi hermano Nacho, periodista de profesión, y a Ana, mi mujer.

Posteriormente hubo otros lectores del manuscrito, unos pocos más (padres, mi tía, algún otro amigo) pero eso ocurrió cuando ya estaba en marcha el proceso de publicación. En un primer momento, allá por el mes de marzo y abril, sólo necesitaba una crítica sincera y reducida.

En general, a todos gustó el Hechizo de Caissa, y las críticas que recibí -juro que aceptadas deportivamente- iban por los siguientes caminos:

1.Estructura capitular demasiado larga. De resultas de esta observación acorté la extensión  (¡ya era la segunda vez que lo hacía!) y dupliqué los capítulos.
2.El tono del narrador sugería un tiempo pasado ausente en el texto. Este asunto me obligó a una rescritura profunda de múltiples pasajes.
3.Duras críticas al lenguaje empleado por los adolescentes de la historia, demasiado “adulto”. Suprimí algunos diálogos, rescribí otros, modifiqué la mayoría.
4.Cientos de correcciones ortográficas. Un consejo: ¡no os fieis de los correctores ortográficos de vuestro procesador de textos! Son incompletos.
5.Exceso de adjetivación: un defecto que no logro quitarme de encima.
6.Errores de coherencia, algunas edades de los personajes y datos cronológicos erróneos, algún queismo, algunas palabras que mis lectores no aceptaban (el vocablo “orgasmiar” no existe, pero yo me negaba a suprimirlo del texto) y múltiples errores de estilo.
7.El final parecía algo precipitado. Como ya comenté, este asunto me costó muchas horas de corrección.
8.Personajes “extremos”, y poco verosímiles, especialmente R y A. Esta observación no la consideré en el caso de R, aunque sí intenté mejorar a A. Pero quiero que R siga siendo un personaje extremo.
9.Me congratula (era una de mis obsesiones) que alguno me dijera que le entraban unas ganas enormes de jugar al ajedrez al acabar la novela, y sobre todo, que incluso para los no ajedrecistas la novela tenía un interés y un atractivo enorme, pese a no saber nada del juego.
10.La novela retrotraía a la melancolía de tiempos pasados, pero chocaba con la necesidad imperiosa de enmarcarse en la actualidad, a tenor de la existencia del ajedrez on-line (internet) en la trama argumental.

Nacho el periodista, Ana la lectora ocasional, y “Henry” el ajedrecista, me hicieron un informe verbal y global, indicando sus impresiones, sus sugerencias, sus peros. Información valiosísima.

El Director y mi hermana Maite se pusieron un traje de faena y cogieron un bisturí. Cercenaron, amputaron, diseccionaron, corrigieron, anotaron al margen, bolígrafo rojo en ristre, correcciones varias en winword con la utilidad “control de cambios” (¡Maite qué pasada de currada te metiste, página a página, línea a línea, palabra a palabra!), proponiendo cambios, sinónimos, mutilando redundancias, limando asperezas gramaticales, acentuando olvidos y olvidando nuestra relación próxima, como auténticos correctores despiadados, objetivos, imparciales. Con vuestra guadaña segasteis la paja sobrante, matizasteis aquel colagge de buenas intenciones argumentales y lo convertisteis en El Hechizo. El Director fue el más crítico de todos, y probablemente con acierto. Nunca le estaré suficientemente agradecido.

Y El creyente, -os recuerdo que era escritor y mi profesor del taller literario al que asistí- después de leerlo y recomendarme unas cuantas modificaciones, después de indicarme que convenía atar unos cuantos cabos sueltos de la historia, después de elogiar y criticar sanamente, me hizo una pregunta que, ahora lo sé, iba a cambiar esta historia y toda mi vida: “¿Te importa si envío el manuscrito a mi agente literario?”

Imaginad mi respuesta.

domingo, 27 de junio de 2010

CRUZANDO LA LÍNEA DE META

El tiempo es el mejor autor: siempre encuentra el final perfecto”. Charles Chaplin.

Mediado el mes de marzo comencé a escribir el último capítulo y el epílogo. Este es uno de los mayores errores que pude percibir en la escritura del Hechizo, porque tenía tantas ganas de acabar, que el final lo escribí precipitadamente. Yo mismo valoraba ese colofón como apresurado, y confieso que este capítulo es el que más tuve que trabajar en la fase de corrección y, a diferencia de otras modificaciones argumentales, tuve que ampliar bastantes párrafos y modificar el final un par de veces antes del “borrador” definitivo. Este último adjetivo, definitivo, me produce una hilaridad descontrolada. ¿Cuántas veces no utilicé este vocablo para nombrar un archivo? Hechizodefinitivo.doc. Hechizodefinitivo2.doc Hechizodefinitivo3.doc….

Uno de los principales descubrimientos del escritor novel es lo dilatado que es el proceso de corrección. Descomunal. Pero ya llegaré a esa fase. 

Lo cierto es que finalizar el Hechizo de Caissa supuso para mí un hito histórico, un punto de inflexión de profundas implicaciones vitales y, probablemente, el logro que mayor orgullo me ha reportado en toda mi vida. Ni cuando accedí al INEF después de aquel intensísimo verano de inhumano entrenamiento físico,  ni cuando aprobé la oposición después de dos años sumergido en libros, ni cuando obtuve el cinto negro de judo, ni cuando corrí mi primera media maratón,  ni..., nunca sentí un alivio tan enorme, una sensación de éxito integral tan completa, un paroxismo tan sentido, tan vivido, tan auténtico. Imagino que los lectores que no hayan escrito una novela a duras penas pueden imaginarlo, pero confieso que no estaba en absoluto orgulloso de la novela, sino únicamente de haberla acabado. Aquel inolvidable jueves de marzo no disfruté de la calidad del Hechizo, sino de su conclusión. No me importaba haberlo escrito mejor o peor, sólo deseaba acabarlo. Y lo había hecho.

Entonces aún no era consciente de lo mucho que quedaba por hacer, de las miles de correcciones que le esperaban al Hechizo, pero después de olvidar ya casi la fase de documentación, ahora dejaba atrás la fase de redacción. Era lo más lejos que había llegado nunca y aunque parezca un planteamiento absurdo tratándose de una obra artística, me congratulaba mucho más la cantidad de lo escrito (¡por fin una obra extensa completada!) que su calidad. Esto último, en ese momento, era secundario.

Me tomé una semana de descanso total, y después releí El Hechizo pausadamente. Aún hice algunas correcciones más, de poco calado argumental y más bien de carácter formal, y transformé el archivo doc en un pdf. Exactamente 267 páginas en formato DIN A4, y 145.890 palabras.

Y entonces me encontré con esa gran incógnita que todo escritor debe afrontar al finalizar la escritura de una novela: ¿Y ahora qué? ¿Qué hago con este borrador/manuscrito?

Aunque parezca pretencioso e increíble, os aseguro que tenía muchas dudas sobre su calidad, sólo estaba realmente orgulloso de haberlo finalizado, lo juro, y encontré la respuesta fácilmente: tenía que comprobar si este texto (todavía le negaba el calificativo de libro o novela) tenía algo de calidad. Y sabía cómo hacerlo. Necesitaba algunos lectores imparciales y críticos. Para eso, el propio escritor no sirve. Está demasiado imbuido e implicado en la historia como para poder emitir un dictamen objetivo. Le falta perspectiva.

martes, 22 de junio de 2010

RUTINAS DE TRABAJO EN LA REDACCIÓN.

"Lo peor es cuando has terminado un capítulo y la máquina de escribir no aplaude." Orson Welles.


Así pues mi ritmo de trabajo en esos cinco meses era intenso, y ahora que al margen de la rehabilitación me dedicaba en cuerpo y alma a escribir, me gusta calificarlo pretenciosamente de "rutina semiprofesional" - realmente no tengo ni idea de cómo escribirán realmente los escritores profesionales)- alternando actividades de redacción, programación y corrección de forma más o menos premeditada.

En general redactaba de madrugada y por la mañana, programaba (imaginaba, ideaba…) a mediodía y corregía por la tarde. Seguía una especie de “biorritmo narrativo” que respondía fundamentalmente a mi estado físico y mi grado de fatiga (primer criterio), a la programación del Hechizo y lo complejo o simple de cada capítulo (segundo criterio), y a los posibles imponderables cotidianos resultantes de mi vida social, mi familia y mis amigos (tercer criterio).

Para cada una de estas tres actividades seguía un procedimiento más o menos flexible:

a) Para la redacción (generalmente de madrugada):

  • Escribía en la pizarra un breve esquema guionado a seguir, enumerando secuencialmente las ideas a exponer en el texto.
  • En el Pc escribía a vuela pluma dos, tres, cuatro, cinco pasajes (generalmente no muchos más). Como la extensión podía variar mucho de un pasaje a otro, también era muy variable la cantidad que podía escribir diariamente. Lo habitual era que no pasara de seis-siete páginas por día, pero este dato es muy impreciso. Algunos días de inspiración redactaba veinte páginas (sobre todo cuanto trabajaba en la biblioteca), pero otros apenas llegaba a las dos páginas. Escribía de forma lineal, no como algunos escritores que son capaces de escribir pasajes de diferentes capítulos un mismo día, incluso separados cronológicamente muchas páginas. Yo no sé. Tengo que ir “cosiendo mi labor” de forma acumulativa.
  • En ocasiones consultaba el diccionario o hacía alguna consulta al Google (para buscar algún dato ajedrecístico o cronológico mayormente), pero esto casi siempre lo hacía en la fase de corrección.
  • Daba formato a lo escrito (sangrados, puntos y aparte, adjetivos sobrantes, etc.)

b) Para la programación (mañana-mediodía):

  • Si estaba caminando o fuera de casa, anotaba ideas, secuencias, frases o posibles modificaciones en mi cuaderno de bitácora.
  • Si estaba en casa, las anotaba en la pizarra o en mis “planillas de programación” (ya comentadas en anteriores posts), e incluso a veces abría el archivo y escribía directamente en él.

c) Para la corrección (tardes preferentemente): Estoy harto de corregir. Cada día dedicaba casi una hora vespertina en releer y modificar lo trabajado por la mañana, y eso mientras redactaba el manuscrito (que impropio y arcaico suena este término, pero se dice así). Más adelante hablaré de la fase de corrección propiamente dicha. Sólo os adelantaré que hice más de 2500 correcciones (contadas una a una), desde ortográficas a argumentales, pasando por estilísticas, semánticas, añadidos, acotados, sustituciones (la función “reemplazar” del procesador de textos es utilísima), etc.

