jueves, 12 de enero de 2012

TALLER LITERARIO DE ANTONIO PENADÉS

Hola a todos mis lectores. Aunque el blog está realmente abandonado, quiero hacer esta entrada en respuesta al requerimiento de mi amigo Antonio (El creyente de este blog) y fiel al compromiso que con alguno de mis lectores adquirí vía email de informarles del  programa del Taller literario de Antonio Penadés.
Como mis lectores saben, yo fui alumno de ese taller, hace ya algunos años, y sin duda no hubiera podido escribir El Hechizo de Caissa sin los conocimientos que allí adquirí.

Algunos me habéis preguntado por el taller. Toda la información de la edición de este año la podéis encontrar en  http://www.antoniopenades.es/images/view.pdf

Para los que se interesen por la técnica narrativa y/o la novela histórica es un taller muy apropiado y recomendable, en el cuál tendré el honor de participar en una sesión (Las fuentes de la ficción) donde contaré, entre otras cosas, cómo escribí El Hechizo de Caissa.

sábado, 4 de junio de 2011

EL SEGUNDO ALIENTO



”La paciencia es un árbol de raíz amarga pero de frutos muy dulces.” Proverbio Persa.

Anoche asistí a la presentación de la última novela histórica de Simon Scarrow, una de las múltiples ofertas culturales con que nos regala periódicamente la fundación Libertas 7 y el Museo L’Iber. Como siempre, el instructivo acto estuvo genial y aprendimos mucho de la sapiencia de un puñado de genios en materia histórica y literaria (Penadés, Scarrow, Noguera, Posteguillo).

Al finalizar la presentación propiamente dicha y la alocución del autor se pasó al habitual capítulo de preguntas. Entre otras muchas, mi ídolo Santiago Posteguillo formuló una relacionada con la preparación y programación en el proceso creativo de la redacción. Scarrow respondió que él necesita veinte minutos para poner “la máquina a funcionar” (no es trascripción exacta sino libre interpretación mía, aunque la respuesta fue algo similar) y ponerse a redactar con “inspiración”. Esos veinte minutos es el tiempo que necesita para “calentar” antes de crear algunos de los pasajes que conforman su extensísima producción literaria. Comentaba que antes de ese tiempo le costaba encontrar el hilo y que después de ese calentamiento el teclado lo poseía. Me recordó a aquello que decía Dalí de procurar que las musas te pillaran trabajando…

Como debido a mi lesión en el hombro (que ya narré en entradas anteriores de este blog) estoy acabado para la práctica activa de los deportes que más me gustan (balonmano, judo…, ¡menos mal que el ajedrez sí puedo practicarlo!) hace ya años que lucho contra el envejecimiento biológico practicando actividades aeróbicas, como por ejemplo la carrera. De vez en cuando se me mete entre ceja y ceja correr una media maratón (de ahí no paso) y entreno tres o cuatro veces por semana para lograr acabar esos 21097 metros con cierta dignidad. Rememoro algunas de mis experiencias en ese ámbito. Me disfrazo de corto pero sin demasiada ostentación, pongo el crono en marcha y comienzo a correr a ritmo más bien moderado. Los primeros dos o tres kilómetros son dolorosos, odiosos, repugnantes, me asfixio, me cisco en la salud y el deporte, pienso en abandonar recurriendo a mi extenso catálogo de excusas precocinadas (el viento, mejor corro por la mañana que seguro que me apetece más y es absurdo sufrir de esta forma, es que me duele un poco el abductor, che tú no te engañes que correr es cosa de cobardes, casi mejor corro sólo la mitad de lo que tenía pensado y mañana ya seguiré…), y tengo que hacer un considerable esfuerzo de autodisciplina. Pero pasados esos primeros quince o veinte minutos (¡veinte, qué coincidencia, como decía Scarrow!), me olvido de todos los dolores, del flato (un oportuno invento psicosomático para tener la justificación perfecta para abandonar), marco un ritmo más vivo y estable, y comienzo a ocupar mi mente en otros mundanos asuntos sin pensar en todo lo negativo de la carrera. Fisiológicamente eso es lo que técnicamente se denomina “segundo aliento”. Al principio exigimos al organismo que la “máquina” (los sistemas cardiorrespiratorio y muscular, fundamentalmente) actúe con efectividad (que no eficiencia) ante un brusco requerimiento energético para el que no está preparado en ese momento. Por eso sufrimos tanto al inicio. Es el tiempo que tarda el organismo en optimizar sus funciones corporales, el tiempo de “demora” que se llama. Después los órganos responsables de la respuesta se adaptan rápidamente a la nueva situación y reestablecen el equilibrio bioenergético por lo que tenemos la sensación de que “ya estamos bien”. Eso es el segundo aliento.

Y parece que para la creación (¿literaria?) ocurre algo parecido. Es cierto que a veces tienes una idea y corres a escribirla por si se te “escapa”, pero cuando te planteas la escritura como algo más que un mero pasatiempo, son mucho más frecuentes las ocasiones en que necesitas un largo periodo temporal para redactar algo decente.., y probablemente los primeros veinte minutos sean muy improductivos. Son el calentamiento del escritor, por así decirlo. Y demasiadas veces nos rendimos con una excusa del tipo “hoy no estoy inspirado”, o “yo no sirvo para esto, no se me ocurre nada”. Perseverar es muy ingrato, pero muy productivo a largo plazo. De hecho he llegado a elaborar una teoría que podría resumirse en esta frase: para la creación literaria es menos importante la genialidad que la perseverancia.

O a lo peor es una burda excusa para justificar que no haya escrito nada en dos años. Quiero hacerme creer que no es por falta de capacidad, sino por falta de dedicación.

Pero, ironías al margen, sí que da para reflexionar la observación de Scarrow. No me cansaré de defender el valor del esfuerzo, de la perseverancia, del stajanovismo más exacerbado (referido a la teoría piramidal que propugna la calidad sobre la base de la cantidad de trabajo, y no relacionado con tendencia política alguna), incluso de un sano sufrimiento inicial (sí, lo he dicho, sufrimiento, ya sé que es políticamente muy incorrecto, que suena trasnochado, pero así lo pienso) y de dar la voz de alarma ante la tendencia social que afirma que el esfuerzo es indeseable.

En su día ya escribí sobre ello. Os invito a repasar mi opinión al respecto, pulsando en el enlace. No quiero hijos de la inmediatez. Prefiero “perder” (¿invertir?) veinte improductivos minutos para alcanzar -sin rendirme- el segundo aliento.

martes, 24 de mayo de 2011

ENTREVISTA EN EL PROGRAMA ENCONTRES DE CANAL 9

En el enlace podéis ver la entrevista que se emitió ayer en el programa Encontres en la segunda cadena de Canal 9. La entrevista es casi la última, al final del programa.

http://www.rtvv.es/va/encontres/Encontres-Cap_13_486081399.html

sábado, 30 de abril de 2011

TECNODROGAS


"¿Por qué esta magnifica tecnología científica, que ahorra trabajo y nos hace la vida más fácil nos aporta tan poca felicidad? La respuesta es esta, simplemente: porque aún no hemos aprendido a usarla con tino." Albert Einstein

"La tecnología no nos ahorra tiempo, pero si lo reparte de otra manera."
Helman Nahr

Otro tema polémico, lo sé. Y de nuevo no he podido resistirme a poner ambas citas, porque se complementan, e ilustran perfectamente lo que quiero decir.

En El Hechizo de Caissa, Roberto recela abiertamente de las bondades de las nuevas tecnologías. Hay muy poco autobiográfico en ese personaje, pero yo estoy muy de acuerdo con él. Lo llamo las tecnodrogas.

Cuando ya el cannabis, la coca e incluso el mismo tabaco comienza a decaer en los gustos y hábitos de consumo social (eso quiero creer), irrumpe en nuestro estilo de vida la tecnodroga. Disfrazada de adelanto tecnológico esta manifestación de la debilidad humana (admitámoslo, mucho de eso hay) se ha hecho un hueco en nuestras vidas, en nuestras casas, en nuestras familias, tanto o más como en su día lo hicieran la televisión o la radio. 

