viernes, 18 de febrero de 2011

¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLO DE ESCRIBIR?

”Sólo hay un modo de hacer dinero escribiendo: casarse con la hija de tu editor” George Orwell.

Permítaseme el chiste de la cita y el parafraseo a Murakami en el título de la entrada.

En los últimos meses tres son las preguntas que más frecuentemente me han hecho. ¿Quién es Caissa? ¿De qué va El Hechizo de Caissa? y ¿Por qué lo escribiste? Las respuestas a estas preguntas no son ningún secreto para quien haya leído atentamente este blog, pero aún así, intentaré contestarlas el próximo día 3 de marzo en la presentación de El Hechizo de Caissa. Pero hay una cuarta pregunta que alguno me ha formulado últimamente, mucho más profunda, no exenta de interés: ¿qué es para ti escribir?

Cinco palabras me viene a la mente para responder a esto: liberación, reflexión, creación, obsesión y superación. Y seguramente todas tienen que ver con mi particular experiencia literaria, así que imagino que otros autores elegirían otras palabras.

Escribir es liberarse de prejuicios sin importarte el qué dirán, el qué opinarán de esto o aquello que sugieres en la novela o una cobarde (¿encubierta?) manera de decir lo que en una conversación habitual jamás dirías. Es prescindir de convencionalismos y crear una realidad que ningún lector cuestionará, por mucho que transgreda todo lo comúnmente aceptado. ¿No es el escritor de ficción un mentiroso acreditado? Al fin y al cabo se trata de eso, de mentirle dulcemente al lector.

Escribir es un proceso reflexivo profundo en el que continuamente sometemos a nuestro juicio situaciones, pasajes, personajes y diálogos preguntándonos continuamente si es apropiado, bello, correcto, adecuado, coherente con las formas de hablar de este personaje, con su idiosincrasia, con su estilo, si la acción resulta forzada, precipitada o fluye correctamente, si el tempo y el ritmo atrapa al lector o lo repele, si lo que allí se cuenta es interesante, si conviene quitar descripciones y añadir diálogos o al contrario, si... Y como todo en la vida, las decisiones que tomas sabes que influirán en la calidad del producto final, pero a veces no eres capaz de valorarlo objetivamente.

Escribir es convertirte en un pequeño dios capaz de producir algo inexistente a base de jugar con las palabras, es insuflar vida a una idea en forma de argumento o ver nacer un personaje al que dotarle de personalidad propia, o tal vez crear un microcosmos en el que sumergir a un posible lector. No es extraño, en consecuencia (y eso estoy empezando a comprenderlo ahora) que el autor considere su obra como un hijo, y le duela abandonarlo cuando teclea la palabra FIN (metafórica o literalmente), e incluso a veces sienta por él un cariño tal que modifique la trama argumental acaso porque sufre de verlo abandonado, despechado o moribundo. El escritor inventa, y el editor patenta.

El periodo temporal en que escribes una novela es un paréntesis en tu devenir cotidiano, donde tu pensamiento vaga permanentemente por tu historia creada mientras tu cuerpo trabaja, duerme, y sobrevive a la necesidad de la rutina cotidiana. Deseas que el reloj no corra mientras tecleas, deseas correr a casa a sentarte en tu escritorio, anotas todo lo que te bulle en la sesera, no sea que olvides esa palabra, esa frase, esa idea que acabas de tener, y olvidas tus aficiones, tus citas, tus pulsiones, tus necesidades, olvidas dormir (¿quién lo necesita?), comer, a veces incluso amar o sufrir, y no hay minuto en el día en que no te acompañen tus personajes.

Escribir es sobreponerte continuamente a tus debilidades, tener un norte inalterable que hace nimias las dificultades y levantarte cada vez que caes en la tentación de destruir un borrador, perseverante, continuo, sin descanso. Escribir es decir mil veces y en silencio “puedo hacerlo”, es reírte de los fantasmas que te animan al abandono, es volver una y otra vez a autoconvencerte de tu capacidad, y es empujarte una y otra vez con el argumento de “ya que he llegado hasta aquí…”

Y cuando todo acaba no aciertas a decidir si te sientes más satisfecho por el trabajo realizado o vacío por la orfandad creada.

3 comentarios:

  1. Ya sabes.El valor paradójico de la ilusión es que muere cuando se cumple.

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  2. Oye,y no te sorprendes a ti mismo preguntándote: ¿Qué estará haciendo Marcos ahora?

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  3. No dudo tengas un hervidero de ideas,nuevas historias,nuevos mundos imaginados...¿Quizas como hacen otros escritores...seguir con una dilogía ó trilogía? Animo..no será por falta de capacidad ó de voluntad..

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