miércoles, 21 de abril de 2010

AVATARES 2

La verdad existe. Sólo se inventa la mentira.” Georges Braque.

Aunque puede resulta pueril perder el tiempo con estas reflexiones, uno de los atractivos principales de nuestros héroes infantiles era su anonimato. Algunos lanzaban telarañas, otros surcaban Gotham en su Batmóvil, o defendían a las doncellas como cruzados medievales, o estampaban su Z justiciera en el torso de sus malvados adversarios, o…, pero todos tenían una doble personalidad, y parte del mérito argumental se basaba en el suspense de saber si finalmente sería descubierta su auténtica identidad, si algún villano lograría arrancarles la máscara.

¿Por qué nos gusta parecer lo que no somos, disfrazarnos, metamorfosearnos? ¿Por qué nos encantan los carnavales, la impunidad del anonimato, la libertad de airear nuestros más atávicos instintos bajo la protección de ese manto de impersonalidad? ¿Por qué tenemos miedo de dar la cara? ¿Alguna vez hemos pensado en ello? La vida es pura comedia, qué duda cabe, y nos encanta trasformarnos, disfrazarnos, enmascararnos. Cada vez que nos maquillamos, cada vez que lucimos la bufanda de nuestro equipo, nuestro vestido regional, cada vez que acudimos a una boda, en nuestros festejos, en nuestras costumbres culturales… Nos encanta buscar excusas para huir de la rutina de nuestro vestuario. Forma parte de la esencia humana, el ansia por trasformarnos, por crear avatares y vivir pedazos de vida que nos hacen sentir actores de una existencia que anhelamos y pocas veces tenemos la oportunidad de disfrutar. La vida es pura comedia y nos encanta evadirnos tras la máscara. ¿A quién no?

Pues eso hice. De por sí el juego –en general- ya es una forma de evasión, un avatar, una transformación que nos acerca, de una forma u otra, a los dioses, a su plenipotencia, a su impunidad. El ajedrez lo es todavía más. Fabulamos “seriamente” con ser los amos y señores, los generales de un ejército, dioses jugando con troyanos y aqueos (no olvidemos que Homero es nuestro padre literario) y llamamos ciencia a nuestro arte, y arte a nuestra ciencia y deporte a nuestro juego. Es una máscara cubriendo nuestras intenciones, una matriuska infatigable, una naturaleza difusa (¿arte, ciencia, juego, deporte?) y nuestra forma de jugar, nuestro estilo, suele mostrar nuestro talante. No jugamos el ajedrez que queremos, sino el que llevamos dentro.

Durante más de cuatro años mis avatares, Nehemevic y Magtal, me enseñaron el juego que llevo dentro. Mis nicknames, mis personajes, mis máscaras navegaron por el ajedrez on-line. Jugué con ellos a ser quien no era realmente, jugué a cambiar (o intentarlo) mi estilo de juego, y jugué a relacionarme chateando con mis adversarios, de la misma forma que lo harán mis personajes en el Hechizo.

Toda la trama de este minieje argumental (el ajedrez on-line, en la red), se fundamenta en una teoría que yo he elaborado, experimentado y constatado con mis avatares: que se puede identificar a un jugador, ponerle nombre y apellidos, sin necesidad de verle la cara, simplemente estudiando - o simplemente observando - su estilo de juego, sus partidas, sus jugadas. Esta teoría era la base del nudo argumental del EODC (mi proyecto abandonado e inconcluso) y de soslayo, muy tangencialmente pero con una presencia importante, forma parte del Hechizo de Caissa.

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