Es bastante lógico. Ya nadie (muy pocos) escriben con pluma o con máquina de escribir, ya es difícil encontrar algún melancólico mohicano sin teléfono móvil, y el saludable hábito de la orientación en nuestros viajes (o tal vez preguntar a los lugareños por aquello de socializarnos) ha dejado paso a los navegadores (adiós a los mapas).

Hasta ahí, todo muy bien. Yo soy el primero que tengo teléfono móvil y trabajo en ordenador. Incluso acepto a regañadientes que puede ser entretenido dedicar algún rato de esparcimiento a los videojuegos. Pero el problema reside en la palabra necesidad, ese vocablo con el que los productores de estas tecnologías nos engañan sin ningún pudor y que nosotros creemos a pies juntillas.

Como soy profesor de educación física y me preocupa sobremanera el sedentarismo galopante de nuestra sociedad y nuestra infancia, no puedo por menos que declararme enemigo público de todas las video - consolas del mercado. Psicólogos habrá que denunciarán el incremento de síndromes de déficit de atención, patologías derivadas de problemas relacionales y psicodolencias variadas entre nuestra juventud. Como los psicólogos opinan de casi todo, hemos desarrollado el vicio de hacerles poco caso, o ninguno. Pero esta vez tienen razón. Y yo no necesito que me lo digan ellos. Lo veo todos los días entre mis alumnos. Son tecnodependientes. Y que la obesidad mórbida supere ya en nuestro país el 17% de la población escolar, la escoliosis debida a malos hábitos posturales ya sobrepase el 20%, y me atrevo a elucubrar que más del 95% desconocen qué es el esfuerzo físico (sí, lo digo con todas las letras y con conocimiento de causa), no puede deberse únicamente a las hamburguesas y el sillón-ball. El problema de las tecnodrogas es la ingente cantidad de tiempo que restan a otras actividades, de carácter formativo o motriz. Detalle que los fabricantes de estas tecnologías olvidaron indicarnos. Calculadlo. Miles, incluso en algunos casos decenas de miles de horas anuales. ¿Exagero? Si lo pensais es porque no trabajais con niños y adolescentes.

Claro que igual tenemos que entonar el mea culpa y reconocer que nos viene muy bien tener entretenidos a los nenes delante de la pantalla, embutiéndose de gérmenes de violencia y agresividad (¿que no? ¡echad un vistazo a los videojuegos!), mientras nosotros trabajamos para ganar mucho dinero que nos permita utilizar un navegador en el coche (aunque sólo hagamos un viaje al año), un móvil de última generación que hace mil filigranas que jamás necesitaré, o poderme pagar una blackberry de esas tan chulas, que tienen mil ventajas (QUE YO NO NECESITO) en comparación con los modelos más antiguos.

El colmo de los colmos. En una habitación tres personas se comunican ENTRE ELLOS mediante mensajes de texto enviados desde sus blackberrys. ¿Ciencia ficción? Os lo juro. Lo he vivido.

Ya está bien de tonterías. Una cosa es la descomunal potencia de nuestra tecnología. Otra es la auténtica necesidad que tenemos de ella. Y otra muy diferente es la estupidez, la moda, el autoengaño en el que caemos cada vez que fulanito o menganito o esa reputada marca tecnológica nos dice que la “vanguardia tecnológica” obliga a adquirir tal producto.

Ya os oigo hablar de las maravillas tecnológicas, de la cantidad de esfuerzos que nos evitamos (discrepo respecto a la bondad de esta afirmación, y precisamente la responsabilizo del actual estado de las cosas: suprimir el esfuerzo es el grave error que aún no hemos querido reconocer), de la cantidad de tiempo que nos ahorramos... ¿Ahorrar tiempo? Esa es la falacia. Releed la cita de Nahr. Eso es falso. Nos cuesta mucho menos producir un texto escrito, reunir información, realizar operaciones matemáticas, pero (contad, por favor, contad) la cantidad de tiempo que dedicamos a utilizar (y aprender) esa tecnología nos tiene totalmente absorbidos. Pero nos cuesta reconocerlo. Contad, contad. Y de la inversión económica, ni hablamos.

