jueves, 29 de abril de 2010

BITÁCORA

“Se tiende a poner palabras allí donde faltan las ideas”. Goethe.

Cuando comencé a escribirlo pensé que jamás rellenaría sus más de ochenta o noventa páginas – no sé, no están numeradas - y hoy ya voy por el segundo ejemplar. De gusanillo, tamaño cuartilla y tapas duras, aquel cuaderno me acompañó de principio a fin del Hechizo, y se me hizo tan necesario que a veces trasportaba mi novela en un diminuto pen-drive o incluso en un ligero diskette, pero siempre acompañada del pesado cuaderno. Inseparable. Donde iba yo, iba el cuaderno.

En las primeras páginas escribí un resumen de la idea original. Pretendía llevar un cierto orden y esperaba que el cuaderno tuviese una apariencia relativamente aceptable desde el punto de vista formal. Hoy me río al ojear esa caótica colección de garabatos desafiantes a cualquier lógica y formato, multicolor, a veces absurdo, aderezos flechados, exclamaciones, tachones, algún que otro ¡voy a conseguirlo! y bastantes ¡vaya bodrio!

En él consigné mis ideas, la estructura de la historia, los nombres de los personajes, los problemas que me iban surgiendo, las soluciones que se me iban ocurriendo, los puntos a tratar de este o aquel capítulo, lluvias de ideas (¡nada de braimstormings!, ¡Cervantes forever!) (¿captas la paradoja y el calado de mi abducción?), frases, palabras sueltas, nombres y apellidos, fechas, ejes temporales, perfiles psicológicos de los personajes, datos, nombres de aperturas, de jugadores, anécdotas, chistes, ocurrencias, …

A modo de ejemplo, un listado de “listados” que se pueden encontrar en mi cuaderno de bitácora:

1.Nombres y personajes.
2.secretos ocultos.
3.ideas para el epílogo.
4.Credo de R.
5.Cosas que NECESARIAMENTE tienen que aparecer.
6.¿qué odia R?
7.Rutinas de trabajo (referido a mi trabajo, nada que ver con la historia)
8.¿qué tipo de irregularidades comete A?
9.Anécdotas ajedrecísticas a incluir.
10.Secuencia temporal del eje argumental 1
11.Secuencia temporal del eje argumental 2
12.Secuencia temporal del eje argumental n
13.planificación “optimista”.
14.¿Títulos?
15.Citas.
16.Cosas que el lector debería conocer del ajedrez.
17.…

Más ejemplos: un listado de anotaciones diversas que se pueden encontrar en mi cuaderno de bitácora:

1.piedra preciosa de color verde…
2.al final de cada capítulo incidir en…
3.réplica, imagina tu p tras tu j…
4.fruta prohibida...
5.el poder de las palabras…
6.hay que aumentar la carga dramática en…
7.descripción ambiental de…
8.hacer una simulación de cómo quedaría cambiar tiempos verbales de …
9.entrevista con LPC ¿cómo mierda voy a conseguir…?
10.escribe a vuela pluma…
11.decálogo de A…
12.joder, qué bueno es Santiago Posteguillo…
13.exceso de extensión.
14.revisar comas sobrantes.
15.…

¿Por qué se llama cuaderno de bitácora? La bitácora es/era el armario próximo al timón donde se guarda/ba la brújula en los navíos. Algún purista me dirá que el título de esta entrada del blog debería ser precisamente ese: “cuaderno de bitácora”. Pero ahí está precisamente el quid; este cuaderno es mi bitácora porque sin él estaría totalmente perdido, sin brújula, sin timón, sin esperanza alguna de llevar a buen puerto El Hechizo. Un armario gráfico donde guardar ideas convertidas en palabras.

De nuevo, el poder de las palabras, que suelen querer decir mucho más de lo que dicen…

A mi bitácora le puse una etiqueta que rezaba: “LQPNMC”, cuyo significado revelaré más adelante.

lunes, 26 de abril de 2010

CURRICULUM OCULTO

“Educación es lo que sobrevive cuando lo aprendido se ha olvidado”. Skinner.

Consultado el oráculo infalible (je, je), esto es, la wikipedia, el currículo oculto se definiría como “aquellas lecciones o aprendizajes que son incorporados por los estudiantes aunque dichos aspectos no figuren en el currículo oficial”. Y añade, “pueden ser enseñados o no con intención expresa”.

Obviamente, y dado mi desempeño laboral como maestro, este es un tema que me toca de cerca y en el que creo firmemente. Creo mucho más en lo oculto que en lo revelado, impuesto, exigido. Creo que Don X me enseñó mucho más que los verbos irregulares de la lengua de Shakespeare, que la milimétrica equidistancia de los polinomios que dibujaba don M en la pizarra me ayudaron mucho más que las operaciones en sí mismas, que la gestualidad de don P y su vehemente defensa del esfuerzo como valor insustituible fueron un auténtico trampolín para mis logros laborales, y que la forma en que don C chocaba la mano, saludaba al inicio de la clase, nos exhortaba a preguntar sin miedo, …, todo eso es lo que realmente me formó.

Y probablemente docenas de actitudes, valores y comportamientos que aún no he descubierto pero que tiznan mi personalidad actual, que aprendí sin estudiar, que inhalé automáticamente, que resuenan en mi memoria y viajan por mi recuerdo inconsciente y que, aunque quiera, nunca podré olvidar. Por eso se llaman ocultos. Están ahí, y los hemos adoptado, hasta el punto de que ya forman parte de nosotros, aunque no los veamos. Pero no sabría definirlos, enumerarlos, listarlos, detectarlos siquiera. No están en ningún documento formal, ni aparecen en ningún libro de texto. Pero son ellos los que realmente me enseñaron a ser exigente, afable, duro, flexible,..., con mis actuales alumnos.

Se trasmiten imperceptiblemente, en una sonrisa, en un gesto, en un refrán, en una mirada, en un hábito, en un tono de voz, en un grito, en una forma de coger el bolígrafo, en un dicho con el que siempre haremos mofa de este o aquel profesor pero que realmente lo identificaba, en un deseo de perdurar, en una huella inevitable. Por eso me gustan tanto las citas, los refranes, el poder oculto de las palabras. Porque dejan poso.

Obviamente la gente me pregunta de qué va El Hechizo de Caissa, quiénes son los personajes, los protagonistas. Como no quiero espantarlos dándoles una idea equivocada, les miento.

El Hechizo de Caissa, realmente, es una novela sobre dos estilos educativos contrapuestos. Y el héroe, el auténtico protagonista es…, el currículum oculto.

viernes, 23 de abril de 2010

TENTÁCULOS

“Siempre hay algo más”. Arturo Vilches.

Pues sí. Una de las píldoras más difíciles de tragar para el aficionado es el descubrimiento de la dimensión científica y teórica del ajedrez. Pronto descubres que para no ser aplastado en pocos movimientos es necesario el estudio. Esto puede parecer incomprensible para quienes sólo le atribuyen y permiten una naturaleza lúdica, pero no olvidemos que la geometría, las matemáticas, la ciencia (en general) y el arte, están sometidos al dominio de unos conocimientos más o menos extensos. En el ajedrez, el corpus de conocimiento es descomunal. Sólo en el apartado “teoría de aperturas” se necesitan varias vidas para dominarlas todas. Es un coloso inagotable. Crees que estás preparado, pero nunca lo estás. Siempre hay una variante colateral, una novedad jugada en el último torneo, una línea “resucitada”, o una jugada inferior, para la que no estás preparado. Hay que conocer trucos de trasposición, celadas temáticas, esquemas tipo, posiciones críticas, estructuras de peones, etc.., y eso es infinito.

Pero claro, algo hay que hacer. ¿Opciones?

Plan A: No estudias aperturas y confías en tu imaginación, en solucionar los problemas sobre el tablero, en tu habilidad táctica y estratégica en el medio juego. Problemas: Dilapidas todo tu tiempo en la apertura. Caes continuamente en trampas y trucos de trasposición. Muchas veces eres barrido del tablero antes de llegar al medio juego. Muy romántico. Muy poco práctico. Muy cómodo. Muy inefectivo.
Plan B: Estudias todas la aperturas. Problema: No eres humano.
Plan C: Seleccionas y creas tu propio repertorio. Problema: Aun así, es mucho lo que hay que estudiar, o te arriesgas en ser “cazado” (como decimos en argot).

