domingo, 27 de junio de 2010

CRUZANDO LA LÍNEA DE META

El tiempo es el mejor autor: siempre encuentra el final perfecto”. Charles Chaplin.

Mediado el mes de marzo comencé a escribir el último capítulo y el epílogo. Este es uno de los mayores errores que pude percibir en la escritura del Hechizo, porque tenía tantas ganas de acabar, que el final lo escribí precipitadamente. Yo mismo valoraba ese colofón como apresurado, y confieso que este capítulo es el que más tuve que trabajar en la fase de corrección y, a diferencia de otras modificaciones argumentales, tuve que ampliar bastantes párrafos y modificar el final un par de veces antes del “borrador” definitivo. Este último adjetivo, definitivo, me produce una hilaridad descontrolada. ¿Cuántas veces no utilicé este vocablo para nombrar un archivo? Hechizodefinitivo.doc. Hechizodefinitivo2.doc Hechizodefinitivo3.doc….

Uno de los principales descubrimientos del escritor novel es lo dilatado que es el proceso de corrección. Descomunal. Pero ya llegaré a esa fase. 

Lo cierto es que finalizar el Hechizo de Caissa supuso para mí un hito histórico, un punto de inflexión de profundas implicaciones vitales y, probablemente, el logro que mayor orgullo me ha reportado en toda mi vida. Ni cuando accedí al INEF después de aquel intensísimo verano de inhumano entrenamiento físico,  ni cuando aprobé la oposición después de dos años sumergido en libros, ni cuando obtuve el cinto negro de judo, ni cuando corrí mi primera media maratón,  ni..., nunca sentí un alivio tan enorme, una sensación de éxito integral tan completa, un paroxismo tan sentido, tan vivido, tan auténtico. Imagino que los lectores que no hayan escrito una novela a duras penas pueden imaginarlo, pero confieso que no estaba en absoluto orgulloso de la novela, sino únicamente de haberla acabado. Aquel inolvidable jueves de marzo no disfruté de la calidad del Hechizo, sino de su conclusión. No me importaba haberlo escrito mejor o peor, sólo deseaba acabarlo. Y lo había hecho.

Entonces aún no era consciente de lo mucho que quedaba por hacer, de las miles de correcciones que le esperaban al Hechizo, pero después de olvidar ya casi la fase de documentación, ahora dejaba atrás la fase de redacción. Era lo más lejos que había llegado nunca y aunque parezca un planteamiento absurdo tratándose de una obra artística, me congratulaba mucho más la cantidad de lo escrito (¡por fin una obra extensa completada!) que su calidad. Esto último, en ese momento, era secundario.

Me tomé una semana de descanso total, y después releí El Hechizo pausadamente. Aún hice algunas correcciones más, de poco calado argumental y más bien de carácter formal, y transformé el archivo doc en un pdf. Exactamente 267 páginas en formato DIN A4, y 145.890 palabras.

Y entonces me encontré con esa gran incógnita que todo escritor debe afrontar al finalizar la escritura de una novela: ¿Y ahora qué? ¿Qué hago con este borrador/manuscrito?

Aunque parezca pretencioso e increíble, os aseguro que tenía muchas dudas sobre su calidad, sólo estaba realmente orgulloso de haberlo finalizado, lo juro, y encontré la respuesta fácilmente: tenía que comprobar si este texto (todavía le negaba el calificativo de libro o novela) tenía algo de calidad. Y sabía cómo hacerlo. Necesitaba algunos lectores imparciales y críticos. Para eso, el propio escritor no sirve. Está demasiado imbuido e implicado en la historia como para poder emitir un dictamen objetivo. Le falta perspectiva.

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