viernes, 16 de julio de 2010

PUNTO ¿FINAL?

”El lunar es el punto final del poema de la belleza.” Ramón Gómez de la Serna.

Y se acabó. Esto es el final de este blog. Me consta que he traicionado la esencia de un blog al uso (un cuaderno de bitácora, un diario, un foro donde verter opiniones) y que en realidad he narrado los acontecimientos, los pensamientos, las motivaciones, las ideas, las vicisitudes que me llevaron a escribir El Hechizo de Caissa.

Me cuentan, personas mucho más sabias, que un blog de esta índole no debería cerrarse, que debería mantenerse vivo y abierto, pero yo ya he contado mi historia, el proceso de documentación, redacción y corrección de mi novela. Ese era el objetivo y espero haberlo conseguido.

A lo largo de todos estos posts o entradas he intentado contar todo lo que me bullía en la cabeza, algunos trucos de escritura, algunas inquietudes, muchas confesiones, de qué va El Hechizo, qué buscaba con su escritura, quiénes me influyeron, ayudaron o empujaron a escribirlo, cómo lo hice, mis rutinas, mis errores, mis anhelos..., y ya no me queda nada que contar.

Muchas gracias a todos los que habéis contribuido a ampliarlo con vuestros comentarios y aportaciones. Os invito, si alguna duda, observación o comentario se os ha quedado en el tintero, a plantearla en este último post (o cualquier otro), o bien podéis escribirme a ferortega5@gmail.com o ferortega5@hotmail.com.

A la pregunta “¿cuándo saldrá publicado EL Hechizo de Caissa?”, la única respuesta sincera que puedo ofreceros es : “no lo sé”. En un primer momento se programó para este verano (junio-julio), y posteriormente se pospuso hasta el mes de octubre. Pero razones ajenas a mi voluntad y relacionadas con la crisis del sector editorial obligan a la editorial Viceversa a aplazar su publicación hasta el 2011. ¿Mes? Enero, febrero, marzo, … No podría asegurarlo. Y ese es el motivo por el que finalizo este blog antes de la publicación de la novela. Ya no me queda nada que contar (salvo que vosotros, mis pacientes lectores planteeis alguna cuestión). Mi idea era hacer coincidir el final de este relato con la fecha de publicación, pero como veis es imposible. Un lunar en mi “programación”.

Si alguno está interesado en conocer la fecha de publicación, hacédmelo saber (vía email preferentemente). Elaboraré una lista y cuando me comuniquen la fecha de publicación definitiva os enviaré un mensaje informándoos. O tal vez, haga una entrada extraordinaria en este blog.

Un saludo a todos. Gracias por dejaros hechizar.

martes, 13 de julio de 2010

FASE DE CORRECCIÓN


”Quien anda es quien tropieza, y no el que se está en la cama a pierna tiesa.” Proverbio.

Si bien el objetivo de este blog era contar la fase de documentación y algo de la fase de redacción de la novela “El Hechizo de Caissa”, apuntaré unas breves ideas sobre la tercera y crucial fase de corrección.

Lo primero indicar que es una fase eterna. Escribí el Hechizo en 5 meses y llevo 16 meses de correcciones. Puede parecer exagerado, pero os aseguro que es así. A veces no ves los errores, otras veces no estás de acuerdo con quienes te los muestran (para gustos los colores y en esto de la literatura...), y otras modificaciones responden a criterios ajenos a la propia obra y propios del proceso de edición. Lo cierto es que entre unas cosas y otras he sacado una clara conclusión: la novela no se acaba hasta que tienes el libro (físico y en papel) en la mano. Todo lo demás son “archivos provisionales”, y el adjetivo “definitivo” es una mentira. Indicaré que todavía estoy haciendo correcciones estilísticas.