Pero no penséis que soy una máquina insensible. Algunos días no escribía nada y me dedicaba exclusivamente a “navegar”, consultar libros o simplemente recargar pilas, que también es muy importante cuando llevas dos o tres días redactando a cierto ritmo. Otros días tenía el ánimo demasiado alterado como para circunscribirme al encorsetado programático expuesto, y redactaba de noche o programaba de madrugada, o dejaba a mi mujer con la palabra en la boca – o la cena fría sobre la mesa - porque se me había ocurrido una palabra, una idea, una frase que debía anotar inmediatamente... Y los mejores días de la fase de redacción, aquellos en los que produje las mejores líneas, las jornadas más productivas,…, las viví en mi inspiradora biblioteca.

Allí llegaba a la sala de Humanidades (de noviembre a marzo no suele estar saturada de estudiantes agobiados), conectaba el portátil y comenzaba a redactar sin pararme a pensar nada, sin hacer apenas correcciones, y sin acordarme del tiempo. Era mi vejiga quien me recordaba que mi desbocada imaginación estaba atrapada en un cuerpo que tenía que orinar, que si no… Hasta treinta páginas llegué a redactar en un día (que luego tuve que mutilar hasta la mitad, claro). Ahora me pregunto que pensarían aquellas jovencitas (estadísticamente - no es un comentario con ánimo sexista- había muchas más mujeres que hombres) futuras abogadas, o arquitectas, o psicólogas, o maestras, viendo a aquel poseso de mediana edad tecleando con rabia, con los ojos iluminados por su obsesión y la mirada colgada en el monitor o en el vacío…

viernes, 18 de junio de 2010

RECTIFICAR ES DE SABIOS ¿NO?

Después de saber cuándo debemos aprovechar una oportunidad, lo más importante es saber cuándo debemos renunciar a una ventaja”. Benjamín Disraeli.

De lo leído hasta ahora en este blog, el lector puede sacar como conclusión que escribir una novela es un ejercicio de reflexión, programación y disciplina. Cierto, pero hay una cuarta cualidad necesaria: la capacidad para tomar dolorosas decisiones sobre la marcha. Un poco como el ajedrez; continuamente se analiza la posición del tablero (lo que se lleva escrito) y se determina cuál debería ser la siguiente jugada (el siguiente párrafo, secuencia, pasaje, idea…) desechando un montón de posibles variantes (borrando muchas páginas, ideas, algunas ya escritas, ¡qué dolor!).

Conforme iba escribiendo, avanzando a pasos agigantados en esos cinco maratonianos meses, me introducía más y más en la historia, en la piel de los personajes, en la trama argumental y supongo que me enamoraba del Hechizo sin apenas darme cuenta. Habitualmente trabajaba en el portátil, aunque hacía copias de seguridad periódicamente en cuatro soportes diferentes: pendrive, diskette, disco duro del PC fijo y una copia que me mandaba a mí mismo por correo electrónico. No quería que ningún fallo informático me hiciese perder una sola línea. Esto exigía ser muy sistemático para no olvidar hacer los backups ningún día, pero la seguridad era fundamental, porque antaño ya tuve alguna mala experiencia en este sentido y no estaba dispuesto a repetirlo. Otro de mis mecanismos de seguridad informática consistía en nombrar el archivo con LQPNMC (ya sabe el lector qué significa) y la fecha en curso, de forma que en caso de borrado accidental siempre pudiera recuperar el archivo del día anterior. Aproximadamente cada mes borraba los archivos antiguos, por aquello de no acumular demasiada basura.

Lo cierto es que mi portátil tuvo un problema de Hardware y, aunque pudiera parecer un serio contratiempo (recordad que muchos días iba a trabajar a la biblioteca) en realidad fue una bendición, porque decidí saltarme mis rutinas habituales e imprimí todo lo que llevaba escrito. Cogí un rotulador rojo y, aprovechando la perspectiva que da la distancia (temporal, espacial, nerviosa, espiritual,.., del tipo que sea) afronté la lectura del texto sobre el papel como si fuera un simple lector, un observador imparcial y no el autor. Supongo que esto es lo que en ocasiones hago cuando juego al ajedrez: intento no dejarme llevar por la pasión, por la ilusión de llevar a cabo “esa maravillosa idea que he tenido” e intento analizar la posición objetivamente. Eso hice. Y me di cuenta de que era necesario modificar muchas cosas, renunciar a muchas páginas, e incluso tomar dolorosas decisiones si quería que el Hechizo fuera verosímil, interesante, vivo, ágil, digno de leerse. De nuevo recurriré a mis “listados”.

COSAS QUE HAY QUE CAMBIAR:

1. La cantidad de “ajedrez”: esto es una novela, no un libro técnico. No es interesante explicar qué es el enroque o una clavada en cruz. El ajedrez puede ser una presencia permanente –la historia se desarrolla en su mundo-, pero no debe ser el protagonista, ni mucho menos.
2. La extensión capitular. Hay que acortar la duración parcial de los capítulos.
3. Los diálogos. Pronto comprendí que es el registro que peor me estaba quedando. Intenté mejorarlos pero, ante mi evidente incompetencia, decidí reducirlos al máximo.
4. La relación entre Marcos y S, como eje argumental independiente, merecía una mayor profundidad y extensión.
5. Los detalles. Me di cuenta de que determinados detalles (materiales, verbales, fisionómicos) revelaban mucha más información que decenas de palabras. Recordé una acertadísima máxima: “no cuentes, sugiere.”
6. Decidí aumentar la carga emotiva en tres capítulos (en tres finales de capítulo para ser exactos) y me obsesioné con finalizarlos con una frase contundente y reveladora. Hasta que no las encontré, no descansé.
7. Sobre la “programación” inicial, añadí un eje argumental que titulé “misterio familiar”, y en consecuencia le dediqué muchas más páginas porque entendí que aumentaba el interés del lector, siempre ávido de un poco (o un mucho) de suspense. Sé que buscar expresamente el suspense en la historia no está demasiado bien visto entre los literatos puristas, y se considera un truco mal reputado, pero en ese momento yo sólo escribía lo que me gustaría leer (una interesante brújula metodológica) sin importarme otras consideraciones que, de todas formas, ni siquiera conocía.
8. Añadí otros tres personajes secundarios, esta vez sin mucha intención de dotarlos de excesivo protagonismo, pero que entendí que eran necesarios por la información que aportaban para el esclarecimiento del “misterio familiar”.
9. Y con lágrimas en los ojos apretaba la tecla Supr. Para eliminar “paja”. Eran redundancias, informaciones sobrantes, adjetivos innecesarios, datos ajedrecísticos irrelevantes, basura adicional,.., pero era ¡mi basura! Un sacrificio necesario. La posición/el texto (que diría un crítico ajedrecístico/literario) pedía a gritos ese sacrificio.
10. Y se me ocurrió una idea interesante relacionada con la muerte de A, algo que ocurre en su funeral y que me quedó (creo) fetén. ¿O no? Vosotros juzgaréis. Tampoco se trataba sólo de “recortes”. También añadí alguna cosilla…

Que si, que lo de Shakespeare escribiendo a la luz de una vela su “Romeo y Julieta” en una sola noche puede resultar muy romántico, pero yo creo que de vez en cuando hay que pararse a reflexionar, tomar aire, coger la guadaña haciendo algún que otro sacrificio, y asumir que a veces sólo podemos reconocer los errores cometiéndolos.

martes, 15 de junio de 2010

APUNTANDO A MATAR

El motivo no existe siempre para ser alcanzado, sino para servir de punto de mira”. Joseph Joubert.

Un juego-arte-ciencia tan matemático y preciso como el ajedrez categoriza fácilmente sus conceptos y tiene muy claro qué es un tema, un motivo o una variante. Pero la vida es mucho más ambigua y compleja, sin duda, como también lo es el vocabulario y la semántica. Y a veces confundimos tema, argumento y motivo cuando, ante la posibilidad de leer una novela, nos hacemos una pregunta tan evidente como “¿De qué va el Hechizo de Caissa?". Supongo que esa es la segunda pregunta que nos sugiere el título. La primera es “¿quién es Caissa?”, pero ya está sobradamente contestada en este blog, y con la novela aspiro a que sea “asimilada”. Os podéis hacer una idea de la respuesta a esa segunda pregunta, si habéis leído todas las entradas del blog (y si no, ¿a qué esperáis?).

Sin embargo, conviene diferenciar entre argumento y tema. Del primero, la estructura y el hilo narrativo que da vida a la historia, no adelantaré demasiado, aunque me da pie para darle la razón a un lector de este blog que muy acertadamente comentó que escribí la historia que yo tenía dentro. Cierto.

Respecto al tema, el asunto es más complejo, porque a lo largo de toda la historia se abordan varios, a veces solapadamente, a veces simultáneamente, a veces secuencialmente, pero nunca caprichosamente.

