viernes, 18 de junio de 2010

RECTIFICAR ES DE SABIOS ¿NO?

Después de saber cuándo debemos aprovechar una oportunidad, lo más importante es saber cuándo debemos renunciar a una ventaja”. Benjamín Disraeli.

De lo leído hasta ahora en este blog, el lector puede sacar como conclusión que escribir una novela es un ejercicio de reflexión, programación y disciplina. Cierto, pero hay una cuarta cualidad necesaria: la capacidad para tomar dolorosas decisiones sobre la marcha. Un poco como el ajedrez; continuamente se analiza la posición del tablero (lo que se lleva escrito) y se determina cuál debería ser la siguiente jugada (el siguiente párrafo, secuencia, pasaje, idea…) desechando un montón de posibles variantes (borrando muchas páginas, ideas, algunas ya escritas, ¡qué dolor!).

Conforme iba escribiendo, avanzando a pasos agigantados en esos cinco maratonianos meses, me introducía más y más en la historia, en la piel de los personajes, en la trama argumental y supongo que me enamoraba del Hechizo sin apenas darme cuenta. Habitualmente trabajaba en el portátil, aunque hacía copias de seguridad periódicamente en cuatro soportes diferentes: pendrive, diskette, disco duro del PC fijo y una copia que me mandaba a mí mismo por correo electrónico. No quería que ningún fallo informático me hiciese perder una sola línea. Esto exigía ser muy sistemático para no olvidar hacer los backups ningún día, pero la seguridad era fundamental, porque antaño ya tuve alguna mala experiencia en este sentido y no estaba dispuesto a repetirlo. Otro de mis mecanismos de seguridad informática consistía en nombrar el archivo con LQPNMC (ya sabe el lector qué significa) y la fecha en curso, de forma que en caso de borrado accidental siempre pudiera recuperar el archivo del día anterior. Aproximadamente cada mes borraba los archivos antiguos, por aquello de no acumular demasiada basura.

Lo cierto es que mi portátil tuvo un problema de Hardware y, aunque pudiera parecer un serio contratiempo (recordad que muchos días iba a trabajar a la biblioteca) en realidad fue una bendición, porque decidí saltarme mis rutinas habituales e imprimí todo lo que llevaba escrito. Cogí un rotulador rojo y, aprovechando la perspectiva que da la distancia (temporal, espacial, nerviosa, espiritual,.., del tipo que sea) afronté la lectura del texto sobre el papel como si fuera un simple lector, un observador imparcial y no el autor. Supongo que esto es lo que en ocasiones hago cuando juego al ajedrez: intento no dejarme llevar por la pasión, por la ilusión de llevar a cabo “esa maravillosa idea que he tenido” e intento analizar la posición objetivamente. Eso hice. Y me di cuenta de que era necesario modificar muchas cosas, renunciar a muchas páginas, e incluso tomar dolorosas decisiones si quería que el Hechizo fuera verosímil, interesante, vivo, ágil, digno de leerse. De nuevo recurriré a mis “listados”.

COSAS QUE HAY QUE CAMBIAR:

1. La cantidad de “ajedrez”: esto es una novela, no un libro técnico. No es interesante explicar qué es el enroque o una clavada en cruz. El ajedrez puede ser una presencia permanente –la historia se desarrolla en su mundo-, pero no debe ser el protagonista, ni mucho menos.
2. La extensión capitular. Hay que acortar la duración parcial de los capítulos.
3. Los diálogos. Pronto comprendí que es el registro que peor me estaba quedando. Intenté mejorarlos pero, ante mi evidente incompetencia, decidí reducirlos al máximo.
4. La relación entre Marcos y S, como eje argumental independiente, merecía una mayor profundidad y extensión.
5. Los detalles. Me di cuenta de que determinados detalles (materiales, verbales, fisionómicos) revelaban mucha más información que decenas de palabras. Recordé una acertadísima máxima: “no cuentes, sugiere.”
6. Decidí aumentar la carga emotiva en tres capítulos (en tres finales de capítulo para ser exactos) y me obsesioné con finalizarlos con una frase contundente y reveladora. Hasta que no las encontré, no descansé.
7. Sobre la “programación” inicial, añadí un eje argumental que titulé “misterio familiar”, y en consecuencia le dediqué muchas más páginas porque entendí que aumentaba el interés del lector, siempre ávido de un poco (o un mucho) de suspense. Sé que buscar expresamente el suspense en la historia no está demasiado bien visto entre los literatos puristas, y se considera un truco mal reputado, pero en ese momento yo sólo escribía lo que me gustaría leer (una interesante brújula metodológica) sin importarme otras consideraciones que, de todas formas, ni siquiera conocía.
8. Añadí otros tres personajes secundarios, esta vez sin mucha intención de dotarlos de excesivo protagonismo, pero que entendí que eran necesarios por la información que aportaban para el esclarecimiento del “misterio familiar”.
9. Y con lágrimas en los ojos apretaba la tecla Supr. Para eliminar “paja”. Eran redundancias, informaciones sobrantes, adjetivos innecesarios, datos ajedrecísticos irrelevantes, basura adicional,.., pero era ¡mi basura! Un sacrificio necesario. La posición/el texto (que diría un crítico ajedrecístico/literario) pedía a gritos ese sacrificio.
10. Y se me ocurrió una idea interesante relacionada con la muerte de A, algo que ocurre en su funeral y que me quedó (creo) fetén. ¿O no? Vosotros juzgaréis. Tampoco se trataba sólo de “recortes”. También añadí alguna cosilla…

Que si, que lo de Shakespeare escribiendo a la luz de una vela su “Romeo y Julieta” en una sola noche puede resultar muy romántico, pero yo creo que de vez en cuando hay que pararse a reflexionar, tomar aire, coger la guadaña haciendo algún que otro sacrificio, y asumir que a veces sólo podemos reconocer los errores cometiéndolos.

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