martes, 22 de junio de 2010

RUTINAS DE TRABAJO EN LA REDACCIÓN.

"Lo peor es cuando has terminado un capítulo y la máquina de escribir no aplaude." Orson Welles.


Así pues mi ritmo de trabajo en esos cinco meses era intenso, y ahora que al margen de la rehabilitación me dedicaba en cuerpo y alma a escribir, me gusta calificarlo pretenciosamente de "rutina semiprofesional" - realmente no tengo ni idea de cómo escribirán realmente los escritores profesionales)- alternando actividades de redacción, programación y corrección de forma más o menos premeditada.

En general redactaba de madrugada y por la mañana, programaba (imaginaba, ideaba…) a mediodía y corregía por la tarde. Seguía una especie de “biorritmo narrativo” que respondía fundamentalmente a mi estado físico y mi grado de fatiga (primer criterio), a la programación del Hechizo y lo complejo o simple de cada capítulo (segundo criterio), y a los posibles imponderables cotidianos resultantes de mi vida social, mi familia y mis amigos (tercer criterio).

Para cada una de estas tres actividades seguía un procedimiento más o menos flexible:

a) Para la redacción (generalmente de madrugada):

  • Escribía en la pizarra un breve esquema guionado a seguir, enumerando secuencialmente las ideas a exponer en el texto.
  • En el Pc escribía a vuela pluma dos, tres, cuatro, cinco pasajes (generalmente no muchos más). Como la extensión podía variar mucho de un pasaje a otro, también era muy variable la cantidad que podía escribir diariamente. Lo habitual era que no pasara de seis-siete páginas por día, pero este dato es muy impreciso. Algunos días de inspiración redactaba veinte páginas (sobre todo cuanto trabajaba en la biblioteca), pero otros apenas llegaba a las dos páginas. Escribía de forma lineal, no como algunos escritores que son capaces de escribir pasajes de diferentes capítulos un mismo día, incluso separados cronológicamente muchas páginas. Yo no sé. Tengo que ir “cosiendo mi labor” de forma acumulativa.
  • En ocasiones consultaba el diccionario o hacía alguna consulta al Google (para buscar algún dato ajedrecístico o cronológico mayormente), pero esto casi siempre lo hacía en la fase de corrección.
  • Daba formato a lo escrito (sangrados, puntos y aparte, adjetivos sobrantes, etc.)

b) Para la programación (mañana-mediodía):

  • Si estaba caminando o fuera de casa, anotaba ideas, secuencias, frases o posibles modificaciones en mi cuaderno de bitácora.
  • Si estaba en casa, las anotaba en la pizarra o en mis “planillas de programación” (ya comentadas en anteriores posts), e incluso a veces abría el archivo y escribía directamente en él.

c) Para la corrección (tardes preferentemente): Estoy harto de corregir. Cada día dedicaba casi una hora vespertina en releer y modificar lo trabajado por la mañana, y eso mientras redactaba el manuscrito (que impropio y arcaico suena este término, pero se dice así). Más adelante hablaré de la fase de corrección propiamente dicha. Sólo os adelantaré que hice más de 2500 correcciones (contadas una a una), desde ortográficas a argumentales, pasando por estilísticas, semánticas, añadidos, acotados, sustituciones (la función “reemplazar” del procesador de textos es utilísima), etc.

Pero no penséis que soy una máquina insensible. Algunos días no escribía nada y me dedicaba exclusivamente a “navegar”, consultar libros o simplemente recargar pilas, que también es muy importante cuando llevas dos o tres días redactando a cierto ritmo. Otros días tenía el ánimo demasiado alterado como para circunscribirme al encorsetado programático expuesto, y redactaba de noche o programaba de madrugada, o dejaba a mi mujer con la palabra en la boca – o la cena fría sobre la mesa - porque se me había ocurrido una palabra, una idea, una frase que debía anotar inmediatamente... Y los mejores días de la fase de redacción, aquellos en los que produje las mejores líneas, las jornadas más productivas,…, las viví en mi inspiradora biblioteca.

Allí llegaba a la sala de Humanidades (de noviembre a marzo no suele estar saturada de estudiantes agobiados), conectaba el portátil y comenzaba a redactar sin pararme a pensar nada, sin hacer apenas correcciones, y sin acordarme del tiempo. Era mi vejiga quien me recordaba que mi desbocada imaginación estaba atrapada en un cuerpo que tenía que orinar, que si no… Hasta treinta páginas llegué a redactar en un día (que luego tuve que mutilar hasta la mitad, claro). Ahora me pregunto que pensarían aquellas jovencitas (estadísticamente - no es un comentario con ánimo sexista- había muchas más mujeres que hombres) futuras abogadas, o arquitectas, o psicólogas, o maestras, viendo a aquel poseso de mediana edad tecleando con rabia, con los ojos iluminados por su obsesión y la mirada colgada en el monitor o en el vacío…

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