Entre los múltiples listados de mi cuaderno de bitácora - del que ya hablé en anteriores posts - uno de los más importantes es el que se titulaba: TEMAS A TRATAR. Ahí va el listado, con un importante sesgo (no debo ni quiero contarlo todo) y una ligera pincelada aclaratoria:

1.Ajedrez: ni lo comento. Pero os remito a la última pregunta de este post.
2.Estilos educativos y aprendizaje. ¿Cómo aprendemos? ¿Qué es lo realmente importante en el proceso educativo? ¿Qué es lo realmente perdurable?
3.El amor. Esto es como no decir nada, porque debe ser (estadísticamente) el tema más presente de todas las novelas. Concretamente la difusa frontera entre la atracción física y el amor juvenil, todo lo que estamos dispuestos a hacer por amor.
4.Las diferencias generacionales y la relación padre-hijo. Algunos dicen que este es el tema más importante de toda la novela. Lo dejo a vuestra consideración para cuando la leáis.
5. La singularidad de ese fenómeno que hoy se conoce con el nombre de “frikie”, y lo difícil que es vivir la niñez y la adolescencia con esa cruz de “diferente”.
6.El fair-play, ese concepto deportivo tan manido y tan complejo. A todos nos gusta hablar de él pero muy pocos lo practicamos porque desgraciadamente choca con el principio de realidad. Se ahonda en la necesidad de vivir el juego (el deporte no es otra cosa que un “juego reglado e institucionalizado”) en su pura esencia lúdica.
7.El precio que pagamos por nuestras obsesiones, ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar por alcanzar nuestros anhelos…?

¿Hacia adonde apunta El Hechizo? Y el ajedrez en la novela, ¿es un tema más? ¿Es una burda excusa para tratar los otros? ¿O es un fondo de escritorio, un tapiz omnipresente para vertebrar toda la historia en torno a esa multiplicidad de temas?

Vosotros juzgaréis.

sábado, 12 de junio de 2010

CAMINA O REVIENTA

”La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.” Eduardo Galeano.

De noviembre a marzo escribí casi todo el Hechizo, lo que es decir mucho considerando que todavía desconocía lo extenso de la "fase de corrección”. Pero la producción literaria propiamente dicha me la merendé en ese periodo.

Rutinas de trabajo:

1.Comenzaba el día sobre las 5:00 o antes. Pese a disponer de todo el día, continuaba aprovechando mis horas más creativas en el amanecer (o de madrugada, que en invierno seguía siendo noche cerrada). Esto es muy importante y pronto lo comprendí. En aquellas horas es cuando mayor creatividad desplegaba y hubiera sido un craso error intentar redactar cuando estaba más fatigado o cuando los ruidos mundanos pudieran molestarme. Obviamente a las 5:00 (aproximadamente hasta las 8:00) no había alma alguna que perturbara mi proceso creativo.
2.Después del desayuno, cuando mi familia se iba a trabajar o al colegio, realizaba mi primera sesión de rehabilitación en casa, algo menos de una hora.
3.Otras dos horas de trabajo, a veces de escritura, a veces de programación de la siguiente secuencia (en mi inseparable pizarra), a veces de corrección de lo elaborado en la madrugada.
4.Poco antes del mediodía me echaba el chubasquero encima, un libro (¡cuanto leí en aquella época!) un paquete de chicles, mi inevitable cuaderno, y salía a caminar. Como no podía hacer ninguna actividad física (aún pasarían muchos meses antes de poder correr) el médico me recomendó que andase mucho.  No tenía ninguna otra opción. Yo vivo en El Puig y tomé la costumbre,- no siempre, pero sí muchos días- de ir hasta Valencia caminando, unos 16-17 km (entre 2 horas y media o 3 horas, según el ritmo que me marcaba). Llegaba a Valencia a la hora de comer y muchas veces lo hacía en casa de mis padres o de mi suegra. Era difícil explicarles que pese a mi baja laboral yo tenía que continuar mi vida, porque si por ellos fuera tenía que vivir en sus casas, comer, pasar la tarde, cenar, etc.., como si fuese un inválido. Mi madre solía decir, “ay, tanto tiempo sólo y aburrido en tu casa, ¿por qué no vienes a la mía...?”. ¿Aburrido? Olvidaba decir que la escritura del Hechizo fue un secreto que sólo conocía mi mujer y mis hijos. Nadie más. Pero bueno, aquellas caminatas, además de necesarias desde el punto de vista terapéutico y físico, fueron tremendamente instructivas.

Un inciso. ¿Alguno ha leído la novela “Papillón”? Maravillosa historia carcelaria donde el protagonista, en una de sus múltiples estancias en prisión, se encuentra recluido en una celda de aislamiento durante meses. Apenas podía ver la luz media hora al día y todo su mundo se reducía a un diminuto espacio de 2 x 3 metros. Y él, sabiendo que aquello podía volver loco a cualquiera, ideó un sistema defensivo tan simple como disciplinado: caminaba durante todo el día de una punta a otra de la celda (¡qué mareo!) entregándose a sus recuerdos. Así sobrevivió milagrosamente. De todos es conocido que junto con el humor y el amor, la imaginación y los recuerdos son los alimentos del espíritu. Yo utilicé aquellos 16 km diarios para “diseñar” El Hechizo. A veces menos, lo confieso, ya que en ocasiones me quedaba en casa o caminaba por los alrededores, o me acercaba a saludar a los compañeros en el instituto (unos 7 km), o acudía a visita médica, o ... Pero en definitiva la Vía Augusta fue el escenario donde imaginé El Hechizo. No era raro verme acelerar el paso a la altura de Meliana emocionado porque se me había ocurrido una frase para cerrar el capítulo ocho, o detenerme bruscamente en Museros para anotar una idea en mi inseparable cuaderno de bitácora (sin ir más lejos recuerdo que eso hice en la última frase del sorprendente y esclarecedor epílogo). Y esa perseverancia con que escribía, esa perseverancia con que me castigaba con aquellos dolorosos ejercicios de rehabilitación, esa perseverancia con que me negaba el fracaso y el abandono, era la misma que me obligaba a dar un paso más, un kilómetro más, un esfuerzo más. Camina o revienta, como antiguamente exhortaban los sargentos de la legión a sus hombres (muchísimos lustros antes de la película del Lute, que se ha apropiado la expresión). Algunos pensarán que es una animalada caminar a pleno sol (menos mal que no era verano) tantísimos kilómetros, pero después de correr varias medias maratones, os puedo asegurar que no era demasiado para mí. Al fin y al cabo, disponía de tiempo para eso y mucho más.
5.Después de comer me iba a la clínica de rehabilitación, a por mi ración diaria de tortura. Mientras me aplicaban los electrodos o la onda corta, leía novela histórica (“La piel fría” ¡qué gran desconocida novela!, “El mundo sin fin” que...). Al acabar la sesión estaba demasiado dolorido como para más caminatas y volvía en tren hasta casa donde me atiborraba de analgésicos y descansaba unos minutos antes de ponerme de nuevo a la faena creativa. A veces me regalaba una tarde de asueto y veía alguna serie televisiva (“Prison Break”, excelente guión), o jugaba un poco de ajedrez on-line (¡mis avatares cibernéticos me reclamaban!) antes de otra dura sesión de rehabilitación domiciliaria. Otras veces escribía, y reconozco que la fatiga produjo peores líneas vespertinas que el texto producido al alba. Tomaré nota para sucesivos proyectos. Hay que escribir descansado.
6.Luego venían los críos y generalmente dejaba de escribir para atenderlos (¡Mentira! Muchas tardes seguía tan hechizado por El Hechizo que no paraba…), hasta la hora de la cena. Previamente hacía otra sesión de rehabilitación con barra y poleas, y a las 22:00 ya estaba soñando con los angelitos,…, o con Caissa.

Obviamente este esquema-tipo se modificaba sensiblemente los fines de semana, los días en que tenía visita médica y en los periodos de navidad y puentes festivos. Incluso un día a la semana (a veces dos) me iba a la biblioteca, esta vez en tren. Ya he explicado anteriormente mi eterno idilio con la biblioteca, y confesaré un romántico truquito: cuando sufría una crisis de ingenio (el famoso “síndrome de la página en blanco” del escritor, que también me pasó), me iba a la biblioteca y me desatascaba. No puedo explicar el motivo, pero allí encontraba la quietud necesaria para retomar el rumbo.

Muchos me preguntan si estoy orgulloso del Hechizo de Caissa. Y sinceramente  lo que más me congratula es haber sido capaz de acabarlo. Porque si algo he aprendido de esta experiencia es que escribir un libro es un ejercicio de disciplina descomunal. De eso sí estoy orgulloso: de no haberme rendido.., esta vez.

Camina o revienta; escribe o ríndete.

jueves, 10 de junio de 2010

BISTURÍ, BRICOLAJE Y REHABILITACIÓN

El dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional.” Buda.

Los primeros días tras el accidente fueron terriblemente dolorosos, pero sólo desde el punto de vista físico. Pese a la gravedad de la lesión – rotura del labrum/cápsula articular, rotura de dos tendones del manguito de rotadores y fractura del troquiter – y la incomodidad que suponía el cabestrillo, era el brazo izquierdo y yo soy diestro, y además podía caminar y más o menos valerme por mí mismo. Algo muy diferente a las lesiones de tren inferior que suelen suponer inmovilización e imposibilidad de desplazamiento. Pero a mí no se me escapaba que aquella era una “señora” lesión, y el médico me indicó que, cuando se hubiera reabsorbido el edema que anegaba mi hombro, tendría que pasar por el quirófano.

Antes de la operación, al margen del dolor y de que iba permanentemente dopado (más tarde mi estómago pagaría un alto precio por tanta orgía farmacológica), la cosa era bastante llevadera. Podía escribir con la mano derecha. De hecho, en ese periodo pude escribir bastante más de lo que esperaba, pese a la incomodidad, y si no fuera por el dolor hubiera podido considerar ese periodo como “de asueto”.

A finales de noviembre (exactamente el día de mi cuarenta cumpleaños, para que no lo olvide nunca) me reconstruyeron el hombro insertándome cinco tornillos. Como seguro que todos los lectores han pasado alguna vez por alguna intervención de este tipo, no me explayaré en exceso sobre el dolor, la sensación de impotencia, y la inquietud que me embargaba ante un inexacto e incalculable “periodo de rehabilitación”. La inmovilidad (lo peor era dormir con aquel asqueroso aparato ortopédico que me endosaron, de una rigidez absoluta) y la inacción son una auténtica tortura para un deportista activo como yo.

Pero eso era porque aún no conocía el auténtico significado de la palabra tortura. Me lo enseñó el amable fisioterapeuta encargado de los ejercicios de “movilización” de mi programa de rehabilitación. Sólo de recordarlo, mis tendones ya se quejan.

Como carece de interés, sólo diré que el proceso de rehabilitación fue largísimo, -incluso cuando me dieron el alta médica y volví al trabajo continué mis ejercicios -, dolorosísimo y muy exigente en cuanto a disciplina. Que yo recuerde fueron 45 sesiones en el centro de rehabilitación de algo más de hora y cuarto u hora y media, a base de infrarrojos, onda corta, ejercicios de movilización (“tortura” pura y dura, pero a los médicos les encantan los eufemismos), ejercicios de estiramientos , ejercicios con barra, ejercicios con polea, ejercicios con sobrecarga y electroestimulación, y algunos otros (pendulares, resistidos, rehabilitación en piscina) que se prolongaron muchos meses más. No lloriqueo gratuitamente, sino simplemente sirva esto para indicar que la rehabilitación me suponía unas cinco horas diarias, sin contar los desplazamientos (de los que hablaré en mi siguiente post). Así que no fueron precisamente unas vacaciones. Y lo que nadie sabía es que el resto del tiempo no lo dedicaba a dormir o ver la tele, sino a leer y a escribir. El Hechizo estaba en marcha, y ahora disponía de tiempo para avanzar en la historia. Es curioso. Tenía todo el tiempo del mundo y sin embargo me obsesionaba el comenzar a trabajar – que me dieran el alta - y dejar a medias El Hechizo, porque sabía que entonces corría el riesgo de abandonarlo definitivamente. Era un sentimiento ciertamente paradójico y ambivalente: trabajaba durísimo en mi rehabilitación física (lo juro) y simultáneamente deseaba aprovechar al máximo aquel estatus y avanzar todo lo que pudiera el Hechizo.

Cuando acabé las sesiones programadas, el doctor/rehabilitador me dio el alta felicitándome por la velocidad de mi recuperación. “¿Y el dolor?”, pregunté yo. “Ese no es mi trabajo. Mi misión era recuperar la movilidad del hombro, y ya estás al 100%” contestó. Cierto, había recuperado el 100% del rango articular, pero dolía a rabiar y en ese momento comprendí que nunca más volvería a ser el mismo. Que nunca más mi lanzamiento sería un latigazo que sorprendería a los porteros, que no volvería a marcar Ippon con un Uchi-mata y que estaba deportivamente acabado. Ni los analgésicos, ni la natación, ni la cortisona podían hacer nada para remediarlo. Menos mal que me quedaba el ajedrez y la escritura ¿no?

Aquellos cinco meses, fueron una auténtica maratón. Y aún hoy estoy convencido de que sin aquella “desgraciada” lesión, El Hechizo de Caissa nunca hubiera visto la luz. ¿Merecerá la pena el precio que pagué?

lunes, 7 de junio de 2010

“Y UNA PIEDRA EN EL CAMINO, ME ENSEÑÓ QUE MI DESTINO…”

”La vida es aquello que te va sucediendo mientras tú te empeñas en hacer otros planes”. John Lennon.

Ya había comenzado a escribir el Hechizo, aunque entonces no lo llamaba así. Lo etiquetaba como LQPNMC (“Lo que papá nunca me contó”, un título que no tardé en desechar por impreciso, ambiguo e impersonal). Supongo que llevaría unas treinta páginas y debo confesar que de momento me gustaba lo que había escrito. Pero ese duendecillo que siempre me acompaña, ese ser despreciable que me susurra al oído vertiendo veneno en mis pensamientos, ese gusano inmundo que siempre dinamita mis sueños y menosprecia mis actos, esa parte de mí que siempre anhelo destruir y que se esconde bajo los ropajes de la realidad, ese lado oscuro que estoy seguro que todos tenemos, me decía que no me hiciera ilusiones. Que, como siempre, sería arrancada de caballo y parada de burro (parafraseando a un viejo amigo), el inicio de uno de mis múltiples proyectos inconclusos, condenado de antemano al abandono por hastío o por incompetencia, o quizás por falta de voluntad o perseverancia. Y debo confesar que en el fondo estaba convencido de que antes o después su pesimismo acabaría poseyéndome y tendría que inclinar mi rey ante su insistencia. Sabía que el tiempo erosionaría mis ilusiones y yo mismo me buscaría excusas (trabajo, familia, otros proyectos "más prometedores", etc…) para rendirme, como con el EODC. ¿Os suena familiar? ¿También vosotros tenéis esa presencia permanente, ese lastre, en vuestra cabeza?

Era un jueves de una húmeda mañana de finales de octubre. La víspera llovió copiosamente y alguien con un poco más de cerebro hubiera optado por acudir al trabajo en coche. Pero a las 7:45 de la mañana no llovía y decidí coger la bicicleta, medio de transporte con el que habitualmente me desplazo desde mi casa hasta el Instituto donde trabajo como profesor. Atravesé el embarrado camino hortelano contento de alcanzar el asfalto. Crucé la verja metálica saludando a mi paso a compañeros y alumnos, mientras pedaleaba ya en el interior del recinto educativo. Al pasar por encima del enorme charco sentí cómo la rueda delantera se deslizaba hacia la izquierda, un involuntario derrape que me precipitó sobre la “laguna”. Instintivamente apoyé el brazo izquierdo – algo que todo judoka sabe que es una aberración – con tan mala fortuna que éste resbaló sobre la inmundicia acumulada en el charco y se anguló peligrosamente para provocar una dolorosa palanca que desplazó la cabeza del húmero hacia el interior de la articulación escápulo-humeral. Me levanté maldiciendo mi suerte, todavía ignorante de mi estado, y anduve los últimos metros hasta mi despacho. El dolor era muy intenso al quitarme el chubasquero y la sudadera, pero aún tuve suficiente presencia de ánimo como para comprobar que se trataba de una luxación e intentar reducirla a las bravas (a lo “arma letal”), pero ni con ayuda de mi compañera lo logré. Cuando me llevaron al hospital comencé a perder la sensibilidad en el brazo. El hueso deformado presionaba sobre la arteria, probablemente, y entonces comprendí que era grave. Era evidente que el desplazamiento óseo era considerable y, en consecuencia, los daños internos también los serían.

En urgencias me redujeron la luxación sin muchos miramientos, pero no me importó. Era necesario y urgente. A las dos horas volví a casa con el brazo en cabestrillo, no sin antes prometer a mi directora que el lunes siguiente, si me encontraba bien, volvería al trabajo. Iluso de mí. ¡Qué lejos estaba de imaginar que aquella era la lesión más grave que nunca sufrí (y os aseguro que he sufrido muchas) y que mi convalecencia, mi baja laboral, se prolongaría más de medio año!

Más adelante profundizaré sobre todo el proceso de rehabilitación y cómo me organizaba para aprovechar el tiempo al máximo, pero ¿os dais cuenta de que ahora ya no tenía ninguna excusa? Recordé una cita, de no sé quién, que decía algo así como que había que hacer de la tragedia una oportunidad. ¿Cómo era posible que yo, balonmanero consagrado, cinturón negro de judo, avezado ciclista, jugador de rugby, de hockey, de basket, esquiador, escalador…., hubiera tenido esa “mala caída”? ¿Había sido una mala caída? Quizás el destino, por esta vez, estaba dispuesto a demostrarme lo contrario. Quizás ahora podía comprender aquello de la relatividad de lo que nos acontece y el color del cristal con que se mira. Ahora sólo me faltaba el valor para convertir mi caída en una oportunidad. En un ascenso.

En casa, mientras me atiborraba de analgésicos, miré a mi lado oscuro, allí, al otro lado del  espejo, y le dije: “te vas a enterar, maldito”.

Así que, aquel charco en mi camino me enseñó que mi destino era escribir y escribir…


sábado, 5 de junio de 2010

¿POR QUÉ ESCRIBIMOS?

Cada uno de los movimientos de todos los individuos se realizan por tres únicas razones: por amor, por honor o por dinero.” Napoleón Bonaparte.

Cuando muchos de mis conocidos supieron que había escrito un libro, pensaron que se trataba de un libro técnico. No me podían imaginar más que corriendo o chocando contra defensas o escalando montañas o revolcándome por un tatami o…, lo que demuestra cuantas facetas ocultas completan nuestra personalidad. Cuando luego se enteran de que el libro se enmarca en el mundillo ajedrecístico entonces asienten porque sí conocen mi amor por Caissa. Esperan una historia de eso, de ajedrez. Pero El Hechizo de Caissa es otra cosa. Quienes han leído los borradores iniciales lo saben. Y detrás de la inevitable primera pregunta “¿de qué va?”, viene la segunda “¿y tú, por qué lo has escrito? Ésta tiene una respuesta algo más compleja.

Recuerdo que leí un interesante libro titulado “El gozo de escribir” de Natalie Goldberg. Como dice en la contraportada “existen cientos de libros que hablan sobre cómo no escribir mal, pero éste habla sobre cómo escribir bien. El secreto de la creatividad consiste en eliminar reglas en la escritura, no en añadirlas”. Obviamente las contraportadas buscan ventas de libros y confieso que el contenido me decepcionó un poco porque yo buscaba precisamente eso, reglas de escritura. Pero ya se sabe que la valoración que hacemos de la calidad de un libro depende muchísimo de nuestro estado de ánimo y de las expectativas que nos despierta. A veces esperamos una obra maestra porque un amigo nos lo ha recomendado vivamente, y luego nos defrauda simplemente porque el estado de ánimo de nuestro amigo y el nuestro en el momento de su lectura era muy distinto. Seguro que esto también pasará con el Hechizo. Bueno, lo cierto es que en el libro de Goldberg había un capítulo dedicado a los motivos por los que escribimos. Un capítulo que nos empuja a la reflexión. Natalie Goldberg hace un listado de motivos para la escritura y advierte que es muy difícil detallar con precisión la totalidad. ¿Cuáles son los míos?