El Plan A apenas sirve para el ajedrez de café y ni siquiera eso. Al Plan B no se acerca ni de lejos ni siquiera los Gms, ni siquiera Kasparov.

El Plan C es el único realista, pese a sus inconvenientes. De entrada supone un sesgo evidente y siempre hay alguien que sabe más que tú en esa línea de apertura que tú pensabas que te sabías de rechupete. Además te hace previsible y es fácil prepararse contra ti. Pero claro, es la única opción.

Yo soy bastante versátil en mi repertorio – en consecuencia mi preparación teórica es horrible, pues ya se sabe lo de “quien mucho abarca poco aprieta”- en parte porque soy un vago al que no le gusta estudiar, en parte por desidia, y en parte (un poquito) porque mis tentáculos teóricos tenían la obligación de alcanzar un mínimo de todas las principales aperturas ajedrecísticas. Necesidades del proceso de documentación. Ardua tarea.

Tranquilos. En El Hechizo no es necesario conocer nada de teoría de aperturas. Nada de ajedrez teórico. Es una novela no para aprender ajedrez, sino para aprender a entenderlo. Pero el autor sí debía saber de qué hablaba cuando menciona una Pirc, una Scheveningen, o un Petrov. Ardua tarea documental.

miércoles, 21 de abril de 2010

AVATARES 2

La verdad existe. Sólo se inventa la mentira.” Georges Braque.

Aunque puede resulta pueril perder el tiempo con estas reflexiones, uno de los atractivos principales de nuestros héroes infantiles era su anonimato. Algunos lanzaban telarañas, otros surcaban Gotham en su Batmóvil, o defendían a las doncellas como cruzados medievales, o estampaban su Z justiciera en el torso de sus malvados adversarios, o…, pero todos tenían una doble personalidad, y parte del mérito argumental se basaba en el suspense de saber si finalmente sería descubierta su auténtica identidad, si algún villano lograría arrancarles la máscara.

¿Por qué nos gusta parecer lo que no somos, disfrazarnos, metamorfosearnos? ¿Por qué nos encantan los carnavales, la impunidad del anonimato, la libertad de airear nuestros más atávicos instintos bajo la protección de ese manto de impersonalidad? ¿Por qué tenemos miedo de dar la cara? ¿Alguna vez hemos pensado en ello? La vida es pura comedia, qué duda cabe, y nos encanta trasformarnos, disfrazarnos, enmascararnos. Cada vez que nos maquillamos, cada vez que lucimos la bufanda de nuestro equipo, nuestro vestido regional, cada vez que acudimos a una boda, en nuestros festejos, en nuestras costumbres culturales… Nos encanta buscar excusas para huir de la rutina de nuestro vestuario. Forma parte de la esencia humana, el ansia por trasformarnos, por crear avatares y vivir pedazos de vida que nos hacen sentir actores de una existencia que anhelamos y pocas veces tenemos la oportunidad de disfrutar. La vida es pura comedia y nos encanta evadirnos tras la máscara. ¿A quién no?

Pues eso hice. De por sí el juego –en general- ya es una forma de evasión, un avatar, una transformación que nos acerca, de una forma u otra, a los dioses, a su plenipotencia, a su impunidad. El ajedrez lo es todavía más. Fabulamos “seriamente” con ser los amos y señores, los generales de un ejército, dioses jugando con troyanos y aqueos (no olvidemos que Homero es nuestro padre literario) y llamamos ciencia a nuestro arte, y arte a nuestra ciencia y deporte a nuestro juego. Es una máscara cubriendo nuestras intenciones, una matriuska infatigable, una naturaleza difusa (¿arte, ciencia, juego, deporte?) y nuestra forma de jugar, nuestro estilo, suele mostrar nuestro talante. No jugamos el ajedrez que queremos, sino el que llevamos dentro.

Durante más de cuatro años mis avatares, Nehemevic y Magtal, me enseñaron el juego que llevo dentro. Mis nicknames, mis personajes, mis máscaras navegaron por el ajedrez on-line. Jugué con ellos a ser quien no era realmente, jugué a cambiar (o intentarlo) mi estilo de juego, y jugué a relacionarme chateando con mis adversarios, de la misma forma que lo harán mis personajes en el Hechizo.

Toda la trama de este minieje argumental (el ajedrez on-line, en la red), se fundamenta en una teoría que yo he elaborado, experimentado y constatado con mis avatares: que se puede identificar a un jugador, ponerle nombre y apellidos, sin necesidad de verle la cara, simplemente estudiando - o simplemente observando - su estilo de juego, sus partidas, sus jugadas. Esta teoría era la base del nudo argumental del EODC (mi proyecto abandonado e inconcluso) y de soslayo, muy tangencialmente pero con una presencia importante, forma parte del Hechizo de Caissa.

viernes, 16 de abril de 2010

AVATARES


“Las personas cambian y generalmente se olvidan de comunicar dicho cambio a los demás.” Lilliam Hellman.

Además del título de una exitosa producción cinematográfica, avatar es, entre otras acepciones, una trasformación de un personaje. “Aspecto nuevo de una cosa cambiante”, reza el diccionario.

Mi cuñado dice de mí que soy un cavernícola en lucha permanente con las nuevas tecnologías. No le falta razón. Odio leer los manuales de instrucciones de los electrodomésticos, me horripila cualquier novedad tecnológica que trastoque mis hábitos, deploro la práctica de la escritura abreviada de “la cultura del móvil”, y en general aplico esa conocida máxima de que “toda novedad es siempre sospechosa”. Soy un dinosaurio y lo sé. Y aunque no me siento orgulloso por ello, tengo que reconocer que a veces me asalta el pensamiento de que no es tan malo, y que es mucho peor creer a pie juntillas en las bondades indiscutibles de las nuevas tecnologías. Pero confieso que ya me he rendido. Tengo móvil, cámara digital, escribo en ordenador, tengo este blog, y consulto a diario el correo electrónico. Y cada día estoy más convencido - aunque ante determinadas personas, entornos y círculos lo niegue vehementemente - de que el futuro está en el aire (¡como el amor!), es decir, en la red. Porque todos, de alguna forma hemos caído en la red. Yo caí por culpa de……, del ajedrez, claro.

El ajedrez on-line (jugar ajedrez contra otros rivales en internet en tiempo real) es una modalidad muy recomendable (para el aficionado desesperado por su solitud), muy adictiva (para el aficionado enamorado cuantitativamente de Caissa) y muy interesante (para el aficionado obsesionado por mejorar su ajedrez). Permite jugar partidas de trivial entretenimiento, partidas de instructivo entrenamiento de aperturas, partidas de profundización en posiciones tácticas o estratégicas, y partidas de entrenamiento contra el reloj. Pero hay dos ventajas todavía más importantes: la variedad de adversarios y estilos que reporta, y la seguridad de poder jugar a cualquier hora del día. Se acabó el infierno de la ausencia de rivales. Se acabó el purgatorio de niveles de juego demasiado fuertes o demasiado débiles en relación al propio. Bienvenidos a la mayor comunidad ajedrecística del mundo. Bienvenidos al deporte que mayores posibilidades competitivas tiene en la red.

Era necesario en mi experiencia previa a la redacción del Hechizo. Me disfracé de Magtal y de Nehemevic. Jugué con estos avatares. Aun podéis encontrarme en alguna página de juego (no haré publicidad gratuita de ninguna) con estos nicknames. Fueron imprescindibles en el proceso de documentación del Hechizo. De hecho, son personajes principales del Hechizo. Con ellos navegué, naufragué, boté nuevos navíos, aprendí, y me vicié. Ajedrez on-line. Todo un mundo. Todo un futuro. Toda una aventura.