Lo segundo es categorizar los tipos de correcciones:

1.Ortográficas: aunque parezca imposible (no en balde vivimos en la era tecnológica y los modernos procesadores de textos con sus correctores ortográficos automáticos son “infalibles”, jeje), después de cuarenta revisiones, aún detectaba alguna errata.
2.Argumentales: estos son los cambios más dolorosos. Cada vez que tenía que modificar una microsecuencia de algún eje argumental se me desgarraba el alma. Hay que entender que el Hechizo es mi hijo. ¿Arrancaríais un brazo o aunque sólo fuera el dedo meñique a vuestro hijo? Seguro que alguno se preguntará por qué, si tanto me incomodaban esas modificaciones, accedía a ellas. A veces porque aceptaba su idoneidad. A veces por imposición de los editores (únicamente cuando lograban convencerme de la necesidad imperiosa de hacer “ese cambio”). Y a veces porque yo mismo me las ingeniaba para mejorar el texto, porque desde que envié el archivo “definitivo” (je,je,je,je,je,je,je) tuve mucho tiempo para idear alternativas y cambios que creo sinceramente han incrementado la calidad del producto final (obviamente si no, no lo hubiera hecho). Mi mujer decía que ella no entendía las modificaciones, que el producto espontáneo, la primera escritura, era la válida. Una perspectiva muy romántica, pero muy poco acorde a los requisitos de la literatura moderna y a este exigente mundo donde sólo se acepta la excelencia, incluso en actividades tan subjetivas como el arte. Pero precisamente ese carácter subjetivo es lo que nos da a los escritores cierta independencia y a la vez crea tanta polémica. Porque un libro es excelente para un lector y un bodrio para el de al lado. Ventajas e inconvenientes del arte. Tengo muy asumido que eso pasa con todos los libros y que el Hechizo no será una excepción.
3.Estilísticas: Aún estoy en ellas. Desde los puntos y aparte, la adjetivación, los nombres de los personajes, los tipos de letras, el nombre de los capítulos, sinónimos, construcciones gramaticales mejorables, comas sobrantes, signos de puntuación adecuados, cursivas y encomillados apropiados,... Parecía fácil escribir un libro, ¿verdad? Pues os diré algo. Las correcciones estilísticas son sólo el barniz exterior. Laborioso, pero poco más. O eso espero. Y sin embargo, también tiene su importancia.

Y lo tercero es confesaros que estoy harto de corregir. Agotado.

Factores ajenos a mi voluntad (parece que la crisis también alcanza al mundo editorial) han provocado un aplazamiento de la fecha de publicación prevista. No me atrevo a decir cuando saldrá publicada la novela, pero seguro que habrá que esperar un poco más, y tendré mucho tiempo para seguir haciendo correcciones (las odio). ¿Se parecerá el Hechizo que se publique a mi “archivo definitivo original”?

sábado, 3 de julio de 2010

MI PECADO DE VANIDAD

”La vanidad se descubre, igual que un delito” Malcom Cowley.

Mentiría, como todos los escritores, si no reconociese que la vanidad me visitó por aquellas fechas. Quien no ha escrito una novela no puede comprenderlo, porque es muy difícil calibrar el tremendo esfuerzo que supone finalizarla y todos los sacrificios que hacemos para lograrlo (algo de eso se sugiere en el argumento del Hechizo). Pero, como ya he explicado anteriormente, mi orgullo, mi ego, mi autoestima crecía más por el hecho de que elogiaran mi esfuerzo al acabar la novela que porque elogiaran la obra en sí. Pese a ello, en esa época estaba demasiado agotado para recrearme en un sentimiento de euforia que, sinceramente, no sentía.

Cuando salía a correr  soñaba (excelente recurso para ahuyentar la fatiga psicológica en la carrera) no con el éxito editorial, ni siquiera en la publicación de la novela. Me concentraba en imaginar la sonrisa de mi madre cuando desenvolviera el paquete que contenía El Hechizo. Voy a confesar mi pecado de vanidad contando una costumbre familiar.

Mi padre es un hombre genial. Y no lo digo para regalarle el oído, sino que me refiero a su habilidad manual que lo convierte en un genio de la pintura y la escultura. Pero incluso decir esto es sesgar en demasía su capacidad, porque es habilidoso en grado sumo, no importa cuál sea el problema o la tarea. Cualquier actividad que requiera destreza y precisión oculo-manual, desde reparar el motor de la lavadora hasta componer pieza a pieza un televisor o una emisora de radio, está hecha para él. Es capaz de reparar cualquier artilugio por complejo que resulte, desde el más diminuto engranaje de un reloj hasta la compleja red de tuberías de una depuradora, de crear y recrear, de arrancar un vehículo con una chapa de coca-cola, de prescindir de un cerrajero, albañil o jardinero, de pintar una vivienda, de reparar un atasco de fontanería o instalar la mampara del baño, de matar de envidia a carpinteros, electricistas, electrónicos (que no es lo mismo) y al mismísimo MacGyver. Es eso que solemos llamar un manitas. Pero yo iré un poco más lejos: además es un artista como la copa de un pino.

