sábado, 3 de julio de 2010

MI PECADO DE VANIDAD

”La vanidad se descubre, igual que un delito” Malcom Cowley.

Mentiría, como todos los escritores, si no reconociese que la vanidad me visitó por aquellas fechas. Quien no ha escrito una novela no puede comprenderlo, porque es muy difícil calibrar el tremendo esfuerzo que supone finalizarla y todos los sacrificios que hacemos para lograrlo (algo de eso se sugiere en el argumento del Hechizo). Pero, como ya he explicado anteriormente, mi orgullo, mi ego, mi autoestima crecía más por el hecho de que elogiaran mi esfuerzo al acabar la novela que porque elogiaran la obra en sí. Pese a ello, en esa época estaba demasiado agotado para recrearme en un sentimiento de euforia que, sinceramente, no sentía.

Cuando salía a correr  soñaba (excelente recurso para ahuyentar la fatiga psicológica en la carrera) no con el éxito editorial, ni siquiera en la publicación de la novela. Me concentraba en imaginar la sonrisa de mi madre cuando desenvolviera el paquete que contenía El Hechizo. Voy a confesar mi pecado de vanidad contando una costumbre familiar.

Mi padre es un hombre genial. Y no lo digo para regalarle el oído, sino que me refiero a su habilidad manual que lo convierte en un genio de la pintura y la escultura. Pero incluso decir esto es sesgar en demasía su capacidad, porque es habilidoso en grado sumo, no importa cuál sea el problema o la tarea. Cualquier actividad que requiera destreza y precisión oculo-manual, desde reparar el motor de la lavadora hasta componer pieza a pieza un televisor o una emisora de radio, está hecha para él. Es capaz de reparar cualquier artilugio por complejo que resulte, desde el más diminuto engranaje de un reloj hasta la compleja red de tuberías de una depuradora, de crear y recrear, de arrancar un vehículo con una chapa de coca-cola, de prescindir de un cerrajero, albañil o jardinero, de pintar una vivienda, de reparar un atasco de fontanería o instalar la mampara del baño, de matar de envidia a carpinteros, electricistas, electrónicos (que no es lo mismo) y al mismísimo MacGyver. Es eso que solemos llamar un manitas. Pero yo iré un poco más lejos: además es un artista como la copa de un pino.

En mi familia el día de reyes es una fiesta, y no sólo por los regalos y esas cosas, sino porque nos juntamos a comer todos los hermanos y sus respectivas familias (unas veinticinco personas, muchos críos...) y mi padre siempre nos regala a cada familia (somos seis hermanos) una escultura o pintura producto de sus afanes anuales. Como no puedo ser objetivo ni entiendo de arte, sólo diré que a mí (el hombre más “manazas” y torpe del mundo) me parecen genailes. A veces sorteábamos entre los seis hermanos los regalos de mi padre, otras elegíamos civilizadamente según nuestros gustos, pero no había año que mi padre olvidara obsequiarnos con su arte.

Mi pecado de vanidad fue soñar con que algún día de reyes pudiera acompañar la genialidad de mi padre con un ejemplar del Hechizo dedicado para cada uno de mis hermanos. Y si hay algo que lamento de toda esta maravillosa experiencia es que no podré hacerlo.

1 comentario:

  1. Hay que creer en los milagros. Sobre todo si son aún posibles. Las utopías como las de Moro, a lo mejor no se realizan, pero las ilusiones buenas, las que se crian con el fin de hacer feliz al prójimo sin conocerlo, esas deben salir a luz, porque la ilusión necesita de la luz, de la explosión de la fé para que transforme algo este mundo, el tuyo, el mio y el de todos los que lean tu obra. !Animo, no pierdas la fé¿ Todo se cumplirá. Ah! y a lo mejor tus padres prefieren simplemente, en vez de tener habilidades y sonrisas, haber sido con todos, unos buenos PADRES. Eso ya es bastante..Sigue así, que aún hay justicia en este mundo y al final... hay recompensa.Por lo menos el de nuestra admiración y orgullo de conocerte y amarte.chao.

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