jueves, 1 de julio de 2010

CONEJILLOS DE INDIAS.

“Quien se enfada por las críticas, reconoce que las tenía merecidas”. Tácito.

Así pues, ahora tocaba someterme a la crítica. La primera incógnita era a quién debía elegir para que leyera el manuscrito. Y la segunda, a cuántos. Intuitivamente sospeché que no era demasiado inteligente darlo a leer a mucha gente. Por otra parte me interesaba que los lectores fueran lo suficientemente críticos como para servirme de ayuda y que pudieran emitir un dictamen objetivo, pero era evidente que sólo podía recurrir a mis conocidos, familiares y amigos. Es lo que tiene ser escritor novel. ¿Quién quiere leer algo de un desconocido autor? Pero había algún otro requisito a cumplir. A saber: necesitaba un lector ajedrecista (para comprobar la verosimilitud de la historia, de los personajes, de los ambientes), un lector no ajedrecista (para pulsar el grado de comprensión en advenedizos del juego), un lector experimentado (¿otro escritor o un especialista en literatura?), un lector ocasional, y un lector compulsivo que pudiera comparar con multitud de modelos. Todo muy lógico ¿no? 

Pero os estoy mintiendo. No pensé en las características que debían tener los primeros lectores del manuscrito, sino que éstos YA tenían esas características, porque elegí a “Henry”, al “Director”, al “Creyente”, a mi hermana Maite (una lectora impenitente) – auténtica “Tía del Hechizo”-, a mi hermano Nacho, periodista de profesión, y a Ana, mi mujer.

Posteriormente hubo otros lectores del manuscrito, unos pocos más (padres, mi tía, algún otro amigo) pero eso ocurrió cuando ya estaba en marcha el proceso de publicación. En un primer momento, allá por el mes de marzo y abril, sólo necesitaba una crítica sincera y reducida.

En general, a todos gustó el Hechizo de Caissa, y las críticas que recibí -juro que aceptadas deportivamente- iban por los siguientes caminos:

1.Estructura capitular demasiado larga. De resultas de esta observación acorté la extensión  (¡ya era la segunda vez que lo hacía!) y dupliqué los capítulos.
2.El tono del narrador sugería un tiempo pasado ausente en el texto. Este asunto me obligó a una rescritura profunda de múltiples pasajes.
3.Duras críticas al lenguaje empleado por los adolescentes de la historia, demasiado “adulto”. Suprimí algunos diálogos, rescribí otros, modifiqué la mayoría.
4.Cientos de correcciones ortográficas. Un consejo: ¡no os fieis de los correctores ortográficos de vuestro procesador de textos! Son incompletos.
5.Exceso de adjetivación: un defecto que no logro quitarme de encima.
6.Errores de coherencia, algunas edades de los personajes y datos cronológicos erróneos, algún queismo, algunas palabras que mis lectores no aceptaban (el vocablo “orgasmiar” no existe, pero yo me negaba a suprimirlo del texto) y múltiples errores de estilo.
7.El final parecía algo precipitado. Como ya comenté, este asunto me costó muchas horas de corrección.
8.Personajes “extremos”, y poco verosímiles, especialmente R y A. Esta observación no la consideré en el caso de R, aunque sí intenté mejorar a A. Pero quiero que R siga siendo un personaje extremo.
9.Me congratula (era una de mis obsesiones) que alguno me dijera que le entraban unas ganas enormes de jugar al ajedrez al acabar la novela, y sobre todo, que incluso para los no ajedrecistas la novela tenía un interés y un atractivo enorme, pese a no saber nada del juego.
10.La novela retrotraía a la melancolía de tiempos pasados, pero chocaba con la necesidad imperiosa de enmarcarse en la actualidad, a tenor de la existencia del ajedrez on-line (internet) en la trama argumental.

Nacho el periodista, Ana la lectora ocasional, y “Henry” el ajedrecista, me hicieron un informe verbal y global, indicando sus impresiones, sus sugerencias, sus peros. Información valiosísima.

El Director y mi hermana Maite se pusieron un traje de faena y cogieron un bisturí. Cercenaron, amputaron, diseccionaron, corrigieron, anotaron al margen, bolígrafo rojo en ristre, correcciones varias en winword con la utilidad “control de cambios” (¡Maite qué pasada de currada te metiste, página a página, línea a línea, palabra a palabra!), proponiendo cambios, sinónimos, mutilando redundancias, limando asperezas gramaticales, acentuando olvidos y olvidando nuestra relación próxima, como auténticos correctores despiadados, objetivos, imparciales. Con vuestra guadaña segasteis la paja sobrante, matizasteis aquel colagge de buenas intenciones argumentales y lo convertisteis en El Hechizo. El Director fue el más crítico de todos, y probablemente con acierto. Nunca le estaré suficientemente agradecido.

Y El creyente, -os recuerdo que era escritor y mi profesor del taller literario al que asistí- después de leerlo y recomendarme unas cuantas modificaciones, después de indicarme que convenía atar unos cuantos cabos sueltos de la historia, después de elogiar y criticar sanamente, me hizo una pregunta que, ahora lo sé, iba a cambiar esta historia y toda mi vida: “¿Te importa si envío el manuscrito a mi agente literario?”

Imaginad mi respuesta.

2 comentarios:

  1. Estos directores...no sé qué se creen...
    Así te agradecen los elogios de cada año...
    Y eso que le gustó...anda que...
    Debe guardarte algún rencor ajedrecístico por tus palizas continuas,si no,no se entiende.
    Abrazo

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  2. Quien se enfada por las críticas,reconoce "Tácitamente" que las tenía merecidas.
    ;)

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