miércoles, 24 de marzo de 2010

¡ALLÁ VAMOS! AQUEL VERANO, VEINTE NOCHES.

“Prefiero los errores del entusiasmo a la indiferencia de la sabiduría” Anatole France.
Por lo narrado hasta ahora el lector conoce mis tímidas incursiones en el mundo de la literatura, mucho más como lector que como escritor. Pero claro, llega un momento en que hay que dar el salto. Un salto de fe, en el que debía creer que realmente podría escribir algo que no fuera un simple relato breve o una columna de opinión. Claro. Muy fácil. ¿no?

Pero escribir una historia larga (llamarlo novela era excesivamente pretencioso e irreal en esos momentos) era harina de otro costal. Pensé que podría extrapolar mi capacidad para solucionar los problemas de redacción que solía encontrarme en mis textos breves. Pero cometí un error de principiante, porque las diferencias no sólo eran cuantitativas, no se trataba de escribir más, sino sobre todo estructurales, cualitativas. De escribir mucho mejor. Pero ¿qué tiene el escritor novel sino una desmesurada ilusión y una descomunal ignorancia sobre la dificultad de su tarea?

Pues mucho más. Tenía tema, argumento (en mantillas, pero ahí estaba), personajes, documentación más que suficiente (aún tuve que hacer alguna excursión a la biblioteca para documentarme sobre la esquizofrenia, asunto colateral del argumento), y sobre todo tenía una extraordinaria determinación. Lo haría. Y esto último pesó mucho más en mi decisión.

Era julio. Tenía casi todo el mes de vacaciones y llegué a un acuerdo con mi mujer para establecer un horario de trabajo intensivo: dormir desde la salida del sol hasta la hora de comer (mientras ella y los niños iban a la playa, ¡yo lo odio!), tardes dedicadas a la vida familiar, y cuando se iban a dormir yo escribía toda la noche hasta las siete de la mañana.

Lo llamé EODC, una historia -por supuesto de ajedrecistas- mucho más próxima a la novela negra que a la ficción pura, con mucha sangre, detectives ingeniosos y sagaces, jugadores extraordinarios sin debilidades humanas apreciables, y unos cuantos tópicos más, prueba evidente de mi bisoñez. Algo más de veinte días de “romántica” escritura nocturna, unas ciento cincuenta páginas para engordar mi autoestima y certificar mi ineptitud. Escribía párrafos, ideas, capítulos y pasajes aleatoriamente (había leído que algunos escritores así lo hacían, para evitar el síndrome de “página en blanco”, y luego lo ensamblaban todo), sin continuidad ni linealidad, a retazos, según me venía a la cabeza, felicitándome por este símil tan logrado, por aquel juego de palabras tan ingenioso, por esa frase tan apropiada, por este adjetivo tan bien acomodado, por ese personaje con tanto calado, por aquel conector tan bien traído, por ese tecnicismo tan bien explicado, por…

Y conforme sumaba noches, páginas, ojeras e ilusiones, también iba engrosando mi lista de errores: caos argumental, inverosimilitud evidente, obsesión por volcar en el teclado toda mi sapiencia ajedrecística, moralinas baratas haciéndose hueco entre sus líneas, absoluto desconocimiento del género de novela negra, ausencia de estructura lógica en el relato, … y no pararía de enumerarlos. Algunos de esos errores hasta yo mismo podía percibirlos en tiempo real, pero me decía “más adelante ya lo solucionaré”. Otros los detecté mucho más tarde. Y seguramente muchos aún me son desconocidos.

Erré en la elección del narrador, en el tono del relato, en mi forma de plasmar vivencias ajedrecísticas, en mi ausencia de planificación, en un desenlace que aún está sin escribir, sin imaginar (¿se puede escribir una historia sin conocer el final a priori? Yo me siento incapaz), en el ritmo narrativo, en la estructura general, en … A saber. En resultado fue un bodrio que me avergüenza.

Pero lo había hecho. Mal. Pero al menos lo había intentado.

Quizás algún día desempolve EODC. Quizás algún día me ría de aquella estéril aventura literaria, sueño de veinte noches de verano, de veinte noches de insomnio "creativo". O quizás algún día la retome. Al fin y al cabo, no deja de ser una especie de “padre cronológico” del Hechizo de Caissa.

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