En mi familia el día de reyes es una fiesta, y no sólo por los regalos y esas cosas, sino porque nos juntamos a comer todos los hermanos y sus respectivas familias (unas veinticinco personas, muchos críos...) y mi padre siempre nos regala a cada familia (somos seis hermanos) una escultura o pintura producto de sus afanes anuales. Como no puedo ser objetivo ni entiendo de arte, sólo diré que a mí (el hombre más “manazas” y torpe del mundo) me parecen genailes. A veces sorteábamos entre los seis hermanos los regalos de mi padre, otras elegíamos civilizadamente según nuestros gustos, pero no había año que mi padre olvidara obsequiarnos con su arte.

Mi pecado de vanidad fue soñar con que algún día de reyes pudiera acompañar la genialidad de mi padre con un ejemplar del Hechizo dedicado para cada uno de mis hermanos. Y si hay algo que lamento de toda esta maravillosa experiencia es que no podré hacerlo.

jueves, 1 de julio de 2010

CONEJILLOS DE INDIAS.

“Quien se enfada por las críticas, reconoce que las tenía merecidas”. Tácito.

Así pues, ahora tocaba someterme a la crítica. La primera incógnita era a quién debía elegir para que leyera el manuscrito. Y la segunda, a cuántos. Intuitivamente sospeché que no era demasiado inteligente darlo a leer a mucha gente. Por otra parte me interesaba que los lectores fueran lo suficientemente críticos como para servirme de ayuda y que pudieran emitir un dictamen objetivo, pero era evidente que sólo podía recurrir a mis conocidos, familiares y amigos. Es lo que tiene ser escritor novel. ¿Quién quiere leer algo de un desconocido autor? Pero había algún otro requisito a cumplir. A saber: necesitaba un lector ajedrecista (para comprobar la verosimilitud de la historia, de los personajes, de los ambientes), un lector no ajedrecista (para pulsar el grado de comprensión en advenedizos del juego), un lector experimentado (¿otro escritor o un especialista en literatura?), un lector ocasional, y un lector compulsivo que pudiera comparar con multitud de modelos. Todo muy lógico ¿no? 

Pero os estoy mintiendo. No pensé en las características que debían tener los primeros lectores del manuscrito, sino que éstos YA tenían esas características, porque elegí a “Henry”, al “Director”, al “Creyente”, a mi hermana Maite (una lectora impenitente) – auténtica “Tía del Hechizo”-, a mi hermano Nacho, periodista de profesión, y a Ana, mi mujer.

Posteriormente hubo otros lectores del manuscrito, unos pocos más (padres, mi tía, algún otro amigo) pero eso ocurrió cuando ya estaba en marcha el proceso de publicación. En un primer momento, allá por el mes de marzo y abril, sólo necesitaba una crítica sincera y reducida.

En general, a todos gustó el Hechizo de Caissa, y las críticas que recibí -juro que aceptadas deportivamente- iban por los siguientes caminos:

1.Estructura capitular demasiado larga. De resultas de esta observación acorté la extensión  (¡ya era la segunda vez que lo hacía!) y dupliqué los capítulos.
2.El tono del narrador sugería un tiempo pasado ausente en el texto. Este asunto me obligó a una rescritura profunda de múltiples pasajes.
3.Duras críticas al lenguaje empleado por los adolescentes de la historia, demasiado “adulto”. Suprimí algunos diálogos, rescribí otros, modifiqué la mayoría.
4.Cientos de correcciones ortográficas. Un consejo: ¡no os fieis de los correctores ortográficos de vuestro procesador de textos! Son incompletos.
5.Exceso de adjetivación: un defecto que no logro quitarme de encima.
6.Errores de coherencia, algunas edades de los personajes y datos cronológicos erróneos, algún queismo, algunas palabras que mis lectores no aceptaban (el vocablo “orgasmiar” no existe, pero yo me negaba a suprimirlo del texto) y múltiples errores de estilo.
7.El final parecía algo precipitado. Como ya comenté, este asunto me costó muchas horas de corrección.
8.Personajes “extremos”, y poco verosímiles, especialmente R y A. Esta observación no la consideré en el caso de R, aunque sí intenté mejorar a A. Pero quiero que R siga siendo un personaje extremo.
9.Me congratula (era una de mis obsesiones) que alguno me dijera que le entraban unas ganas enormes de jugar al ajedrez al acabar la novela, y sobre todo, que incluso para los no ajedrecistas la novela tenía un interés y un atractivo enorme, pese a no saber nada del juego.
10.La novela retrotraía a la melancolía de tiempos pasados, pero chocaba con la necesidad imperiosa de enmarcarse en la actualidad, a tenor de la existencia del ajedrez on-line (internet) en la trama argumental.

Nacho el periodista, Ana la lectora ocasional, y “Henry” el ajedrecista, me hicieron un informe verbal y global, indicando sus impresiones, sus sugerencias, sus peros. Información valiosísima.

El Director y mi hermana Maite se pusieron un traje de faena y cogieron un bisturí. Cercenaron, amputaron, diseccionaron, corrigieron, anotaron al margen, bolígrafo rojo en ristre, correcciones varias en winword con la utilidad “control de cambios” (¡Maite qué pasada de currada te metiste, página a página, línea a línea, palabra a palabra!), proponiendo cambios, sinónimos, mutilando redundancias, limando asperezas gramaticales, acentuando olvidos y olvidando nuestra relación próxima, como auténticos correctores despiadados, objetivos, imparciales. Con vuestra guadaña segasteis la paja sobrante, matizasteis aquel colagge de buenas intenciones argumentales y lo convertisteis en El Hechizo. El Director fue el más crítico de todos, y probablemente con acierto. Nunca le estaré suficientemente agradecido.

Y El creyente, -os recuerdo que era escritor y mi profesor del taller literario al que asistí- después de leerlo y recomendarme unas cuantas modificaciones, después de indicarme que convenía atar unos cuantos cabos sueltos de la historia, después de elogiar y criticar sanamente, me hizo una pregunta que, ahora lo sé, iba a cambiar esta historia y toda mi vida: “¿Te importa si envío el manuscrito a mi agente literario?”

Imaginad mi respuesta.

domingo, 27 de junio de 2010

CRUZANDO LA LÍNEA DE META

El tiempo es el mejor autor: siempre encuentra el final perfecto”. Charles Chaplin.

Mediado el mes de marzo comencé a escribir el último capítulo y el epílogo. Este es uno de los mayores errores que pude percibir en la escritura del Hechizo, porque tenía tantas ganas de acabar, que el final lo escribí precipitadamente. Yo mismo valoraba ese colofón como apresurado, y confieso que este capítulo es el que más tuve que trabajar en la fase de corrección y, a diferencia de otras modificaciones argumentales, tuve que ampliar bastantes párrafos y modificar el final un par de veces antes del “borrador” definitivo. Este último adjetivo, definitivo, me produce una hilaridad descontrolada. ¿Cuántas veces no utilicé este vocablo para nombrar un archivo? Hechizodefinitivo.doc. Hechizodefinitivo2.doc Hechizodefinitivo3.doc….

Uno de los principales descubrimientos del escritor novel es lo dilatado que es el proceso de corrección. Descomunal. Pero ya llegaré a esa fase. 

Lo cierto es que finalizar el Hechizo de Caissa supuso para mí un hito histórico, un punto de inflexión de profundas implicaciones vitales y, probablemente, el logro que mayor orgullo me ha reportado en toda mi vida. Ni cuando accedí al INEF después de aquel intensísimo verano de inhumano entrenamiento físico,  ni cuando aprobé la oposición después de dos años sumergido en libros, ni cuando obtuve el cinto negro de judo, ni cuando corrí mi primera media maratón,  ni..., nunca sentí un alivio tan enorme, una sensación de éxito integral tan completa, un paroxismo tan sentido, tan vivido, tan auténtico. Imagino que los lectores que no hayan escrito una novela a duras penas pueden imaginarlo, pero confieso que no estaba en absoluto orgulloso de la novela, sino únicamente de haberla acabado. Aquel inolvidable jueves de marzo no disfruté de la calidad del Hechizo, sino de su conclusión. No me importaba haberlo escrito mejor o peor, sólo deseaba acabarlo. Y lo había hecho.

