viernes, 29 de enero de 2010

EL MATCH RELOJ

Para Andrés: No tengo la más mínima duda de que te lo leerás de principio a fin. Pero debes ser un lector muy exigente.

“Consulta el ojo de tu enemigo, porque es el primero en ver tus defectos”
Antistenes.

Pero no había munición que pudiera compararse con el placer del juego. Es por ello por lo que tanto estudian los ajedrecistas, por el placer lúdico que da el enfrentamiento directo con un adversario de idénticas aspiraciones. El agon. La lucha frente al tablero.

Muchos ajedrecistas disfrutan del ajedrez de torneo, de las jornadas maratonianas jugando contra ocho o nueve rivales diferentes, y las elucubraciones derivadas de los sistemas de desempate o del ambiente de decenas de mesas de juego desperdigadas en amplias salas, de árbitros paseantes y mirones escrutadores, de anécdotas, de variedad y de tablas clasificatorias complacientes con sus expectativas.

Pero como mis lectores ya saben a estas alturas del relato, yo llegué a Caissa de la mano de un libro, aquel enfrentamiento en match dual entre Botvinik y Mijail Tahl (acabo de dejar el teclado, levantarme de mi asiento y hacer una respetuosa reverencia al pronunciar calladamente su nombre). Por ello mi modalidad preferida es el match individual en el que te enfrentas varias veces a un mismo rival, alternando piezas blancas y negras a cada partida. Es un ajedrez donde cabe la preparación de aperturas, la sorpresa en los planteos, la dualidad de estilos y el análisis preparatorio. Una modalidad donde la cara de tu rival te dice si tus primeros movimientos le han sorprendido o has caído en su trampa, donde tu preeminencia estilística va más allá del deseo puro de la victoria. Es mi modalidad preferida porque ilustra perfectamente el simbolismo dual y maniqueista del juego, donde no hay terceros ni resultados colaterales que influyan, donde haces de tu rival un amigo a fuer de verle la cara día a día.
Y yo soñaba con poder jugar un match al estilo del que había leído en ese “Ajedrez Magistral” de Tahl (nueva genuflexión).

Mi gran amigo, Cicerone Koga me lo brindó. Y de qué forma. Su estilo de juego y su repertorio de aperturas era muy similar a la solidez del campeonísimo Botvinik (el malo malísimo de mi acelerada imaginación). Y mi ídolo era Mijail Tahl (¿alguno lo duda a estas alturas?). Era perfecto. Y era falso, porque el estilo de juego que pretendemos imitar nunca suele corresponderse con nuestra verdadera capacidad, salvando obviamente todas las distancias. Pero eso yo no lo sabía entonces. Sólo sabía que podía soñar despierto en un tablero. Fantasía hecha realidad.

Como no disponíamos de reloj de ajedrez, decidimos que ese sería el premio. Lo pagamos a medias y el vencedor del match se lo quedaría. Lo bautizamos, lógicamente, “El match reloj”. Jugaríamos diez partidas, domingos por la tarde, cada vez en casa de uno de los dos. Y no recuerdo si teníamos algo previsto en caso de empate, pero no hizo falta. Jugamos un ajedrez de principiantes con ropajes de profesionalidad, tablero de madera, copa de licor, silencio, amistad compartida, agon rezumando entre nuestras sonrisas y empatía blanquinegra tiznada de camaradería eterna. He jugado miles de partidas desde entonces y me cuesta trabajo recordar huellas tan imperecedera como las que marcaron todas esas sensaciones añadidas. Jugamos un ajedrez burdo, plagado de errores por ambas partes, lo sabemos ahora después de analizar las partidas anotadas, pero aquel match marcó el inicio de mi “historial de recuerdos ajedrecísticos”.

¿Cómo dices? ¿que quién ganó el "match reloj"? Creo haber narrado lo realmente importante. Quédate con eso y con que el match es un elemento esencial en la trama de "El hechizo de Caissa".

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