sábado, 22 de enero de 2011

LAS APARIENCIAS ENGAÑAN (¿es así, Sr. Bucay?)

”Todos ven lo que tú aparentas; pocos ven lo que tú eres” Niccoló Maquiavelo.

“¿Tú has escrito un libro? No me lo hubiera imaginado”
“ Pero será un libro técnico ¿no?”
“ ¿Es un libro de texto sobre Educación Física?”
“Hay que ver, no te pega nada, tú, tan deportista, tan activo…”

Comentarios parecidos y otras lindezas de similar calado he escuchado en el último año cuando algún conocido (y, desgraciadamente, también algún amigo) conocía la publicación del Hechizo.

Es inútil luchar contra unos usos sociales, unas costumbres, una tiranía fundamentada en la forma, en la omnipresencia audiovisual, en la estética y en la apariencia. Vivimos en un mundo donde todos (esto también es una peligrosa generalización gratuita) te hablan de la importancia de aparentar, de que una imagen vale más que mil palabras, de que si no estás en la red con tu foto colgada en el facebook no existes, un universo de cuerpos esplendorosos con musculaturas definidas y bronceadas, de protocolos sociales fundamentados en la imagen, de cánones incomprensibles pero políticamente muy correctos, de encasillamientos y clichés absurdos e injustos, de sesgos a la personalidad múltiple del ser humano y negación de la versatilidad cultural y creativa del hombre.

Así que supongo que tengo que ser comprensivo con quienes no ven en mí más que un “simple” profesor, y además de una materia fundamentada en el esfuerzo físico (¿para qué vamos a utilizar el cerebro?), o acaso un deportista acostumbrado a chocar contra las defensas, recibir placajes, o golpes, o como mucho ser lo suficientemente “creativo” como para combinar un reverso con un lanzamiento en suspensión… Y claro, nadie puede imaginarme leyendo otra cosa que no sea el Marca, ni mucho menos se imaginan encontrándome disfrazado de rata de biblioteca tomando notas… Y cuando batallo con el portátil seguro que piensan que estoy jugando a algún videojuego o como mucho viendo alguna película de acción (pumba, pumba, ostia, ostia, sangre, sangre…) y en ningún caso escribiendo algo que no sea un informe académico o una programación de acondicionamiento físico.

La estúpida sugerencia de incompatibilidad entre deporte e intelectualidad es tan ofensiva, absurda y trasnochada, que me niego a comentarla.

Incluso (bienintencionadamente, creo) hay quien se reía y me decía aquello de “ahora tendrás que ponerte un traje cuando hagas una presentación del libro, porque no irás en chándal, supongo…¡Eso no me lo pierdo!”, como si mi armario sólo contuviese ropa deportiva, como si eso tuviera la más mínima importancia (lo del atuendo, digo, ya sea en una presentación del libro o en cualquier otra ocasión), como si las personas fueran  así por cómo visten… Incluso me he apostado una cena con mi hermana por un motivo parecido relacionado con la apariencia estética. Ya os contaré quién gana la apuesta.

No estoy indignado por esos comentarios, aunque pueda parecerlo. Estoy sorprendido de lo vagos que somos (y entono el mea culpa sin rubor, que todos lo hacemos). Preferimos encasillar a las personas por estúpidos clichés laborales o por su atuendo antes que hacer el esfuerzo de conocerlos por lo que realmente son. Es mucho menos esforzado conocer su imagen que su mundo interior (porque todos tenemos uno ¿verdad?).

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