Entonces aún no era consciente de lo mucho que quedaba por hacer, de las miles de correcciones que le esperaban al Hechizo, pero después de olvidar ya casi la fase de documentación, ahora dejaba atrás la fase de redacción. Era lo más lejos que había llegado nunca y aunque parezca un planteamiento absurdo tratándose de una obra artística, me congratulaba mucho más la cantidad de lo escrito (¡por fin una obra extensa completada!) que su calidad. Esto último, en ese momento, era secundario.

Me tomé una semana de descanso total, y después releí El Hechizo pausadamente. Aún hice algunas correcciones más, de poco calado argumental y más bien de carácter formal, y transformé el archivo doc en un pdf. Exactamente 267 páginas en formato DIN A4, y 145.890 palabras.

Y entonces me encontré con esa gran incógnita que todo escritor debe afrontar al finalizar la escritura de una novela: ¿Y ahora qué? ¿Qué hago con este borrador/manuscrito?

Aunque parezca pretencioso e increíble, os aseguro que tenía muchas dudas sobre su calidad, sólo estaba realmente orgulloso de haberlo finalizado, lo juro, y encontré la respuesta fácilmente: tenía que comprobar si este texto (todavía le negaba el calificativo de libro o novela) tenía algo de calidad. Y sabía cómo hacerlo. Necesitaba algunos lectores imparciales y críticos. Para eso, el propio escritor no sirve. Está demasiado imbuido e implicado en la historia como para poder emitir un dictamen objetivo. Le falta perspectiva.

martes, 22 de junio de 2010

RUTINAS DE TRABAJO EN LA REDACCIÓN.

"Lo peor es cuando has terminado un capítulo y la máquina de escribir no aplaude." Orson Welles.


Así pues mi ritmo de trabajo en esos cinco meses era intenso, y ahora que al margen de la rehabilitación me dedicaba en cuerpo y alma a escribir, me gusta calificarlo pretenciosamente de "rutina semiprofesional" - realmente no tengo ni idea de cómo escribirán realmente los escritores profesionales)- alternando actividades de redacción, programación y corrección de forma más o menos premeditada.

En general redactaba de madrugada y por la mañana, programaba (imaginaba, ideaba…) a mediodía y corregía por la tarde. Seguía una especie de “biorritmo narrativo” que respondía fundamentalmente a mi estado físico y mi grado de fatiga (primer criterio), a la programación del Hechizo y lo complejo o simple de cada capítulo (segundo criterio), y a los posibles imponderables cotidianos resultantes de mi vida social, mi familia y mis amigos (tercer criterio).

Para cada una de estas tres actividades seguía un procedimiento más o menos flexible:

a) Para la redacción (generalmente de madrugada):

  • Escribía en la pizarra un breve esquema guionado a seguir, enumerando secuencialmente las ideas a exponer en el texto.
  • En el Pc escribía a vuela pluma dos, tres, cuatro, cinco pasajes (generalmente no muchos más). Como la extensión podía variar mucho de un pasaje a otro, también era muy variable la cantidad que podía escribir diariamente. Lo habitual era que no pasara de seis-siete páginas por día, pero este dato es muy impreciso. Algunos días de inspiración redactaba veinte páginas (sobre todo cuanto trabajaba en la biblioteca), pero otros apenas llegaba a las dos páginas. Escribía de forma lineal, no como algunos escritores que son capaces de escribir pasajes de diferentes capítulos un mismo día, incluso separados cronológicamente muchas páginas. Yo no sé. Tengo que ir “cosiendo mi labor” de forma acumulativa.
  • En ocasiones consultaba el diccionario o hacía alguna consulta al Google (para buscar algún dato ajedrecístico o cronológico mayormente), pero esto casi siempre lo hacía en la fase de corrección.
  • Daba formato a lo escrito (sangrados, puntos y aparte, adjetivos sobrantes, etc.)