Una aventura que narraré en El Hechizo De Caissa. Os contaré cómo se juega on-line, cómo se chatea con los adversarios, cómo le fue a Magtal, a Nehemevic…, y ya os adelanto que el ajedrez on-line constituye en sí mismo casi un eje argumental prioritario de la novela.

miércoles, 14 de abril de 2010

EL ÍDOLO

“Nada levanta tanto al hombre por encima de las mezquindades de la vida como admirar, sea lo que sea o a quien quiera que sea.” Thomas Carlyle.

A estas alturas todos mis lectores saben cuál es mi ídolo ajedrecístico: Mijail Nehemevic Tahl. Y también saben de dónde me viene mi incondicional admiración, aquel mi primer libro de ajedrez escrito por el genio de Riga en el que narra la consecución del campeonato del mundo en su particular match con Mijail Botvinnik. En realidad esto es lo realmente importante. Yo me enamoré de Caissa gracias a él. Y para mí no existe mejor jugador, por mucho que un análisis objetivo me lleve a la conclusión de que Fischer, Kasparov, Alekhine o Capablanca (incluso el mismísimo Botvinnik) hayan hecho más méritos para ser considerados los mejores.

Podría decir que Tahl tiene algo especial, algo único, algo característico. Pasó a la historia de los anales de Caissa como uno de los mejores jugadores de ataque, si no el mejor, como un genio de las combinaciones, de los sacrificios, del juego preciosista, del riesgo, de la desbordante imaginación que supera a la lógica, de la audacia en el tablero, de… Y todo es cierto, pero la experiencia me ha enseñado que el ajedrez es mucho más que todo eso.

También podría decir que, si algún anhelo tuve, si a alguien deseé emular en un tablero, si algún tipo de juego deseaba asimilar, ese era el de Tahl. El juego despreocupado, batallador, creativo, artístico. La diversión en el tablero por encima de otras consideraciones técnicas, e incluso por encima de la lógica. Huelga decir que jamás lo conseguí, ni lo conseguiré, como también es cierto que de vez en cuando lo intento infructuosamente.

A los advenedizos les cuesta entender que cuando reproducimos una partida de uno de los campeones del pasado (o del presente) estemos gozando como cuando presenciamos un partido de fútbol, o de tenis, o de baloncesto. La mayoría piensa que es aburrido, una estupidez, aunque paradójicamente asuman como natural y normal y practiquen con placer el visionado de otros deportes haciendo sillón-ball. Obviamente para mí Mijail Tahl es el Michael Jordan, el Maradona (o  el Messi, que ahora está de moda), el Bjorn Borg del ajedrez.

Pero todo esto es secundario. Mijail es mi ídolo por un motivo claramente cronológico. Él fue el primero que me desnudó a Caissa. El primero que me hizo admirarla. El primero que me hizo gozarla. Porque Mijail fue una simple extensión física de un concepto mucho más complejo que la simple idolatría personal: fue la personificación del ajedrez que yo amé. Que yo amo.

Gracias Mago de Riga.

En El Hechizo de Caissa intento rendirle un modesto y merecido homenaje.

sábado, 10 de abril de 2010

EODC RELOAD

“El éxito es la cima de una montaña de fracasos”. Proverbio.

Haría bien en comprender que cuando algo comienza mal necesariamente ha de acabar mal. Pero como dice el dicho, a veces la única forma de identificar un error es cometerlo.

Lo cierto es que cada vez que abría el cajón del escritorio, aquellos 150 folios de EODC me miraban con ojitos de cordero degollado, suplicantes. Complétame, me decían. Pero yo me resistía. No era necesario ser demasiado objetivo como para darme cuenta de que era un material de baja calidad, difícil de mejorar porque adolecía de una correcta estructura, y cuando el esqueleto argumental es endeble no importan mucho los aderezos, por mucho que yo no dejara de reconocer una cierta prestancia en la forma del texto. La historia hacía aguas por múltiples fisuras, por múltiples motivos, por múltiples carencias, por...

