viernes, 18 de marzo de 2011

“A MÍ, BRIBONES, VENID A PROBAR EL VALOR DE MI ESPADA…”

”Fue un hombre valiente el primero en comerse una ostra” Jonathan Swift.
“Hace falta más valor para sufrir que para morir” Napoleón Bonaparte.


Hoy no me he podido resistir a poner las dos citas. No podía elegir. Es curioso. Un ajedrecista ¡que no sabe elegir! (os recuerdo que el ajedrez es la mejor escuela de la decisión).

Cuando leíamos en nuestra infancia novelas de aventuras (y si no lo hicimos o no lo hacen nuestros hijos ¡aún estamos a tiempo!) teníamos muy claro el concepto de valor. La literatura nos imbuía de fantasiosas situaciones peligrosas donde había que sacrificarse para vencer en la batalla, o nos sometían a tortura quemándonos los ojos para neutralizar al correo del zar, o realizábamos proezas atléticas, o atacábamos la falange erizada de lanzas, desnudos con un simple acero en la diestra, o nos enfrentábamos en duelo singular contra algún Goliat que pretendía esclavizar a la doncella, o… El valor era un valor (curiosa y sospechosa redundancia) que se nos presentaba en forma de acto heroico y sólo eran valientes éstos, los héroes.

Y después crecimos. No había batallas campales, ni duelos singulares, ni torturadores que intentaban sonsacarnos la secreta información, ni Termópilas, ni todos para uno y uno para todos,... Y aunque nos cueste trabajo extrapolar situaciones literarias fantasiosas a “la vida real” algunos sí somos capaces de identificar el valor.

Yo lo veo cuando alguien se opone a lo que cree injusto en contra de la acomodaticia opinión de la mayoría. Y hoy día todavía más, puesto que vivimos en una sociedad que prioriza el sentido democrático por encima de todo lo demás, y lo que dice la mayoría es sagrado. Así que aquí va mi reconocimiento para los que tienen el valor de discrepar de lo “políticamente correcto” o lo “normal”.

Veo valor en los que se atreven a crear, a innovar, a hacer cosas diferentes. Veo valor en el arte, ese concepto tan denostado en esta nuestra sociedad matemática, cibernética, descreída y científica, que sólo lo que puede diseccionar, comprobar, categorizar y explicar con una ley lo considera válido. Pintar, construir, crear, escribir, son manifestaciones artísticas en franca decadencia. Todos nos sentimos acreditados (¡libertad, libertad, libertad!) para criticar el arte, para vituperar a los creadores, para condenar a quienes tienen el VALOR de hacer algo nuevo. Y no sólo pasa con las “artes” reconocidas. Criticamos cualquier innovación de un compañero en nuestro entorno laboral, cualquier iniciativa que “chirríe” en nuestra cosmovisión predeterminada por ese monstruo llamado “socialización” y alimentado por los mass-media y las modas. Y ese monstruo articula un mecanismo defensivo contra todo lo que atenta contra sus sacrosantos principios de inmovilismo cultural: el frikie. Estigmatiza a los “diferentes” por una única razón. Porque tiene miedo a lo desconocido. Y a veces somos tan previsibles que cuando “el monstruo” nos dice que esto, aquello, este, aquel, esa película, ese libro, esa pintura, esa idea, …, es diferente, reaccionamos tratándolo de frikie.

Eso sí, cuando el frikie ya se ha comido la ostra y no se ha muerto, entonces lo encumbramos. Y todos comemos ostras. O somos tan hipócritas que le restamos valor a su idea, o decimos que “yo estaba a punto de hacerlo”.

¿Pan y Circo?. Seamos normales. Pero no olvidemos que los anormales son los creadores. Los auténticos motores de nuestro mundo. Mozart fue un frikie ¿no? Y Da vinci. Y Verne. Y … ¿se os ocurre alguno más? A mí muchos…

Y ahora imaginemos la potencia alienadora de ese monstruo cuando el “raro” apenas tiene diez o doce años, y le señalan con el dedo por hacer cosas poco comunes. Por no gustarle pegarle patadas al balón y preferir el clavicordio, o la hípica, o el ajedrez… Y él, sigue haciéndolas pese a saberse portador de esa etiqueta, la del frikie.

Eso sí es valor.

De ese tipo de valor se habla en El Hechizo de Caissa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario