jueves, 10 de junio de 2010

BISTURÍ, BRICOLAJE Y REHABILITACIÓN

El dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional.” Buda.

Los primeros días tras el accidente fueron terriblemente dolorosos, pero sólo desde el punto de vista físico. Pese a la gravedad de la lesión – rotura del labrum/cápsula articular, rotura de dos tendones del manguito de rotadores y fractura del troquiter – y la incomodidad que suponía el cabestrillo, era el brazo izquierdo y yo soy diestro, y además podía caminar y más o menos valerme por mí mismo. Algo muy diferente a las lesiones de tren inferior que suelen suponer inmovilización e imposibilidad de desplazamiento. Pero a mí no se me escapaba que aquella era una “señora” lesión, y el médico me indicó que, cuando se hubiera reabsorbido el edema que anegaba mi hombro, tendría que pasar por el quirófano.

Antes de la operación, al margen del dolor y de que iba permanentemente dopado (más tarde mi estómago pagaría un alto precio por tanta orgía farmacológica), la cosa era bastante llevadera. Podía escribir con la mano derecha. De hecho, en ese periodo pude escribir bastante más de lo que esperaba, pese a la incomodidad, y si no fuera por el dolor hubiera podido considerar ese periodo como “de asueto”.

A finales de noviembre (exactamente el día de mi cuarenta cumpleaños, para que no lo olvide nunca) me reconstruyeron el hombro insertándome cinco tornillos. Como seguro que todos los lectores han pasado alguna vez por alguna intervención de este tipo, no me explayaré en exceso sobre el dolor, la sensación de impotencia, y la inquietud que me embargaba ante un inexacto e incalculable “periodo de rehabilitación”. La inmovilidad (lo peor era dormir con aquel asqueroso aparato ortopédico que me endosaron, de una rigidez absoluta) y la inacción son una auténtica tortura para un deportista activo como yo.

Pero eso era porque aún no conocía el auténtico significado de la palabra tortura. Me lo enseñó el amable fisioterapeuta encargado de los ejercicios de “movilización” de mi programa de rehabilitación. Sólo de recordarlo, mis tendones ya se quejan.

Como carece de interés, sólo diré que el proceso de rehabilitación fue largísimo, -incluso cuando me dieron el alta médica y volví al trabajo continué mis ejercicios -, dolorosísimo y muy exigente en cuanto a disciplina. Que yo recuerde fueron 45 sesiones en el centro de rehabilitación de algo más de hora y cuarto u hora y media, a base de infrarrojos, onda corta, ejercicios de movilización (“tortura” pura y dura, pero a los médicos les encantan los eufemismos), ejercicios de estiramientos , ejercicios con barra, ejercicios con polea, ejercicios con sobrecarga y electroestimulación, y algunos otros (pendulares, resistidos, rehabilitación en piscina) que se prolongaron muchos meses más. No lloriqueo gratuitamente, sino simplemente sirva esto para indicar que la rehabilitación me suponía unas cinco horas diarias, sin contar los desplazamientos (de los que hablaré en mi siguiente post). Así que no fueron precisamente unas vacaciones. Y lo que nadie sabía es que el resto del tiempo no lo dedicaba a dormir o ver la tele, sino a leer y a escribir. El Hechizo estaba en marcha, y ahora disponía de tiempo para avanzar en la historia. Es curioso. Tenía todo el tiempo del mundo y sin embargo me obsesionaba el comenzar a trabajar – que me dieran el alta - y dejar a medias El Hechizo, porque sabía que entonces corría el riesgo de abandonarlo definitivamente. Era un sentimiento ciertamente paradójico y ambivalente: trabajaba durísimo en mi rehabilitación física (lo juro) y simultáneamente deseaba aprovechar al máximo aquel estatus y avanzar todo lo que pudiera el Hechizo.

Cuando acabé las sesiones programadas, el doctor/rehabilitador me dio el alta felicitándome por la velocidad de mi recuperación. “¿Y el dolor?”, pregunté yo. “Ese no es mi trabajo. Mi misión era recuperar la movilidad del hombro, y ya estás al 100%” contestó. Cierto, había recuperado el 100% del rango articular, pero dolía a rabiar y en ese momento comprendí que nunca más volvería a ser el mismo. Que nunca más mi lanzamiento sería un latigazo que sorprendería a los porteros, que no volvería a marcar Ippon con un Uchi-mata y que estaba deportivamente acabado. Ni los analgésicos, ni la natación, ni la cortisona podían hacer nada para remediarlo. Menos mal que me quedaba el ajedrez y la escritura ¿no?

Aquellos cinco meses, fueron una auténtica maratón. Y aún hoy estoy convencido de que sin aquella “desgraciada” lesión, El Hechizo de Caissa nunca hubiera visto la luz. ¿Merecerá la pena el precio que pagué?

2 comentarios:

  1. O pones "bricolaje" con j (aunque venga del francés "bricolage" o te bajo 0´25.
    Me ha dolido sólo de leerlo...
    Tampoco te quedaba tanto de balonmano y judo...Quien más quien menos ya está deportivamente acabado sin lesión de hombro. ;)

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  2. Muy interesante aporte. En la actualidad la rehabilitación se ha convertido en el pilar básico para alcanzar el grado máximo de curación por lo que es muy necesaria la capacitación de profesionales en esta materia.

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