(SI LEES HABITUALMENTE ESTE BLOG, YA TE LO SABES ¿o no?)
”Es la propia naturaleza la que nos impulsa a amar a quien nos ha dado la vida”
Marco Tulio Ciceron.
El aguacero me sorprendió cruzando la plaza de la Virgen. Salticando los charcos me inundó el temor a resbalar y caerme, y estropear la chaqueta que estrenaba para la ocasión.
P y C miraban nerviosos el panel luminoso. C pasea nerviosa su mirada por la terminal. P maldice a los demonios, a los pilotos, a los auxiliares de vuelo, al mal tiempo, y a la mala cara del sobrecargo que le dice que no puede hacer nada.
Llegaba unos minutos tarde y mi editora me recibió sonriente. Todo estaba preparado: el cartel anunciador, los micrófonos, los asientos para la mesa presidencial, la botellita de agua para hidratar las gargantas de los ponentes...
El reloj de P se desgasta de tanto que su dueño lo mira. C le dice a P que esté tranquilo, pero ella no deja de mirar el texto del DEPARTURES. Parece querer aprendérselo de memoria, pero no, sólo escruta la línea del vuelo 725 rumbo a Valencia. No sale. No sale.
Comienza a llegar la gente y todos me saludan y preguntan si estoy nervioso. Yo contesto distraídamente que no hay nervios, que en peores plazas he toreado, bla,bla,bla y que sólo es una reunión de amigos. ¿A quién quiero engañar?
Llamada para el vuelo 725 vuelo a Valencia. Embarque por puerta 5. Gate 5. C no escucha la traducción al inglés. Las piernas maltrechas de C se arrastran persiguiendo al nervioso P, que olvida que va acompañado. “Vamos Mari”, le dice. Nadie le ha explicado que el avión no despegará por mucho que él corra en el embarque.
Saludos, besos, alguna asistencia inesperada. Viejos amigos y nuevas cordialidades. Las sillas de delante reservadas. ¿Para quién? Uno de los ponentes se retrasa. Es una tarde lluviosa del marzo levantino. Tráfico. Manifestaciones en las calles. Semáforos que no funcionan. Retraso previsto. La cortesía, ya sabéis... Esperemos diez minutos.
Última llamada para el vuelo 725. P maldice a los últimos pasajeros que embarcan. Seguro que el retraso es por su culpa. M le dice que se tranquilice, pero ella no deja de mirar el reloj.
Llega Antonio. Rápidas y últimas presentaciones. Respetuosos, los jóvenes ceden sus asientos a los mayores. Muchos se quedan de pie. Asientos vacíos en la primera fila. Son los reservados. Llega el anciano Maestro. Una butaca es para él. Le saludo y le digo (al oído y bien cerquita) “ya podemos empezar”. No falta nadie. Mi voz no delata nerviosismo, sino inseguridad en esta última afirmación.
El despegue ha sido brusco, hay turbulencias y la lluvia azota la ventanilla lateral, pero el único miedo de P y C es llegar tarde. “Tiempo estimado del vuelo...” escuchan por el altavoz. Sus cerebros comienzan a calcular si llegarán o no. Ambos, al unísono.
Mientras Alejandro recorre la historia del noble arte por los países orientales e islámicos, yo repaso mentalmente mi esquema, como una retahíla repetitiva: “ ¿quién es Caissa?, ¿De qué va El Hechizo de Caissa? ¿Cómo y Porqué escribí El Hechizo de Caissa?,..., ¿quién es Caissa?, ¿De qué va El Hechizo de Caissa? ¿Cómo y Porqué escribí El Hechizo de Caissa?. ...”
P menta a los demonios mientras imperceptiblemente su cuerpo describe un vaivén acompasado, adelante-atrás, como queriendo empujar al avión con la inercia del movimiento. El pensamiento de C vaga, maldiciéndose y lamentando anticipadamente el retraso, sintiendo que le ha fallado. Tiempo restante del vuelo.., quince minutos, ¡todavía!
Miro satisfecho al respetable. Falta alguno, pero los más cercanos a mi corazón están en la sala, o quizás de pie, allí detrás. Atiendo a las palabras de Antonio. Bromeo para romper el hielo cuando me llega mi turno. Mi voz se me antoja extraña. Alex y Dani me miran embobados. Rafa carraspea. Jose acciona el interruptor que ilumina sus cuencas orbitales. Yo bebo agua, me hidrato y comienzo. Los nervios dan paso a las dudas. ¿Será apropiado este chiste? Primera pregunta:¿quién es Caissa? Miro por un momento dos sillas vacías en la primera fila, junto a Rafa. Pero no falta nadie. ¿O sí?
No llevan equipaje. Sólo el bolso de mano. Lo ves P, ya te dije yo que si hubiésemos llevado el equipaje ahora tendríamos que esperar un rato. Corramos. Maldita lluvia. Todos los taxis están ocupados. Allí uno libre. Corre, corre. Calle Caballeros 22. ¡Aprisa, por dios!
Estoy tranquilo mientras planteo el tema. Hablo vehementemente y con pasión de Caissa. Un juego de palabras por aquí, una sugerente provocación verbal... Me miran. En silencio. Me atrevo con un retruécano que quizás no todos entiendan. Asienten. Una pausa que ellos creen que es ensayada, pero es que .., he olvidado lo que sigue. He olvidado lo que quería decir. No se percatan. Disimulo bien, pero interiormente me maldigo por no haberlo preparado mejor, por no haberlo memorizado. Las butacas de la primera fila continúan vacías.
El centro de Valencia bajo la lluvia de marzo. Un infierno para la desesperación que reside en los cuerpos y las almas de unos padres desesperados. Todavía les queda -ellos no lo saben- subir las escalinatas de acceso al museo. Una tortura para las piernas de C. Pero es que además el taxi no puede llevarles hasta la puerta. Los manifestantes bloquean el palacio de la Diputación, héroes reivindicativos bajo la pertinaz lluvia. Último escollo para los angustiados Odiseos.
He arrancado alguna risa aislada. Redoblo mis esfuerzos por cautivarlos y hechizarlos. ¿Lo conseguiré? Me falta chispa y lo sé. El ingenio que me restan..., esas sillas vacías. Me hidrato pasando a la segunda pregunta. ¿De qué va El Hechizo de Caissa?
Entran en la sala jadeando. Se quedan atrás. Las sillas reservadas, vacías siguen, pero el reservado de mi atención les recibe y a punto estoy de caerme de culo al verlos. Menos mal que estaba sentado. Proeza de la noche. Con aplomo disimulo y en lugar de quedarme muerto del asombro... me desmeleno. Han venido. Han venido. ¡Qué locura! ¡Han venido! Ya no hay quien me pare....
Y lo demás, si habéis leído este blog con asiduidad ya lo sabéis. La presentación de El Hechizo de Caissa fue un resumen del mismo. La única sorpresa fue la presencia de P y C, absolutamente inesperada. Lo único que podía faltarme para convertir la noche de ayer en una de las más felices de mi vida.
Pepe y Carmen. Cuyo poso me posee.