“Los mejores libros son aquellos que quienes los leen creen que también ellos pudieron haberlos escrito” Pascal.
Aunque me gustaría excusarme diciendo que leía toneladas industriales de literatura como una necesidad para la escritura (se trata de lo mismo, ¿no?), la verdad es que lo hacía por puro placer. Me había convertido en un lector compulsivo, y creo que no dejé de serlo (¿ya lo he conseguido?) hasta que me puse en serio a la faena de escribir El Hechizo.
Prioritariamente leía novela histórica. Me apasionaba. Haefs, Manfredi, Mc Cullough, Graves, Posteguillo,…, Roma y Grecia fundamentalmente, aunque tampoco le hacía demasiados ascos al medievo. Me enamoré de Alejandro, de César y de Aníbal, especialmente Aníbal, la personificación de la astucia y la audacia.
En un momento dado me planteé que tanta novela histórica no podía ser buena. Si mi intención era escribir una novela de ficción enmarcada en el mundo del ajedrez, en la época actual, flaco favor me haría imbuirme en tanta cultura grecolatina ¿no? ¿No sería mucho más inteligente empaparme de géneros menos específicos, menos arcaicos, más cotidianos? Aunque no eran géneros del todo nuevos en mi repertorio, comencé a leer thrillers, algo de novela negra, ficción pura, e incluso me atreví con algunos clásicos olvidados. Leí novela epistolar, narraciones retrospectivas, historias de misterio, navegué por la crueldad, la dulzura, el amor y el odio, la venganza, el misterio, el dolor, la amistad y la traición. No sé cuánto de todo esto ayudó al Hechizo, aunque sí tengo claro que (por muy críticos u objetivos que seamos) lo que leemos mediatiza nuestras ideas, nuestros puntos de vista, nuestros planteamientos vitales, nuestra imaginación y nuestra formación cultural. Leer es vivir otras vidas, sentir otros sentimientos, viajar por otros mundos y ver la vida desde otra perspectiva, un ejercicio tan placentero como necesario en ocasiones.
Y es que la lectura reposada va mucho más allá de la simple asimilación de conceptos, de la simple comprensión de una texto en forma de narración de una historia, del simple paladear de la sonoridad de los vocablos, de los rituales materiales (sillón orejero, música suave de fondo, café humeante), tangibles, físicos. A poco que nos lo propongamos, también tiene la facultad de despertar la imaginación. Pero sólo la lectura reposada, sin prisas, sin dejar una sola palabra sin escrutar. Leer mirando el reloj es improductivo en este sentido.
En una ocasión, en una entrevista televisiva, escuché a un escritor defendiendo la necesidad de dejar de leer durante el periodo de producción literaria, para evitar ser contaminado por el estilo de lo leído. Me dio que pensar y os ruego, sufridos lectores, que dejéis vuestros comentarios al respecto. Al principio pensé que tenía razón, y supongo que precisamente por eso abandoné temporalmente la lectura de novela histórica, pero ahora estoy convencido de que lo que leemos alimenta nuestra escritura de manera muy positiva. Despierta nuestra imaginación.
Cierto es que la lectura del libro depende mucho del estado de ánimo del lector, como también lo es que si se afronta la lectura buscando técnicas narrativas, figuras retóricas, ejes argumentales, etc…, has dejado de ser un simple lector para convertirte en un futuro escritor que se documenta leyendo. Y cuando eso me ocurrió, supe que El Hechizo de Caissa estaba fraguándose.