miércoles, 2 de junio de 2010

ESENCIA DE MUJER.

”Las sensaciones no son parte de ningún conocimiento, bueno o malo, superior o inferior. Son, más bien, provocaciones incitantes, ocasiones para un acto de indagación que ha de terminar en conocimiento” John Dewey.

No sabría decir cuándo ocurre. Quizás sea algo progresivo, o quizás ocurra en una partida determinada. Quizás sea el momento en que Caissa te besa por primera vez. Quizás sea el momento en que realmente te conviertes en ajedrecista. Quizás sea cuando descubres su magia. Es el momento en que comienzas a percibir todas las sensaciones que acompañan a ese trivial juego,.., y deja de ser trivial.

Las hay de carácter físico. Cuando combinas el tacto de los trebejos con el sabor de un café o un licor, cuando escuchas el silencio del pensamiento de tu adversario, cuando ejecutas maquinal e involuntariamente ese tic, ese gesto característico del jugador (tironearse el labio, frotarse las sienes, tamborilear en la mesa, pasar las piezas capturadas de mano a mano, asentir calladamente o negar con esos escorzos de cabeza), cuando la vejiga urinaria amenaza con estallar y miccionas con machacona insistencia, cuando gotas de nervioso sudor perlan tu frente, cuando miras sin ver y oyes el silencio, cuando intentas escrutar sus intenciones en las miradas de los mirones sobre el tablero, cuando carraspeas para ahuyentar algún fantasma interno o disimular un retortijón estomacal (estabas tan excitado por la partida que olvidaste comer), cuando...

Otras sensaciones son cognitivas o técnicas: la sensación de superioridad cuando percibes la inferioridad de los conocimientos teóricos de tu adversario, la sensación de vulnerabilidad cuando eres tú quien cae en esa burda celada, lo miserable que te sientes cuando -como buen hombre- vuelves a caer en la misma posición inferior en esa variante que habías olvidado, el recuerdo de aquellos torpes ataques en contraposición con tu actual capacidad para el cálculo exacto de variantes, tus dudas sobre si realmente el dictamen es de tablas o debes jugar a ganar, la presión de tus compañeros que valoran tu posición de diferente forma y te obligan a arriesgar, tus miedos internos imposibles de acallar....

Y finalmente las sensaciones psicológicas, las anexas, esas que poco tienen que ver con el juego en sí, pero que son un elemento clave en esta vivencia: esa tonadilla de fondo que canturreas en silencio – quizás la última canción que oíste-, esos pensamientos colaterales que enturbian y sazonan tus cálculos – tu amor, tus problemas, tus inquietudes-, ese olvido de asuntos mundanos, ese remanso de quietud, ese espacio neutro donde se detiene el tiempo y dejas de meditar – sobre tu amor, sobre tus problemas, sobre tus inquietudes -, ese agon desbocado, ese fair-play olvidado (o no), ese oxigeno lúdico imposible de definir... Y mención especial para esa especie de “orgasmo caissístico” que te posee cuando haces una combinación táctica con sacrificio. Parecería que esto debería ser una sensación cognitiva o técnica, pero os aseguro que es psicológica.

Cuando eres capaz de sentir todo esto, cuando conoces la esencia de esta mujer, Caissa, entonces eres un ajedrecista. Entonces dejas de jugar al ajedrez para gozar el ajedrez. Entonces ya estás hechizado.

Y ese es, sin duda, el mayor objetivo - y seguramente el más complejo- de cuantos me propuse al escribir “El Hechizo de Caissa”: transmitiros estas sensaciones. ¿Lo conseguiré?

1 comentario:

  1. No sé si lo conseguirás, porque cada "ego", es diferente en sensaciones de todo tipo, incluidas las personalmente psicológicas, pero lo que está claro es que es una gozada leer tu blog, y que estás consiguiendo con tus comentarios crear un verdadero "ENSAYO LITERARIO", digno de ser editado en un libro. ¡Bravo Fer!, sigue así.Cada dia me descubres más tu vena literaria y culta. Un abrazo.

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