b) Para la programación (mañana-mediodía):

  • Si estaba caminando o fuera de casa, anotaba ideas, secuencias, frases o posibles modificaciones en mi cuaderno de bitácora.
  • Si estaba en casa, las anotaba en la pizarra o en mis “planillas de programación” (ya comentadas en anteriores posts), e incluso a veces abría el archivo y escribía directamente en él.

c) Para la corrección (tardes preferentemente): Estoy harto de corregir. Cada día dedicaba casi una hora vespertina en releer y modificar lo trabajado por la mañana, y eso mientras redactaba el manuscrito (que impropio y arcaico suena este término, pero se dice así). Más adelante hablaré de la fase de corrección propiamente dicha. Sólo os adelantaré que hice más de 2500 correcciones (contadas una a una), desde ortográficas a argumentales, pasando por estilísticas, semánticas, añadidos, acotados, sustituciones (la función “reemplazar” del procesador de textos es utilísima), etc.

Pero no penséis que soy una máquina insensible. Algunos días no escribía nada y me dedicaba exclusivamente a “navegar”, consultar libros o simplemente recargar pilas, que también es muy importante cuando llevas dos o tres días redactando a cierto ritmo. Otros días tenía el ánimo demasiado alterado como para circunscribirme al encorsetado programático expuesto, y redactaba de noche o programaba de madrugada, o dejaba a mi mujer con la palabra en la boca – o la cena fría sobre la mesa - porque se me había ocurrido una palabra, una idea, una frase que debía anotar inmediatamente... Y los mejores días de la fase de redacción, aquellos en los que produje las mejores líneas, las jornadas más productivas,…, las viví en mi inspiradora biblioteca.

Allí llegaba a la sala de Humanidades (de noviembre a marzo no suele estar saturada de estudiantes agobiados), conectaba el portátil y comenzaba a redactar sin pararme a pensar nada, sin hacer apenas correcciones, y sin acordarme del tiempo. Era mi vejiga quien me recordaba que mi desbocada imaginación estaba atrapada en un cuerpo que tenía que orinar, que si no… Hasta treinta páginas llegué a redactar en un día (que luego tuve que mutilar hasta la mitad, claro). Ahora me pregunto que pensarían aquellas jovencitas (estadísticamente - no es un comentario con ánimo sexista- había muchas más mujeres que hombres) futuras abogadas, o arquitectas, o psicólogas, o maestras, viendo a aquel poseso de mediana edad tecleando con rabia, con los ojos iluminados por su obsesión y la mirada colgada en el monitor o en el vacío…

viernes, 18 de junio de 2010

RECTIFICAR ES DE SABIOS ¿NO?

Después de saber cuándo debemos aprovechar una oportunidad, lo más importante es saber cuándo debemos renunciar a una ventaja”. Benjamín Disraeli.

De lo leído hasta ahora en este blog, el lector puede sacar como conclusión que escribir una novela es un ejercicio de reflexión, programación y disciplina. Cierto, pero hay una cuarta cualidad necesaria: la capacidad para tomar dolorosas decisiones sobre la marcha. Un poco como el ajedrez; continuamente se analiza la posición del tablero (lo que se lleva escrito) y se determina cuál debería ser la siguiente jugada (el siguiente párrafo, secuencia, pasaje, idea…) desechando un montón de posibles variantes (borrando muchas páginas, ideas, algunas ya escritas, ¡qué dolor!).

Conforme iba escribiendo, avanzando a pasos agigantados en esos cinco maratonianos meses, me introducía más y más en la historia, en la piel de los personajes, en la trama argumental y supongo que me enamoraba del Hechizo sin apenas darme cuenta. Habitualmente trabajaba en el portátil, aunque hacía copias de seguridad periódicamente en cuatro soportes diferentes: pendrive, diskette, disco duro del PC fijo y una copia que me mandaba a mí mismo por correo electrónico. No quería que ningún fallo informático me hiciese perder una sola línea. Esto exigía ser muy sistemático para no olvidar hacer los backups ningún día, pero la seguridad era fundamental, porque antaño ya tuve alguna mala experiencia en este sentido y no estaba dispuesto a repetirlo. Otro de mis mecanismos de seguridad informática consistía en nombrar el archivo con LQPNMC (ya sabe el lector qué significa) y la fecha en curso, de forma que en caso de borrado accidental siempre pudiera recuperar el archivo del día anterior. Aproximadamente cada mes borraba los archivos antiguos, por aquello de no acumular demasiada basura.