Tecnodrogas. Adictivas. Roberto tenía razón.

Imagino un aluvión de comentarios reprobadores a este post. Os espero con los guantes puestos.

domingo, 24 de abril de 2011

EL HECHIZO DE CAISSA EN RNE

Esta mañana, en la sección En Jaque del programa "No es un día cualquiera" de RNE, Leontxo García ha recomendado El Hechizo de Caissa.

Aquí os pego el enlace del audio, con toda la sección En Jaque.

http://www.rtve.es/alacarta/audios/no-es-un-dia-cualquiera/no-es-un-dia-cualquiera-korchnoi-un-genio-octogenario/1081769/

viernes, 22 de abril de 2011

BYE BYE, MR CHANCE


Lo mejor del mundo lo han hecho siempre los diletantti, los que hacen las cosas por deleite, por amor, y no por obligación o rutina”. Gregorio Marañón.

En mi época de opositor (¡qué lejos queda!), yo frecuentaba la biblioteca buscando el silencio y la concentración, no los libros. Llegaba cargado con los apuntes, con rotuladores marcadores fluorescentes, una botella de agua mineral, chicles y un folio con una tabla de programación, donde llevaba marcados los temas que tenía que memorizar en cada sesión. Me sentaba allá donde encontraba sitio y compartía mis silencios con el de otro centenar de estudiantes, algunos universitarios, unos pocos escolares, y supongo que un puñado de otros opositores a los que odiaba silenciosamente deseando que se presentaran a otros “cuerpos”, a otras “especialidades” o a otras convocatorias diferentes a la mía.

Un día levanté la cabeza de entre los temarios que me ocupaban y observé la sala. Un minuto después me pregunté si aquello era una sala de estudio o una biblioteca propiamente dicha. Sólo un hombre de mediana edad leía un libro. Todos los demás “opositábamos”. Bueno, vale, había una pareja de enamorados haciendo -con sus apuntes y bolígrafos, con sus manos, con sus miradas, con sus labios- de todo menos estudiar, pero eran una excepción. Sólo aquel caballero leía. ¿Qué leía? Me levanté y me acerqué disimuladamente para ver qué libro era. Dumas. El Caballero de Harmental.

Desde entonces, en cada una de mis visitas realizaba el mismo escrutinio. Y casi a diario (pocas veces no coincidíamos) allí estaba el caballero a quien bauticé  (¿por qué será?) Harmental. Claro sólo mi diálogo interno lo llamaba así. Harmental siempre estaba leyendo novelas. Pocas veces lo sorprendí leyendo otra cosa que no fueran historias. Nunca, más bien. Ni ensayos, ni poesía, ni prensa, sólo novelas. Pero lo más sorprendente no era el género que leía, sino que siempre estaba sentado en la misma mesa, en el mismo asiento. Llegaba con su libro en la mano después de recogerlo de la estantería y se sentaba a leer durante horas. Cuatro horas. Siempre cuatro horas. Cuatro horas, ni una más ni una menos.

Me fascinaba lo puntual, lo metódico (la parsimonia con que pasaba las páginas, el ritmo acompasado de su respiración, cómo depositaba el libro en la mesa cuando se ausentaba unos minutos en los servicios...), lo pulcro que era. Y comencé a madrugar para coger sitio de los primeros, siempre muy próximo a su sagrada ubicación.

Al principio no intimamos mucho, pero con el tiempo él me saludaba sonriendo cada mañana, y poco después comenzó a hacerlo con un buenos días, y más adelante me preguntó que qué estudiaba, y meses después salíamos de la biblioteca a la misma hora. Y poco a poco fuimos conociéndonos ajenamente (sin saber nunca nuestros nombres). Y con el tiempo supe que era un hombre asqueado del mundo que se refugiaba en la lectura para evadirse de un oscuro pasado que nunca me confesó pero que yo podía intuir en su melancólica conversación. Y cuando yo le pregunté si no creía más útil intentar ocupar su vida en otras ocupaciones que no fuera la simple y rutinaria (¡diaria y cronometrada!) lectura de novelas, él me contestó:

- ¿Rutina? ¿Cómo crees que viven la mayoría de los que nos rodean? Inmersos en la rutina, no lo dudes. Yo sí he vivido una vida real insulsa y rutinaria. Ahora vivo miles de vidas falsas, pero apasionantes.

