miércoles, 14 de abril de 2010

EL ÍDOLO

“Nada levanta tanto al hombre por encima de las mezquindades de la vida como admirar, sea lo que sea o a quien quiera que sea.” Thomas Carlyle.

A estas alturas todos mis lectores saben cuál es mi ídolo ajedrecístico: Mijail Nehemevic Tahl. Y también saben de dónde me viene mi incondicional admiración, aquel mi primer libro de ajedrez escrito por el genio de Riga en el que narra la consecución del campeonato del mundo en su particular match con Mijail Botvinnik. En realidad esto es lo realmente importante. Yo me enamoré de Caissa gracias a él. Y para mí no existe mejor jugador, por mucho que un análisis objetivo me lleve a la conclusión de que Fischer, Kasparov, Alekhine o Capablanca (incluso el mismísimo Botvinnik) hayan hecho más méritos para ser considerados los mejores.

Podría decir que Tahl tiene algo especial, algo único, algo característico. Pasó a la historia de los anales de Caissa como uno de los mejores jugadores de ataque, si no el mejor, como un genio de las combinaciones, de los sacrificios, del juego preciosista, del riesgo, de la desbordante imaginación que supera a la lógica, de la audacia en el tablero, de… Y todo es cierto, pero la experiencia me ha enseñado que el ajedrez es mucho más que todo eso.

También podría decir que, si algún anhelo tuve, si a alguien deseé emular en un tablero, si algún tipo de juego deseaba asimilar, ese era el de Tahl. El juego despreocupado, batallador, creativo, artístico. La diversión en el tablero por encima de otras consideraciones técnicas, e incluso por encima de la lógica. Huelga decir que jamás lo conseguí, ni lo conseguiré, como también es cierto que de vez en cuando lo intento infructuosamente.

A los advenedizos les cuesta entender que cuando reproducimos una partida de uno de los campeones del pasado (o del presente) estemos gozando como cuando presenciamos un partido de fútbol, o de tenis, o de baloncesto. La mayoría piensa que es aburrido, una estupidez, aunque paradójicamente asuman como natural y normal y practiquen con placer el visionado de otros deportes haciendo sillón-ball. Obviamente para mí Mijail Tahl es el Michael Jordan, el Maradona (o  el Messi, que ahora está de moda), el Bjorn Borg del ajedrez.

Pero todo esto es secundario. Mijail es mi ídolo por un motivo claramente cronológico. Él fue el primero que me desnudó a Caissa. El primero que me hizo admirarla. El primero que me hizo gozarla. Porque Mijail fue una simple extensión física de un concepto mucho más complejo que la simple idolatría personal: fue la personificación del ajedrez que yo amé. Que yo amo.

Gracias Mago de Riga.

En El Hechizo de Caissa intento rendirle un modesto y merecido homenaje.

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