El orden no importa lo más mínimo:

1.Porque me duele ver lo poco que leen mis alumnos. A ver si al menos leen una novela “que la ha escrito su profe”.
2.Porque la gente (¡qué socorrido e impreciso es esto de “la gente”) desconoce la pasión del ajedrez. Y Caissa me ha dado tanto, que creo que debo presentársela a mis “conocidos”.
3.Porque creo que la sociedad es tremendamente injusta con los deportes, aficiones, entretenimientos y artes minoritarios. Y Frikie es un término con unas connotaciones tan injustas como terribles. El ajedrecista no merece el trato que la sociedad le reporta.
4.Porque la tele cada vez da más asco y soy poco amigo de videojuegos y todas esas nuevas formas de entretenimiento. Y porque he consumido muchas manifestaciones culturales (especialmente la literatura) y creo estar un poco en deuda. Tendremos que aportar algo, ¿no?
5.Por no defraudar a algunos amigos que me insistían “escribe, escribe”.
6.Porque vivir sin luz es una proeza que merece un homenaje.
7.Para ganar mucho dinero, ganar el Nobel de Literatura y retirarme a los 50 años forrado. (¡Bastante me estoy carcajeando yo al escribir esto, así que no os riáis, que os oigo!)
8.Porque siempre he sido un mediocre incapaz de acabar nada de lo que he empezado y ésta es la primera vez que he escrito FIN. (De hecho, ahora recuerdo que no lo he escrito de facto, pero ya me entendéis)
9.Porque cada mañana me invade el pensamiento (¡el sentimiento!) de que la educación tal como yo la entendí y conocí está desapareciendo, está cambiando y no para mejor, y a la pregunta “¿qué estilo educativo sería el tuyo si pudieses elegir?”, la respuesta tiene un nombre muy claro: El Hechizo de Caissa.
10.Para pagar unas cuantas deudas de gratitud con algunos de los personajes de este blog – ya conocidos por todos, y si no es así ¡releed las entradas antiguas!- y especialmente con mis padres.

Y podría continuar hasta el infinito.

miércoles, 2 de junio de 2010

ESENCIA DE MUJER.

”Las sensaciones no son parte de ningún conocimiento, bueno o malo, superior o inferior. Son, más bien, provocaciones incitantes, ocasiones para un acto de indagación que ha de terminar en conocimiento” John Dewey.

No sabría decir cuándo ocurre. Quizás sea algo progresivo, o quizás ocurra en una partida determinada. Quizás sea el momento en que Caissa te besa por primera vez. Quizás sea el momento en que realmente te conviertes en ajedrecista. Quizás sea cuando descubres su magia. Es el momento en que comienzas a percibir todas las sensaciones que acompañan a ese trivial juego,.., y deja de ser trivial.

Las hay de carácter físico. Cuando combinas el tacto de los trebejos con el sabor de un café o un licor, cuando escuchas el silencio del pensamiento de tu adversario, cuando ejecutas maquinal e involuntariamente ese tic, ese gesto característico del jugador (tironearse el labio, frotarse las sienes, tamborilear en la mesa, pasar las piezas capturadas de mano a mano, asentir calladamente o negar con esos escorzos de cabeza), cuando la vejiga urinaria amenaza con estallar y miccionas con machacona insistencia, cuando gotas de nervioso sudor perlan tu frente, cuando miras sin ver y oyes el silencio, cuando intentas escrutar sus intenciones en las miradas de los mirones sobre el tablero, cuando carraspeas para ahuyentar algún fantasma interno o disimular un retortijón estomacal (estabas tan excitado por la partida que olvidaste comer), cuando...

Otras sensaciones son cognitivas o técnicas: la sensación de superioridad cuando percibes la inferioridad de los conocimientos teóricos de tu adversario, la sensación de vulnerabilidad cuando eres tú quien cae en esa burda celada, lo miserable que te sientes cuando -como buen hombre- vuelves a caer en la misma posición inferior en esa variante que habías olvidado, el recuerdo de aquellos torpes ataques en contraposición con tu actual capacidad para el cálculo exacto de variantes, tus dudas sobre si realmente el dictamen es de tablas o debes jugar a ganar, la presión de tus compañeros que valoran tu posición de diferente forma y te obligan a arriesgar, tus miedos internos imposibles de acallar....

Y finalmente las sensaciones psicológicas, las anexas, esas que poco tienen que ver con el juego en sí, pero que son un elemento clave en esta vivencia: esa tonadilla de fondo que canturreas en silencio – quizás la última canción que oíste-, esos pensamientos colaterales que enturbian y sazonan tus cálculos – tu amor, tus problemas, tus inquietudes-, ese olvido de asuntos mundanos, ese remanso de quietud, ese espacio neutro donde se detiene el tiempo y dejas de meditar – sobre tu amor, sobre tus problemas, sobre tus inquietudes -, ese agon desbocado, ese fair-play olvidado (o no), ese oxigeno lúdico imposible de definir... Y mención especial para esa especie de “orgasmo caissístico” que te posee cuando haces una combinación táctica con sacrificio. Parecería que esto debería ser una sensación cognitiva o técnica, pero os aseguro que es psicológica.

Cuando eres capaz de sentir todo esto, cuando conoces la esencia de esta mujer, Caissa, entonces eres un ajedrecista. Entonces dejas de jugar al ajedrez para gozar el ajedrez. Entonces ya estás hechizado.

Y ese es, sin duda, el mayor objetivo - y seguramente el más complejo- de cuantos me propuse al escribir “El Hechizo de Caissa”: transmitiros estas sensaciones. ¿Lo conseguiré?

sábado, 29 de mayo de 2010

EL TALENTO DE MR. RIPLEY

”Muchos creen que tener talento es una suerte; nadie que la suerte pueda ser cuestión de tener talento.” Jacinto Benavente.

El ajedrez es una disciplina donde aparecen con relativa frecuencia niños prodigio, al igual que en la música y en las matemáticas. Como docente que soy, no dejo de plantearme la eterna disyuntiva ambiente-herencia en cuantas disciplinas analizo. Y, obviamente, también lo hago con el ajedrez. Resulta curioso constatar cómo algunos aprendices apenas conociendo unas cuantas reglas básicas (desarrollo, tiempo, centralización) inmediatamente desarrollan una comprensión posicional realmente sorprendente, mientras otros concienzudos estudiantes necesitan toneladas de literatura específica para alcanzar un nivel parejo.

Es mentira.

Hasta un stajanovista como yo asume que por mucho que se estudie, se trabaje, se juegue ajedrez, si la perseverancia no va acompañada de talento innato, no hay nada que hacer. Algunos libros teóricos afirman que el trabajo de entrenamiento es un 95% del éxito y apenas atribuyen protagonismo al talento innato. Pero es mentira. Para ser un buen ajedrecista hay que nacer y hacerse. Ambas cosas. Sin esfuerzo y duro trabajo no se llega ni a la mitad de la escalera. Pero si se quiere llegar al ático, además has de ser talentoso.

Con mi manía de simplificar las cosas (un contumaz error existencial, porque la vida es complicada per se) y admirador incondicional del “antiguo plan de estudios” (en contraposición con el invento este del diablo, hijo bastardo de la Logse y primo hermano del sinsentido de nuestros gobernantes), yo siempre digo que el ajedrez es para gente de ciencias. Para mentes calculadoras capaces de hablar un idioma abstracto, geométrico, fundamentado en el cálculo, en el análisis, en las variantes y las combinaciones, en… en las matemáticas. Y claro, los de letras, lo tenemos crudo, porque Caissa se expresa actualmente en código binario y la fantasía creadora va siempre un paso por detrás del tirano algoritmo matemático.

Mr Ripley es “El Director”, del que ya hablé en anteriores posts. El director apenas estudia ajedrez, no sabe casi nada de aperturas, no es especialmente destacable por su capacidad táctica, ni por su maestría en los finales, ni por sus estrategias o planes de medio juego, pero tiene un talento especial: es un zombi. Así me gusta llamarlo. Siempre está “inferior” (esto es argot ajedrecístico, del que se hablará en El Hechizo de Caissa), sus posiciones son asquerosas, malísimas, muchas veces afronta los finales en clarísima inferioridad posicional e incluso material, a veces sus defensas son coladeros llenas de columnas de penetración, puntos débiles y diagonales asesinas encarando a su monarca,…, pero es dificilísimo rematarlo. Para vencerle hay que darle jaque mate, porque si no ese Ave Fénix saldrá de su sepulcro para clavarte sus zarpas y arrancarte el corazón. Le he visto remontar partidas increíbles y donde él ve lucha yo sólo veía fracaso. Donde él ve agon, yo sólo veo rendición. Donde él ve posibilidades, yo sólo veo desesperación. Y donde yo claudico resignado, él aprieta los dientes y da la vuelta a las tornas para resurgir y vencer. ¿Exagero? Nada de eso. Lo ha hecho muchas veces y ha pasado de “estar perdido” a “ganar” (de nuevo el argot) en decenas de partidas. Sin estudiar, sin apenas jugar torneos, sin ninguna ciencia ni entrenamiento, el director logró dos ascensos consecutivos en competición individual y el tercer año mantuvo con holgura su categoría preferente. ¿O no fue él? No. Fue su zombi.

Él personifica aquello de que “nadie ha ganado una partida abandonando”, lo de “mientras hay vida hay esperanza” y él me enseñó la auténtica dimensión de eso que llamamos agon-lucha.

Y, paradojas de este maravilloso y escaqueado invento celestial, el director es profesor de literatura y teatro. Un hombre de letras. Un hombre de palabras. Un hombre de palabra.

Y yo sigo acumulando deudas.

jueves, 27 de mayo de 2010

A PROPÓSITO DE HENRY.


”Dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás; es la única manera.” Albert Einstein.

Con esa puerilidad con que a veces capitaneo mis decisiones, me encanta bautizar algunos de mis escritos con títulos de películas (a veces de canciones, a veces de libros...), no porque el contenido del texto tenga mucho que ver con el argumento del film, sino por lo que sugiere el propio título. Por eso, que nadie busque parecidos de ningún tipo entre el sujeto del que voy a escribir y Harrison Ford. Simplemente me apetece hacerlo, y además ya sabéis que en este blog estoy utilizando alias para todos los personajes reales. En este caso, Henry es un buen nombre.

Aunque este tipo de reflexiones puedan ser ociosas y gratuitas, ¿alguna vez nos hemos parado a pensar en la influencia que ejercen las personas de nuestro entorno – familiares, amigos, compañeros de trabajo, enemigos…- en nuestra cosmovisión, en nuestras decisiones, en nuestra idiosincrasia y en nuestro talante? Somos lo que vemos, que decía aquél.

Así pues, y retomando el tema de los personajes de El Hechizo de Caissa, no es de extrañar que algunos de sus rasgos característicos sean sospechosamente similares a los de algunos amigos, familiares y compañeros míos. Sin duda la influencia más evidente (aunque quizás más sutil) es la de mi padre, por la simple razón de que siempre es el padre /madre el principal, fundamental, primario y más importante educador. No me importa lo que nos diga un coyuntural ministro, unos visionarios psicopedagogos, la caja tonta, la red de redes o Pototo el de la moto, porque el día en que los padres cedan su protagonismo (¡y responsabilidad!) a otros “elementos” educadores, entonces lloraré y comenzaré a creer en el Apocalipsis. Pero quitando esta evidente fuente educativa, en El Hechizo hay unos cuantos personajes que se han nutrido de algunos compañeros del club de ajedrez al que pertenezco. En posts anteriores, y también en clave, ya hablé de tres de ellos, (RBR, el Director y Cicerone Koga) pero sería injusto si no reconociera que el presidente del club los Xuferos ha sido una influencia decisiva para caracterizar a mis personajes del Hechizo. Le llamaré Henry.

Henry es un formidable jugador de una fortaleza ajedrecística enorme y de una fortaleza moral descomunal y envidiable. Su porte, su mesura, sus ademanes, sus enciclopédicos conocimientos sobre historia ajedrecística y su amor desmesurado por Caissa son un impresionante ejemplo difícil de ignorar, e imposible de alcanzar. No sólo es el alma del club, junto con RBR, sino también su cabeza pensante, el hombre que toma las decisiones, el código moral que alumbra la filosofía de club que reina en Los Xuferos: política aperturista y amistoso amateurismo por bandera (una redundancia necesaria). Pero es su especial forma de comprender el ajedrez lo que llama la atención. Su estilo es predominantemente combinador, abierto e incluso arriesgado, pero siempre sometido a la más estricta lógica y corrección matemática. Se relame cuando combina correctamente, pero deplora la especulación en los sacrificios y su frase preferida es: “esta combinación es más falsa que el beso de Judas”. Obviamente gustamos de estilos ajedrecísticos ligeramente dispares pero me reconozco deudor de su científica perspectiva, a la que admiro. Su ajedrez se define en una palabra: correcto. Además no existe anécdota que desconozca de la historia romántica del ajedrez, de los clásicos jugadores, de los Alekhine, Capablanca, Keres, Lasker,… ¡lo sabe todo!

Es un sincero placer compartir con él una cerveza, separados o no por 64 cuadriculadas razones, sentir su presencia y su crítica mirada sobre tus trebejos, y analizar una partida en el post-mortem en su compañía y con su milimétrica objetividad. Se cuentan por miles las partidas que con él he jugado. Cuantitativamente debe ser mi mayor alter ego ajedrecístico, y no es casualidad que dos de los personajes del Hechizo compartan con él inequívocos rasgos característicos. Ni que yo haya llegado a amar a Caissa con tanta pasión como él.

¡Gracias Henry! Otra deuda que no sé cómo ni cuándo podré pagar.

lunes, 24 de mayo de 2010

LLUVIAS DE IDEAS.

”La idea que no trata de convertirse en palabra es una mala idea, y la palabra que no trata de convertirse en acción es una mala palabra.” Gilbert Keith Chesterton.


Por lo leído hasta ahora en este blog el lector puede hacerse una idea de mi idiosincrasia, de mis hábitos y de mi forma de afrontar los retos (escribir un libro es uno de los más ambiciosos de mi vida, por no decir el que más). Sé que corro el riesgo de parecer un carroza, aunque como ya expliqué anteriormente en otra entrada, creo que me adapto más o menos bien a los avances tecnológicos, aunque en parte deploro la dependencia (¿falta de libertad?) que de ellos tenemos. Igualmente soy bastante escéptico con las “novedosas” teorías "psicológicas" (¿será porque soy docente y creo que la psicopedagogía ha enmarañado innecesariamente mi mundo?) aunque reconozco que en ocasiones la psique tiene mucho que decir en la consecución de los logros creativos.

Ahora lo llaman Brainstorming (¡qué manía de utilizar anglicismos para definir conceptos UNIVERSALES!, pero es que así parece que somos más IN, más “en la onda”, más actuales, más modernos), pero la lluvia de ideas como recurso para captar ideas, para estructurarlas, para producirlas, es tan vieja en mis procedimientos habituales que mis conocidos no me recuerdan trabajando sin una pizarra (muchísimos años antes de la aparición de "House" en la pantalla). Como ya comenté al hablar del cuaderno de bitácora y de las planillas de programación argumental, creo firmemente en el poder de las palabras y que las ideas se articulan en torno a ellas. Creo en la necesidad de apuntar todo lo que me bulle en la cocorota, a veces a sabiendas de que será una simple anotación condenada a ser eliminada en pocas horas, a veces sin tener muy claro a dónde me llevará esa línea de pensamiento, pero siempre sabiendo que no es un trabajo estéril, porque las ideas – y su traducción a palabras- son generadoras de más ideas.

Un ejemplo curioso. En una reunión de trabajo una compañera utilizó la palabra “soslayo”. Me gustó su sonoridad y la anoté en mi cuaderno. Al llegar a casa escribí SOSLAYO en el centro de mi pizarra. A partir de ahí comencé a trazar líneas con otras palabras derivadas, conectadas, más o menos vinculadas, y al final había diseñado un microepisodio de uno de los principales ejes argumentales del Hechizo. Poco o nada tenía que ver con esa palabra generatriz, quizás no había ninguna relación causa - efecto, pero – ya lo he dicho mil veces, y ahora una más – yo creo en el poder de las palabras y en su capacidad para evocarnos ideas. ¿Acaso no es eso la literatura? Ergo creo en el poder de la literatura para hacernos más felices, más imaginativos, más completos, más...

Imaginad a mis hijos subiendo a mi buhardilla y encontrándose, reinando en la pizarra mural, en rojo y subrayado, un “MATAR A R”, o un “TÓRRIDA ESCENA ENTRE M Y S TRAS LA P”, escoltado por una decena de flechas coronadas con anotaciones, adjetivos y verbos. ¿Qué pensarían?

Una segunda utilidad básica de mi pizarra es la ordenación de secuencias argumentales. Por así decirlo, es lo mismo que las planillas de programación argumental ya explicadas en anteriores posts, pero en la pizarra y únicamente para una unidad narrativa menor (capítulo, secuencia...).., generalmente numerando la secuencia temporal. Ejemplo:

(1. Recordatorio del final del capítulo anterior en una frase. 2. Reflexión sobre el ajedrez como elemento... 3. Secuencia de Antonio y el asunto de las... 4. Visitas sorpresa de A al P. 5. Diálogo con M sobre el ego...)

Y la tercera utilidad es la posibilidad de utilizar la pizarra para trazar ejes temporales. Esto es difícil de entender hasta que no leáis El Hechizo de Caissa, pero podréis fácilmente comprobar que de alguna forma tenía que controlar, a lo largo de la secuencia argumental global, las edades que cada personaje iba teniendo en cada periodo narrativo. Varias líneas horizontales paralelas (una por personaje) numeradas según las diferentes edades, eran perfectas para este menester, y en la pizarra podía hacer todas las modificaciones que fueran necesarias.

Ya estoy oyendo a alguno diciendo que soy un maestro arcaico y trasnochado, siempre tirando de pizarra, un dinosaurio estancado y nostálgico, y que hay un montón de aplicaciones informáticas que cubren estos objetivos. Pues yo digo que acepto la utilidad-potencia-idoneidad de los procesadores de texto para la redacción, pero para “parir” ideas, no hay nada como una pizarra.

viernes, 21 de mayo de 2010

EL HOMBRE DE LAS MIL CARAS.

”Una verdad sin interés puede ser eclipsada por una falsedad emocionante.” Aldous Huxley.

