jueves, 21 de enero de 2010

DUALIDAD

“Cuando se lee un libro según qué estado de ánimo, sólo se encuentra en el libro interpretaciones de ese estado” Georges Duhamel.

Pero claro, llega un momento en que la imaginación de un mozalbete de siete años no alcanza a compensar sus expectativas, y por más que miraba aquel tablero magnético y trasteaba con sus diminutos trebejos, me faltaba un alter ego a quien doblegar. Mis hermanos me esquivaban porque cada vez que me veían acercarme con el tablero en la mano ya sabían que iba a proponerles partida, y ya sabían quién ganaría.
Supongo que fue un alivio para todos ellos que alguien (perdonad, pero no recuerdo quién) tuviese la genial ocurrencia de complementar el tablero con un regalo muy apropiado: mi primer libro de ajedrez. Se trataba de “Ajedrez magistral” de Mijail Tahl, un recopilatorio de las partidas del Campeonato del Mundo de 1960. Aquello tuvo dos consecuencias inmediatas. En primer lugar, supuso un gran alivio para mis allegados que me vieron desaparecer una temporada mientras imbuía el arte de aquel Campeón Mundial. Y, en lo personal, para mí supuso todo un golpe tremendo: el juego se había convertido en una disciplina de estudio. ¿Un juego que se estudia? Supongo que en otra situación hubiera aparcado el libro en alguna “estantería del olvido” (como actualmente hago con demasiada frecuencia) y hubiera retornado al tablero, pero en ese momento yo tenía hambre: hambre de ajedrez. Y aquella monótona monografía (redundancia voluntaria) supuso el complemento perfecto para mi magnético compañero y mi insaciable curiosidad.
Rápidamente aprendí el sistema de notación descriptivo (para el algebraico todavía tardaría unos años) y, aunque no entendía la mayoría de los análisis y las variantes que allí se mostraban de las partidas, descubrí la esencia lúdica del juego: la dualidad. Para mí Mijail Tahl personificó el juego apasionado y la creatividad del héroe, mientras que Botvinik, su adversario, era el malvado (¡el lado oscuro!) incapaz de vencer con su juego previsible y lógico a la desbordante imaginación de mi nuevo ídolo. Esta dualidad maniqueista, imaginación versus lógica, tan injusta como falsa, constituye una de las bases argumentales de “El hechizo de Caissa”. Como veis, arraiga de un germen literario de mi infancia. Ahora reflexiono sobre cuantas de nuestras habilidades, cualidades, aficiones e intereses las debemos a nuestras lecturas infantiles. Somos lo que leímos, qué duda cabe.

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