Pero claro, el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra ¿no?, y a mí me daba mucha pena tirar a la basura todas esas horas de trabajo. No recuerdo muy bien cómo fue el asunto. Supongo que la idea me vendría después de visionar por enésima vez una de mis películas favoritas, "La ventana indiscreta". Era una idea que siempre me había cautivado, así que creé un personaje, el voyeur, que narraba, como una voz en off, lo que veía desde su ventanal. Ello me permitió solucionar algunos problemas relacionados con el tempo, la secuencia temporal, porque ese personaje escribía en un diario sus observaciones de los hechos acontecidos, pero también sus impresiones sobre los hechos, permitiéndome una narración algo menos fría e impersonal. Todo el texto del voyeur lo escribí un año y medio después del EODC y pude percibir una cierta madurez en mi escritura. De hecho, lo que más me gusta de todo aquel legajo son las treinta y tantas páginas del voyeur.

Durante un par de semanas creí haber superado mis problemas y volví a ilusionarme con la posibilidad de llevar adelante el proyecto. El voyeur me había dado alas y esperanzas. Pero claro, aquella era un impresión en caliente, y yo no era tan estúpido como para no saber que hace falta un poco de perspectiva temporal antes de emitir un juicio válido.

A las pocas semanas comprendí que el voyeur era un burdo intento por resucitar, un boca a boca desesperado, al cadáver que era el EODC. Punto y final. Era incapaz de escribir.Había que asumirlo.

Entonces me sentí muy abatido, lógicamente. Pero hoy me doy cuenta de que sin el EODC, sin aquella frustrante y edificante experiencia, incluso sin aquel desesperado intento de reload que suponía el voyeur, El Hechizo de Caissa nunca hubiera sido posible.

martes, 6 de abril de 2010

ENSEÑANDO AJEDREZ 2: CLASES MAGISTRALES

"El Maestro ciruela, que no sabe leer y pone escuela." Refrán.

Uno de los múltiples valores que desarrolla el ajedrez es la humildad. En este juego-ciencia-arte pronto se aprende aquello de que “siempre hay alguien mejor”. Así que cuando empiezas a valorar tu mejoría como positiva, óptima, adecuada, etc., o crees alcanzar un nivel considerablemente más alto, siempre hay algún resultado negativo, algún revés, alguna paliza que te propinan, que te empuja a pensar en abandonar el juego (¡qué iluso!). Todo ajedrecista lo sabe: somos esclavos y siempre hay un mayor nivel de conocimiento.

Pero también es muy gratificante (de nuevo alimento para el ego) enseñar ajedrez. Yo, que he enseñado muchas disciplinas y deportes, lo sé.

Anduve algún tiempo dándole vueltas al tarro, y decidí que uno de los personajes del Hechizo sería un maestro de ajedrez. Enseñaría ajedrez. ¿Cómo? Buceé por la bibliografía sobre entrenamiento y didáctica ajedrecística, asistí a un par de cursos, presencié lecciones on-line (videos en internet) y leí manuales de entrenamiento (alguno en inglés, ¡horror!). Llegué a la conclusión lógica de que, como dice el dicho, a capar se aprende capando, y a jugar al ajedrez…, pues eso. Pero yo no estaba satisfecho. Decidí que mi personaje impartiría “clases magistrales”. Dado los rasgos característicos de su personalidad, tenían que ser clases muy elaboradas, muy preparadas, muy específicas. Y decidí que antes de plasmarlo en el papel, era necesario vivirlo.

De nuevo recurrí a mis compañeros del club los Xuferos y los castigué (¡qué pacientes!) con un curso de varias sesiones sobre temas tácticos. Preparé una pequeña introducción teórica para cada motivo táctico, media docena de ejemplos prácticos y una docena de ejercicios a solucionar. Allí estaba yo, casi un principiante, dando “lecciones” a jugadores de una fuerza muy superior a la mía. No negaré que aguanté el tipo como pude, pero realmente estaba un poco avergonzado cada vez que le decía a P, o a A, o al maestro de todos RBR, que la clavada en cruz con los alfiles era fabulosa, que si el jaque doble descubierto era mortal de necesidad, que si la séptima absoluta siempre ganaba… Poco imaginan ellos lo inseguro que me sentía, el apuro que me daba,…, y lo necesaria y fructífera que fue aquella experiencia para El Hechizo. Pero lo hice, y creo que me salió bien. Aquella fue una de las tareas de documentación más elaboradas de toda la novela. Es dificilísimo dar clases magistrales de ajedrez.