Supongo que es un absurdo, pero la ignorancia es muy atrevida. Me pregunté cómo podía meterme en la piel de mis hijos, mis personajes, y me contesté: convirtiéndote en ellos mismos. Esto ya lo venía haciendo algún tiempo atrás. Ya narré cómo me convertí en “maestro” dando cutres lecciones ajedrecísticas o en ajedrecista ciego, y durante un tiempo mis compañeros, mis familiares y mis amigos me vieron comportarme con una inusitada LÓGICA, FRIVOLIDAD, RECTITUD, PERSEVERANCIA, y jugaba un ajedrez muy versátil (según el jugador-personaje al que pretendía emular en ese momento). Me convertí en el hombre de las mil caras y ahora me pregunto ¿es un procedimiento correcto para escribir una novela? ¿Es necesario convertirte en tus personajes o basta con comprenderlos? No sé. Creo que debe haber alguna forma mucho más fácil y que tanto celo en el proceso de documentación era enfermizo. Pero yo lo hice así. Quise saber qué se sentía siendo frívolo, lógico, imaginativo, arriesgado…

Especial repercusión tuvo mi actitud mutante en mi ajedrez competitivo, y justo es reconocer que fueron mis compañeros del club de ajedrez quienes en mayor medida sufrieron mis caprichos. No hay que olvidar que la competición principal se jugaba por equipos (el campeonato interclubs) y mis continuos cambios de estilo, tan inoperantes en la competición ajedrecística como ya anteriormente expliqué, perjudicaban notablemente a mis compañeros. Durante una temporada entera perseguí infatigablemente una “inmortal” (la partida inmortal jugada por Andersen y Kieseritzky durante la época romántica constituye el paradigma de obra de arte ajedrecística) y no sólo no lo logré (gané una partida con sacrificio de dama, pero fue una combinación errónea y vencí “atracando” a mi rival) sino que además perdí muchos valiosos puntos en los matches colectivos y decenas de puntos ELO en mi puntuación personal. En esa época lo daba todo por bien empleado. ¿Era necesario? Ahora sé que no. Pero confieso que me divertí mucho.

De mis muchos errores en la producción del Hechizo de Caissa, éste es uno que fácilmente pude constatar. Pensándolo fríamente y con la perspectiva adecuada, no era demasiado difícil darse cuenta de que no es necesario convertirse en un personaje para poder escribir sobre él, saber (¡imaginar!, de eso se trata ¡valiente escritor estoy hecho si no me doy cuenta de ello!) cómo actuaría, saber cómo hablaría, qué diría… ¿Os imagináis a Cervantes estampándose contra las aspas de los molinos o a Thomas Harris merendando el cerebro de sus invitados mientras escribía su Hannibal?

Y de nuevo tengo que reconocer que transformarme en mis personajes era emocionante. Mucho más que mi insípida existencia de maestro. Leer es vivir otras vidas, meterse en la piel de los personajes de una novela, y yo quería creer que para escribir también eso era necesario. Pero es mentira. Sólo lo hacen los escritores con poca imaginación.

Y supongo que por ese mismo motivo los personajes del Hechizo de Caissa son, son.., son…, ¿extremos?¿exagerados? Vosotros lo juzgaréis.

martes, 18 de mayo de 2010

PROCREANDO.

”Un hijo es una pregunta que le hacemos al destino”Jose María Pemán.

En mi absoluta ignorancia sobre literatura en general y técnica de escritura en particular, yo tenía la creencia de que tres eran los elementos fundamentales de una novela: forma, argumento y personajes. Me sentía bastante satisfecho  (iluso de mí) respecto a mi capacidad en el primer aspecto, me sabía un desastre en el segundo y necesitaba mejorar considerablemente la caracterización de mis personajes. Antes de ponerme a escribir el primer capítulo, decidí hincarle el diente a este tercer frente de batalla.

Había leído - no podría recordar dónde - un método bastante interesante para este menester, consistente en hacer un listado de rasgos característicos siguiendo la siguiente clasificación:

1.Rasgos Físicos.
2.Rasgos Psicológicos.
3.Circunstancias personales: familia, trabajo, salud, aficiones…

Al principio me contenté con esto, y no tenía muy claro si había que listar todo esto de todos los personajes o sólo de los principales. Tenía cuatro personajes principales sobre los que no había ninguna duda, pero otra media docena podrían considerarse… ¿secundarios? Decidí “listarlos” a todos, por si acaso. En ese momento tan primitivo de todo este maravilloso “proceso”, creía en la necesidad de ser muy metódico y no dejar cabo sueltos, sin comprender que la calidad de una novela depende mucho más de la pasión y la ilusión con que se escribe que de su técnica. Así que, no fuera que más adelante tuviera que lamentar mi precipitación (como en el EODC), pequé por exceso.

Miré el resultado de mis afanes. Algo fallaba. Añadí tres categorías más, siguiendo la pulsión de quien no conoce lo que va a escribir pero sí aquello que no podía faltar:

1. Frases típicas de: (soy un fiel creyente en el poder de las palabras, y un obseso de las citas, los aforismos y las sentencias).
2. Adjetivo que lo define: (soy un obseso de la adjetivación, a veces excesiva)
3. Lo que odia.

A modo de ejemplo, los adjetivos que definen a mis personajes (no diré a quién concretamente) son: PERSEVERANTE, LÓGICO, RECTO, PREVISIBLE, FRÍVOLA, HONORABLE, IMAGINATIVO.

No sé calibrar cuánto de aquel trabajo preparatorio se plasmó en la versión definitiva del Hechizo de Caissa (¿la 3.9?), pero creo que también con el Hechizo jugaba al ajedrez.., de alguna forma. Preparaba muchas “líneas”, muchas “variantes” aunque luego me decidía únicamente por una de ellas.

Pero si alguna vez escuché que los personajes del escritor son sus hijos, ahora os puedo asegurar que es cierto. (De nuevo el poder de las palabras). Nacieron en mis primeras meditaciones (¿9 meses? ¡por ahí, por ahí!), crecían día a día en mi cabeza, se alimentaban de mi tiempo, y en sus devaneos reproducían todos mis anhelos, todos mis temores, todas las vilezas que yo desprecio y las virtudes que admiro, y ahora que mi pluma ya no puede darles los coscorrones que merecen, .., me siento huérfano de ellos. Porque son como mis hijos. Los amé, los odié, me costaron de criar, y ahora los echo de menos.

sábado, 15 de mayo de 2010

EL TALLER LITERARIO 3.


”La crítica es la décima musa” Gustav Flaubert.

El taller literario tocaba a su fin. Para la última sesión estaba previsto un libro-fórum sobre la novela de Steven Pressfield “Puertas de Fuego”, sobre la batalla de las Termópilas, que todos los alumnos nos habíamos comprometido a leer. Después de casi una hora coloquiando sin desmayo pude llegar a la manida conclusión de que una novela puede catalogarse de obra maestra o de bodrio según el lector, su idiosincrasia, sus gustos, su estado de ánimo al leerlo, y mil imponderables imposibles de calcular. Pero supongo que tampoco esperaba un dictamen consensuado. No importaba, lo realmente interesante fueron los argumentos que se utilizaron para la crítica. Me hizo darme cuenta de la madurez adquirida en el género de la novela histórica después del taller literario. No sé si éramos mucho mejores escritores (seguro que no) pero sin duda éramos mucho menos ignorantes en relación al género histórico.

Pero a mí me interesaba mucho más la segunda actividad prevista para esa jornada. La semana anterior El Creyente nos solicitó, a modo de ejercicio práctico (y voluntario), un esquema de una “posible” novela, proponiendo que en esa última sesión expusiéramos el esbozo al resto del grupo, para analizarlo y recibir las críticas oportunas.

Yo había estado trabajando en mi planilla de programación del Hechizo, y estaba ansioso por someter mis ideas al escrutinio de mis compañeros. Muchas veces creemos que hemos hecho una maravilla simplemente porque nuestra vanidad, nuestro ego o un estado de hiperexcitación (comprensible, pero excesivo) no nos dejan ver la realidad objetiva. Pero este es un problema común a toda producción literaria, artística, creativa: ¿hasta qué punto estamos cegados como para no reconocer la realidad? Porque con la ciencia, es bastante más fácil de precisar el éxito o el fracaso, pero con el arte… Y no digamos cuando sólo se trataba del simple esquema de una idea. Yo ya había salido bastante escaldado de mi experiencia con el EODC, y necesitaba el refrendo de alguna opinión autorizada y crítica (de eso no me cabía ninguna duda, porque si algo nos gusta por naturaleza a los lectores compulsivos, es criticar) antes de invertir de nuevo cientos de horas en un proyecto que quizás no pasase del cajón de mi escritorio. Por eso yo tenía mucho interés en saber la opinión de mis compañeros.

Y ahora el lector podrá elegir entre estas dos opciones:

a) No expuse el esquema de El Hechizo porque otro compañero necesitó más de una hora en contarnos su proyecto, una prometedora historia de piratas berberiscos, y no hubo tiempo para más.
b) Soy un cobarde temeroso de oír lo que no quería, y en el último momento me entró el “canguele” y callé.

Cuando llegué a casa, y como “buen” ajedrecista que soy, sometí a análisis el fruto de lo acontecido esa jornada, y de todo el taller literario. ¿Queréis saber mis conclusiones?

1.Globalmente el taller literario había despertado mi sed de literatura en su vertiente productiva.
2.Había descubierto la necesidad de prestar una especial atención a la figura y el tono del narrador.
3.Había experimentado la programación como paso previo a la escritura.
4.Aunque no conocía el camino que me llevaría al Hechizo, El Creyente me había enseñado las calzadas de dirección prohibida.
5.Y estaba dispuesto a volver a intentarlo.Ahora lo sabía y mi decisión era firme.

Podéis imaginar la eterna deuda que tendré siempre con El Creyente por todas sus enseñanzas, pero ya os anticipo que eso sólo fue el principio. Sin él, El Hechizo de Caissa ahora sólo sería un legajo polvoriento en un cajón de mi escritorio.

martes, 11 de mayo de 2010

EL TALLER LITERARIO 2.

“Es mejor tener un mal plan que ninguno” ¿Grau? No estoy seguro, pero me viene como anillo al dedo.

Asistí a varias sesiones del curso literario cada vez más emocionado, interesado y expectante. A cada nuevo tema, en cada nueva sesión, encontraba salidas de mi laberinto, respuestas a mis dudas, soluciones a mis problemas: tipos de narrador, estilos formales, características de la novela histórica, y especialmente dos temas que influyeron (quiero creer) notablemente en mi escritura: el tono y la estructura argumental.