Y yo suspendí la oposición. Algo tendría que ver el hecho de que comenzara a dividir mi tiempo de permanencia en la biblioteca en dos partes simétricas: estudio de los temarios y lecturas de novelas.

Harmental, a quien rebauticé con el tiempo como Mr Chance recordando una película de finales de los 80 que me impresionó, desapareció un día y yo sentí que mis visitas a la biblioteca ya no eran lo mismo. Porque su presencia era parte integrante de la misma.

¿Dónde estás Mr Chance?

sábado, 16 de abril de 2011

GÉNEROS, CAJONES y PÉRDIDAS.

“Todos los libros pueden dividirse en dos clases: libros del momento y libros de todo momento.” John Ruskin

Quiero creer que clasificar la literatura por géneros es una necesidad de mercado más que una ociosa ocupación del lector.., o del escritor. Es decir que el vendedor estima conveniente llamar a Los Pilares de la Tierra, por poner un ejemplo, novela histórica, por motivos organizativos y/o mercantiles, aunque también lo haga con Africanus y con El Código Da vinci. En fin, no hace mucho que conversaba sobre esto con unos amigos, y llegamos a la conclusión de que a veces el contenido del libro poco tiene que ver desde el punto de vista literario con el género que se le asigna, pero es apropiado (¿para quién?) desde el punto de vista comercial.

En esa tertulia también hablamos sobre las modas y el desprecio que se tiene a determinadas novelas por su pertenencia a un género concreto. Absurdo, pero cierto.

Y qué decir de las subcategorías que verbalmente asigna, no ya el crítico o el literato, sino el lector: una de griegos, una de catedrales, una de vampiros, una de asesinatos, una de magia. Eso ya me parece excesivo e insultante. Pero somos así de simples, yo el primero (mea culpa). Encajonamos una novela, o un autor, en un estilo (ni siquiera un género) pasando por alto la calidad de la novela o mil detalles colaterales que la definen mucho más que el “tema”. ¿Es Yo, Claudio, sólo una de romanos? ¿Memorias de Adriano sólo es novela histórica? ¿El Sr de los anillos sólo es una novela fantástica? Absurdo.

Y el problema es que a veces nos fiamos demasiado de esos encasillamientos, de esos clichés, y “a mí no me gusta la novela fantástica, así que no voy a leer...”, “yo no soporto los ladrillos de novela histórica y ni siquiera me planteo darles una oportunidad que yo no sé de historia...”

Vale, que de algo nos hemos de fiar, ya sé. Pero no creo que sea más lógico rechazar una opción concreta por su pertenencia a un pretendido género (a veces impreciso) que por la calidad misma de la novela.

¿Es el Hechizo de Caissa una novela de ajedrez? Quienes la han leído podrán opinar, pero me parece absurdo rechazar su lectura porque se piense que sólo habla de ajedrez, lo cual está muy alejado de la realidad.

Es una novela. Es narrativa. Cuenta una historia. Y punto. Hasta acepto que se pueda catalogar como ficción.

¡Ficción! Ese género impreciso en el que cabe cualquier mentira (todo, siempre que sea verosímil). Eso que Marías llama “falsedad emocionante”. Porque al lector de ficción, y a mí también, no le interesa la veracidad, sino vivir a través de los personajes experiencias que NO tiene en su vida real. Quiere mentiras interesantes que le hagan evadirse de su realidad mundana. Vivir vidas paralelas.

¿Ficción? Vaya pedazo de cajón de sastre. ¿Acaso no es ficción toda (o casi toda) la narrativa?

Y hasta esto de la ficción me parece injusto. Valorar las novelas por su “tema” o su género es sesgar en demasía su auténtica naturaleza. Es encasillar injustamente al autor. Es olvidar que la única forma de apreciar la calidad de una novela es leerla. 

Nuestra manía taxonómica, la obsesión que tenemos por clasificarlo todo, nos oculta fabulosas maravillas literarias... Qué lamentables pérdidas.