Posteriormente preparé otro monográfico sobre una dudosa (malísima pero divertida) variante de la apertura Pereyra. Como complemento necesario, más bien, porque las aperturas son un corpus de conocimiento fundamental para el ajedrecista, aunque realmente para entonces el Hechizo ya casi estaba escrito.

jueves, 1 de abril de 2010

ENSEÑANDO AJEDREZ: EL VICIO DEL ANÁLISIS

"La mayoría de los educadores continuaría dando clases sobre navegación mientras el barco se estuviera hundiendo." James H. Boren.

Uno de los primeros aprendizajes ajedrecísticos es la recomendación-necesidad-hábito del análisis postmortem. Es decir el análisis de las variantes jugadas en la partida, al finalizar ésta, y las que no se jugaron pero pudieron darse en el tablero. Prácticamente en la totalidad de los textos didácticos encontramos autores y Grandes Maestros que nos animan a analizar nuestras partidas, incluso existe todo un subgénero dentro de la literatura ajedrecística que son los textos de partidas analizadas. Y también nos dicen que el análisis nos ayudará a mejorar nuestro juego, que es necesario para progresar que.... Cierto, no seré yo quien lo niegue.

Pero una práctica tan pedagógica e instructiva puede convertirse en un vicio insano, y es muy delgada la línea que separa el análisis sereno y objetivo y la comilona desmesurada para engrosar el ego.

Seamos sinceros, ajedrecistas del mundo. ¿Cuántas veces nuestro análisis no buscaba encontrar una (¡y sólo una!) variante capaz de justificar ese sacrificio erróneo, esa jugada “ingeniosa” y malísima, esa dejada de pieza “con contrajuego”… Ya lo he dicho muchas veces, pero insisto. El ego del ajedrecista es tremendamente sensible. Y estamos dispuestos a mentirnos para salvaguardarlo. Pasamos de puntillas por las variantes que demuestran nuestras debilidades, corremos a repasar aquellas que nos son favorables y tenemos la desvergüenza de convertir un análisis pausado en “otra” partida, todo para demostrar lo buenos que somos. Y en un alarde de incoherencia ¡hasta nos atrevemos a analizar incluso los blitz de cinco minutos! ¿Como vamos a analizar variantes que NUNCA se consideraron (por falta de tiempo) en la partida? Absurdo. Pero claro, ahí el objetivo deja de ser pedagógico y ya se trata de mimar a nuestro ego. Y reconocerlo  es una cualidad propia del buen ajedrecista.

Además hay un valor añadido a ese análisis tan poco objetivo: cuando te sirve para lucirte ante un jugador inferior o un principiante. Entonces se nos llena la boca de expresiones de argot, que si columnas abiertas, que si entregas de calidades que compensan la posición, que si “holes”, cuñas y puestos avanzados, que si diagonales mortales, que si… Y hablamos un lenguaje, un registro específico que nos hace sentir pertenecientes a una casta, a un selecto círculo de elegidos como si poseyésemos la piedra filosofal o el mapa de El Dorado.

Y muchas veces esa verborrea con la que hacemos gala de nuestra sapiencia ante los principiantes no hace sino revelar una inseguridad apabullante. Porque el auténtico ajedrez no sólo es ciego. También es mudo. Las palabras nunca podrán esconder la verdad que el tablero revela.

Mea culpa. En ocasiones yo fui un analista muy poco objetivo, porque me molaba demostrar a mis interlocutores todo lo que sabía. Y he conocido muchos así. ¿Quién no? ¿Quién no se ha dejado vencer alguna vez por esa sensación de superioridad que se siente cuando tu análisis es la última palabra?

Pero también en ocasiones tu análisis ante un principiante le ha descubierto cosas, detalles, normas, principios, axiomas ajedrecísticos que le han enseñado. Y entonces descubres el placer de enseñar. Sobre esto profundizaré más adelante, y adelantaré que es un tema esencial en la trama de El Hechizo. La enseñanza del ajedrez. El placer de enseñar.