Respecto al tono, El Creyente es un auténtico experto en el mismo. Nos trasmitió la importancia de escribir con un tono adecuado, con humildad, sin presuponer nada en el lector y sin insultar su inteligencia. Nos mostró cuan delgada es la línea que separa la libertad de expresión y el respeto que todo escritor debe exhibir hacia sus lectores. Hizo hincapié en la necesidad de narrar creando un ambiente que invite a la lectura, que el lector nunca tenga la tentación de cerrar el libro porque de alguna forma haya podido sentirse vejado, ninguneado, menospreciado, ignorado o insultado, no ya con el contenido del texto, sino con el estilo. Me gustaría creer que el Hechizo se acerca, aunque sea de lejos, al tono narrativo que El Creyente recomienda.

Respecto al segundo tema, la estructura argumental, sí que tengo la seguridad de que aquella sesión del taller literario fue realmente influyente en El Hechizo. Cuando llegué a casa, pasadas las 21:00, saludé maquinalmente a mi mujer. Subí corriendo a mi destartalada y caótica buhardilla, legendarios revoltijos de papelorios por doquier, y me hice hueco sobre el escritorio. Saqué dos dobles folios (DIN A-3), un cartabón que utilizo para estos menesteres y un par de rotuladores de colores. Tracé líneas arriba y abajo, paralelas, perpendiculares, recuadros de similar superficie (aunque lo hice a ojo), y el resultado fue una planilla cuadriculada en la que consigné los “posibles” capítulos numerados del Hechizo (no queráis saber cuántas modificaciones hubo posteriormente de este primer esbozo) en la columna de la izquierda, y el supuesto nombre de los tres ejes argumentales del Hechizo en la primera línea. Sonreí orgulloso y solté ansioso los rotuladores para lanzarme sobre el lapicero. Escribí ideas, verbos, acciones, pasajes resumidos en una frase, en cada una de las cuadrículas resultantes. 

Algo así:
  • Primer capítulo-eje argumental de la historia de R: R recoge a M en el aeropuerto y..... 
  • Segundo capítulo-eje argumental de la historia de R: R juega al ajedrez con AV y M observa como ...
  • Primer capítulo- eje argumental de la historia de A. Desavenencias escolares de A y M...
¿Se entiende cómo estructuré la narración de todo lo que acontece en El Hechizo de Caissa en esa planilla? En el eje de las abcisas los tres ejes argumentales, y los n capítulos en las ordenadas.

Le saqué humo al lapicero, escribí, borré, enguarré aquellos dos dobles folios con flechas, subrayados, anotaciones marginales y tachones, y a las dos de la madrugada recordé que no había cenado, que no había escuchado a mi mujer y mis hijos cuando me chillaban que bajara y que no había tenido ojos para otra cosa que no fuera aquel borrador, porque la "loca de la casa" (la imaginación, que diría Rosa Montero) se había hecho con el timón.

Posteriormente, más calmado y con menos euforia salpicando el escritorio, corregí, retoqué, suprimí y trastoqué aquellas primerizas pinceladas. ¡Pero qué olvidado tenía al lápiz! Y me di cuenta de que a veces recurrimos al supertecnológico teclado olvidando que primero siempre viene bien manuscribir la idea.

Ni que decir tiene que el producto final del Hechizo difiere bastante de aquel primer esbozo. Pero creo que sin esas columnas maestras, sin esa planilla, el edificio del Hechizo se hubiera derrumbado irremisiblemente y jamás hubiera alcanzado el ático.., ni el segundo piso.

miércoles, 5 de mayo de 2010

EL TALLER LITERARIO 1. Una hormiga entre gigantes.

“Lo que llamamos casualidad no es ni puede ser sino la causa ignorada de un efecto desconocido.”Voltaire.

Sentía una ambivalente sensación de optimismo y derrotismo simultáneo. Por una parte escribía cada vez mejor, era evidente. Y por otra cada vez era más crítico conmigo mismo y me daba más cuenta de mis carencias. El fracaso del EODC me quemaba, pero todavía no estaba dispuesto a renunciar. Por otra parte la historia del Hechizo crecía en mi cabeza, las piezas del puzzle comenzaban a encajar, el tetris argumental cuadraba, incluso ya estaba urdiendo el final. Pero aún no tenía valor para sentarme frente al teclado. ¿Era valor lo que me faltaba? Me costaba reconocerlo, pero mi formación era demasiado deficiente. Por eso fracasé con el EODC. Ese era el problema.

A veces en la vida los acontecimientos ocurren gracias a pequeños detalles, a casualidades, a caprichosos del destino. ¿A veces? No entraré en discusiones semánticas de si fue la casualidad o la causalidad, simplemente diré que fue algo inesperado.

Acababa de leer una excelente novela histórica, “El hombre de Esparta”. Por casualidades del destino, el autor se la había regalado, con dedicatoria incluida, a mi hijo, y yo, depredador incansable, la leí con avidez y placer. Conseguí el mail del escritor y le envié un correo felicitándolo por su novela. Me sorprendió respondiéndome con prontitud y aprovechó para invitarme a un taller literario sobre novela histórica que él organizaba.

Al principio dudé. Yo era un hombre de acción y no me imaginaba compartiendo mesa redonda con sesudos literatos seguramente muy leídos.., y algunos bastante escritos, jeje. Una hormiga entre gigantes. Pero aquello duró apenas unos segundos. Veamos los elementos de la ecuación: novela histórica, aprendizaje de técnicas de escritura, quizás el empujón que necesitaba esa historia que crecía en mi cabeza, quizás la solución a los problemas que me hicieron fracasar en el EODC,… Demasiado azúcar en el pastel. Y yo soy muy goloso. Acepté.

Bajó de la moto, se quitó el casco. Me acerqué y le dije: “El creyente, supongo”. Él me contestó: “Fernando, supongo”. Bueno, no fue así, claro, pero ¿a que mola cómo se me desboca la imaginación en cuanto estoy delante de un teclado?

En aquella primera sesión celebrada en una acogedora biblioteca (¡qué paraíso!) hablamos sobre la motivación para la escritura, sobre la necesidad que tenemos de escribir, sobre libros, sobre historias destinadas a ser contadas, sobre la pulsión que en ocasiones nos arroja sobre el folio en blanco para tiznarlo, sobre…, y comprendí que no era un bicho raro. Yo era una hormiga entre gigantes, pero por alguna extraña razón me sentía de la misma especie.

Y así fue como conocí al “creyente”, el profe de aquel taller inolvidable. Él me animó, él me enseñó, él me orientó, y lo denomino así, creyente, porque él fue quien con más fuerza creyó en las posibilidades del Hechizo de Caissa. Su auténtico padre putativo.

domingo, 2 de mayo de 2010

TODO ESTÁ EN LOS LIBROS

“Los mejores libros son aquellos que quienes los leen creen que también ellos pudieron haberlos escrito” Pascal.

Aunque me gustaría excusarme diciendo que leía toneladas industriales de literatura como una necesidad para la escritura (se trata de lo mismo, ¿no?), la verdad es que lo hacía por puro placer. Me había convertido en un lector compulsivo, y creo que no dejé de serlo (¿ya lo he conseguido?) hasta que me puse en serio a la faena de escribir El Hechizo.

Prioritariamente leía novela histórica. Me apasionaba. Haefs, Manfredi, Mc Cullough, Graves, Posteguillo,…, Roma y Grecia fundamentalmente, aunque tampoco le hacía demasiados ascos al medievo. Me enamoré de Alejandro, de César y de Aníbal, especialmente Aníbal, la personificación de la astucia y la audacia.

En un momento dado me planteé que tanta novela histórica no podía ser buena. Si mi intención era escribir una novela de ficción enmarcada en el mundo del ajedrez, en la época actual, flaco favor me haría imbuirme en tanta cultura grecolatina ¿no? ¿No sería mucho más inteligente empaparme de géneros menos específicos, menos arcaicos, más cotidianos? Aunque no eran géneros del todo nuevos en mi repertorio, comencé a leer thrillers, algo de novela negra, ficción pura, e incluso me atreví con algunos clásicos olvidados. Leí novela epistolar, narraciones retrospectivas, historias de misterio, navegué por la crueldad, la dulzura, el amor y el odio, la venganza, el misterio, el dolor, la amistad y la traición. No sé cuánto de todo esto ayudó al Hechizo, aunque sí tengo claro que (por muy críticos u objetivos que seamos)  lo que leemos mediatiza nuestras ideas, nuestros puntos de vista, nuestros planteamientos vitales, nuestra imaginación y nuestra formación cultural. Leer es vivir otras vidas, sentir otros sentimientos, viajar por otros mundos y ver la vida desde otra perspectiva, un ejercicio tan placentero como necesario en ocasiones.

Y es que la lectura reposada va mucho más allá de la simple asimilación de conceptos, de la simple comprensión de una texto en forma de narración de una historia, del simple paladear de la sonoridad de los vocablos, de los rituales materiales (sillón orejero, música suave de fondo, café humeante), tangibles, físicos. A poco que nos lo propongamos, también tiene la facultad de despertar la imaginación. Pero sólo la lectura reposada, sin prisas, sin dejar una sola palabra sin escrutar. Leer mirando el reloj es improductivo en este sentido.

En una ocasión, en una entrevista televisiva, escuché a un escritor defendiendo la necesidad de dejar de leer durante el periodo de producción literaria, para evitar ser contaminado por el estilo de lo leído. Me dio que pensar y os ruego, sufridos lectores, que dejéis vuestros comentarios al respecto. Al principio pensé que tenía razón, y supongo que precisamente por eso abandoné temporalmente la lectura de novela histórica, pero ahora estoy convencido de que lo que leemos alimenta nuestra escritura de manera muy positiva. Despierta nuestra imaginación.

Cierto es que la lectura del libro depende mucho del estado de ánimo del lector, como también lo es que si se afronta la lectura buscando técnicas narrativas, figuras retóricas, ejes argumentales, etc…, has dejado de ser un simple lector para convertirte en un futuro escritor que se documenta leyendo. Y cuando eso me ocurrió, supe que El Hechizo de Caissa estaba fraguándose.