domingo, 21 de marzo de 2010

NO ME CHILLES QUE NO TE VEO 3

El destino, el azar, los dioses, no suelen mandar grandes emisarios en caballo blanco: utilizan siempre heraldos humildes.” Francisco Umbral

Ahora contaré la anécdota más graciosa que me ha ocurrido en una partida oficial, y que, curiosamente, aconteció en la sede del Club ONCE. Quizás por eso me siento un poco en deuda con los ajedrecistas invidentes, porque me evocan recuerdos placenteros. Y por ello en el Hechizo les rindo un merecido homenaje.

No sé si me contagié de aquel ajedrez inmaterial, de aquella exhibición de magia sin ojos, o tal vez simplemente Caissa estaba juguetona. Pero lo cierto es que estaba jugando una partida de ataque sin concesiones. Esto es, desprecio a todos los principios estratégicos, piezas amenazadas pero tocando a la puerta del enroque enemigo y avalancha de peones despreocupándome de mi propia seguridad. Mi adversario, un invidente tocayo mío, acababa de amenazar mi alfil de g5. No sé qué mosca me picó, pero en lugar de retirarlo continué avanzando peones. Es uno de esos momentos en los que sabes que algo grande va a pasar. ¿Alguna vez lo habéis sentido? No hay épicas bandas sonoras de fondo, no hay ningún signo visible, pero presientes que algo especial va a pasar.

Me levanté a echar un vistazo al resto de tableros mientras dejaba reflexionar a mi invidente oponente. ¿Capturaría mi pieza? Mis compañeros de equipo tenían muy igualadas sus partidas, así que podía resultar muy arriesgado continuar haciendo locuras, porque se trataba una partida del campeonato interclubs y el resultado global del equipo era más importante que el particular. Al volver a mi tablero me encontré con una sorpresa. Mi adversario no había capturado mi alfil. En su lugar prefirió amenazar mi dama con su caballo.

Tengo que decir que el mérito del sacrificio pasivo de dama que siguió es más producto de esa especie de espíritu juguetón que me poseyó (¿eso es Caissa?) que de un cálculo preciso, aunque posteriormente pude constatar la corrección del sacrificio. Digamos que hubiera sido un desperdicio jugar de otra forma, no por la posición del tablero, sino por ese invisible halo mágico que me cubrió aquella tarde.

Me levanté apresuradamente a orinar, después de dejar a mi señora postrada en el altar de los sacrificios. Confieso sin rubor que en ese viaje hasta los servicios es cuando realmente calculé la variante jugada y me convencí de que el sacrificio era bueno. Caminaba flotando en una nube de excitación buscando una defensa del negro, mirando sin ver, y preguntándome qué pasaría si mi rival no capturaba la dama. Paquito, un chaval con un futuro ajedrecístico descomunal, me sonrió picaronamente preguntándome (¡afirmando!) si acababa de entregar la dama. Me distrajo ligeramente de mi ensoñación cuando reímos mi audacia, y volví a la sala rumiando mi locura, hasta que… ¡Maldición! De pronto recibí un golpe tremendo en la frente, pero no figurado sino real. Acababa de estamparme contra la puerta de acceso, que era de cristal y no había visto. Mi amigo y compañero de equipo, Alf, un tío cachondo donde los haya, tuvo entonces esa genial ocurrencia al decir algo parecido a: “Oye Fer, si buscas que te fiche la ONCE no hacía falta que exageraras tanto”. Y allí tenéis, toda una sala repleta de sesudos pensadores muertos de la risa…

Y aún se completó la broma porque, otro invidente que batallaba en los primeros tableros preguntó qué había pasado y cuando le dijeron que “alguien” se había chocado contra la puerta, dijo: “seguro que ha sido Fernando”. Su rival, mi amigo Francisco, luego me dijo que se había quedado alucinado, porque no podía imaginar cómo podía saber que era yo, puesto que era invidente. Resulta que pensó que “otro” Fernando (¡precisamente mi oponente ciego!) era quien había chocado.

En fin, una anécdota para recordar. Pero yo siempre la recordaré porque aquella tarde Caissa me dedicó unos minutos de su atención. Porque mis oídos estaban esperándola. Me susurró: “entrega la dama”. ¿No lo creéis? Leed el Hechizo y os enseñaré a tener fe.

1 comentario:

  1. Fui testigo.Anécdota inolvidable.


    "No hace falta que montes el numerito"

    Inolvidable,sí.

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