Lo cierto es que mi portátil tuvo un problema de Hardware y, aunque pudiera parecer un serio contratiempo (recordad que muchos días iba a trabajar a la biblioteca) en realidad fue una bendición, porque decidí saltarme mis rutinas habituales e imprimí todo lo que llevaba escrito. Cogí un rotulador rojo y, aprovechando la perspectiva que da la distancia (temporal, espacial, nerviosa, espiritual,.., del tipo que sea) afronté la lectura del texto sobre el papel como si fuera un simple lector, un observador imparcial y no el autor. Supongo que esto es lo que en ocasiones hago cuando juego al ajedrez: intento no dejarme llevar por la pasión, por la ilusión de llevar a cabo “esa maravillosa idea que he tenido” e intento analizar la posición objetivamente. Eso hice. Y me di cuenta de que era necesario modificar muchas cosas, renunciar a muchas páginas, e incluso tomar dolorosas decisiones si quería que el Hechizo fuera verosímil, interesante, vivo, ágil, digno de leerse. De nuevo recurriré a mis “listados”.

COSAS QUE HAY QUE CAMBIAR:

1. La cantidad de “ajedrez”: esto es una novela, no un libro técnico. No es interesante explicar qué es el enroque o una clavada en cruz. El ajedrez puede ser una presencia permanente –la historia se desarrolla en su mundo-, pero no debe ser el protagonista, ni mucho menos.
2. La extensión capitular. Hay que acortar la duración parcial de los capítulos.
3. Los diálogos. Pronto comprendí que es el registro que peor me estaba quedando. Intenté mejorarlos pero, ante mi evidente incompetencia, decidí reducirlos al máximo.
4. La relación entre Marcos y S, como eje argumental independiente, merecía una mayor profundidad y extensión.
5. Los detalles. Me di cuenta de que determinados detalles (materiales, verbales, fisionómicos) revelaban mucha más información que decenas de palabras. Recordé una acertadísima máxima: “no cuentes, sugiere.”
6. Decidí aumentar la carga emotiva en tres capítulos (en tres finales de capítulo para ser exactos) y me obsesioné con finalizarlos con una frase contundente y reveladora. Hasta que no las encontré, no descansé.
7. Sobre la “programación” inicial, añadí un eje argumental que titulé “misterio familiar”, y en consecuencia le dediqué muchas más páginas porque entendí que aumentaba el interés del lector, siempre ávido de un poco (o un mucho) de suspense. Sé que buscar expresamente el suspense en la historia no está demasiado bien visto entre los literatos puristas, y se considera un truco mal reputado, pero en ese momento yo sólo escribía lo que me gustaría leer (una interesante brújula metodológica) sin importarme otras consideraciones que, de todas formas, ni siquiera conocía.
8. Añadí otros tres personajes secundarios, esta vez sin mucha intención de dotarlos de excesivo protagonismo, pero que entendí que eran necesarios por la información que aportaban para el esclarecimiento del “misterio familiar”.
9. Y con lágrimas en los ojos apretaba la tecla Supr. Para eliminar “paja”. Eran redundancias, informaciones sobrantes, adjetivos innecesarios, datos ajedrecísticos irrelevantes, basura adicional,.., pero era ¡mi basura! Un sacrificio necesario. La posición/el texto (que diría un crítico ajedrecístico/literario) pedía a gritos ese sacrificio.
10. Y se me ocurrió una idea interesante relacionada con la muerte de A, algo que ocurre en su funeral y que me quedó (creo) fetén. ¿O no? Vosotros juzgaréis. Tampoco se trataba sólo de “recortes”. También añadí alguna cosilla…

Que si, que lo de Shakespeare escribiendo a la luz de una vela su “Romeo y Julieta” en una sola noche puede resultar muy romántico, pero yo creo que de vez en cuando hay que pararse a reflexionar, tomar aire, coger la guadaña haciendo algún que otro sacrificio, y asumir que a veces sólo podemos reconocer los errores cometiéndolos.