domingo, 28 de febrero de 2010

EL ESCRIBA

“No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo.”
Oscar Wilde.
Si algo he aprendido de esta aventura literaria es la veracidad de esta cita de Wilde. Creo que fue cuando realmente me convencí a mí mismo de que podía hacerlo cuando comenzó a escribirse el hechizo. La inteligencia, el talento y la formación no son nada sin la voluntad, qué duda cabe. Y muchas veces esta perogrúllica aseveración nos pasa desapercibida. Sin duda es un problema de autoestima.

El club “Los Xuferos” inauguró una página web (http://www.clubescacsrafabayarri.es). El altavoz de mis afanes. El webmaster, a petición mía, habilitó una sección denominada EEDC donde comencé a colgar mis reflexiones sobre ese fluido que me corría por las venas (¿he dicho ya que el ajedrez es algo más que un juego, que tiene autentica entidad física y que me invade?). Esta tarea cumplía tres funciones básicas: desahogo, experimentación y preparación.

Lo primero ni lo explicaré. Basta leer los textos para darse cuenta de que me explayé a gusto sobre todo lo que había reflexionado sobre la forma de entender el ajedrez. Lo segundo era necesario: daba vida a un personaje del hechizo, del que necesitaba conocer el efecto que podía causar en un potencial lector. Y lo tercero porque allanaba el camino a un elemento estructural prioritario del hechizo.

Y así, siguiendo a Oscar Wilde, dije lo que tenía que decir. Pero me decepcionó un poco ver los pocos lectores que tuve. ¿Acaso el tema no interesaba?

jueves, 25 de febrero de 2010

¡Oh CAPITÁN, MI CAPITÁN!

“La libertad supone responsabilidad. Por eso la mayor parte de los hombres la teme tanto.” George Bernard Shaw.

Iban pasando los años y muchos compañeros abandonaban la connivencia con Caissa envueltos en labores más productivas, familias numerosas y proyectos vitales menos lúdicos. De resultas de esa diáspora inesperada, ascendí sin demasiado entusiasmo en el seno del club y me encontré en situación de asumir una responsabilidad un punto más exigente que mi mera participación competitiva. Fui nombrado capitán de uno de los dos equipos que conformaban el club. O sea, prácticamente nada: asegurarme de que cada sábado fuéramos ocho, y poco más. De esa experiencia, poco pude sacar en claro para el hechizo. Un poco de papeleo, mínimo, alguna decisión más o menos controvertida respecto al orden de fuerza, algún jugador que se queda fuera de la convocatoria, alguna propuesta de tablas a estudiar, y poco más. Y una reflexión sobre esas personas anónimas que desarrollan funciones en la sombra, aparentemente secundarias, carentes de la trascendencia de los altos cargos, pero cuya labor es tan vital como el engranaje accesorio que impide que el motor se recaliente y explote.

Este tipo de responsabilidades, salvo para los que ambicionan figurar y son incapaces de ser rebaño queriendo ser siempre ser pastor (o, a veces, perro ovejero), suelen ser desagradables, sin ningún reconocimiento, sin ninguna contrapartida, y sí muchos quebraderos de cabeza. Pero formar parte de algo nos obliga a arrimar el hombro en aquello para lo que estamos capacitados, la mayoría de las veces, o en aquello en lo que por eliminación somos los menos malos. Aunque sólo sea por experiencia.

Y los colectivos son así. Funcionan la mayoría de veces por impulso de voluntades mal recompensadas, mal comprendidas, y generalmente poco ayudadas. Porque es muy cómodo ser parte de algo, disfrutar del maná y criticar a Moisés. Pero antes o después nuestra conciencia nos obliga a subir al Sinaí o a capitanear a nuestros compañeros a sabiendas de que estamos poco capacitados para ello, pero que sin nuestra ayuda el barco bogará más lentamente.

Y sabemos que es un círculo vicioso. Cuanto más intentas ayudar al colectivo más miembros del mismo se sienten desprendidos de esa obligación con la tranquilidad de saber que el barco no se hunde porque hay grumetes o timoneles que se encargarán de evitarlo. La comodidad. Y cuesta comprender que si no remamos todos, el barco acabará varando. Y lo peor es que es muy fácil acostumbrarse a que sean otros los que asuman responsabilidades. ¿Os suena conocido? Da igual que sea un club de ajedrez, una gabinete ministerial o una pandilla de colegas. Siempre es lo mismo, ¿verdad?

Me reconozco un parásito del club “los Xuferos” porque sin ellos “El hechizo de Caissa” nunca hubiera visto la luz. Así que la capitanía (y la pretendida "dirección técnica" que el presidente intentaba arrogarme medio en broma, medio en serio) es un precio irrisorio en comparación con todo el calor que la manada me proporcionó. El precio.

Esto sí aparecerá en el hechizo. ¿Qué estamos dispuestos a pagar por alcanzar nuestros anhelos?

lunes, 22 de febrero de 2010

ESE INVENTO LLAMADO INTERNET

“Internet es positivo porque nos une, nos conecta, incluso a las personas mayores. El estar conectados nos prolonga la vida, y no solamente añade años a la vida, sino vida a los años.” Luis Rojas Marcos.

Internet supuso para nuestra civilización un auténtico bombazo comunicativo. Destruyó las barreras, asaltó las conciencias, convirtió la ciencia en magia y la humana capacidad de sorprendernos la supera día a día. No nos lo acabamos, no nos los comemos, no nos acostumbramos. Y pese a todas las críticas sobre su toxicidad moral y su capacidad alienadora (¿miedo a lo desconocido?) es innegable su potencia y su practicidad.

Para un ajedrecista, internet supuso una fuente inagotable de aprendizaje, un seguimiento en tiempo real de los eventos más importantes y, sobre todo, la solución a su endémico problema. Porque a estas alturas creo ya haber expresado que el gran problema del ajedrecista siempre es su carencia de rivales. Difícilmente puedes encontrar adversarios cuando tú deseas, del nivel que tú deseas, y dónde tú deseas. Siempre era un problema. Internet lo solucionó. NO olvidemos que a esto se juega con la cabeza, con las ideas, y no es necesaria la presencia humana, sino la confrontación de intelectos.

Hoy en día miles, cientos de miles, quizás millones de internautas conectan en centenares de portales de juego de ajedrez on-line, y la comunicación -el juego- se desarrolla en tiempo real, con vecinos, con madrileños, argentinos, chinos, aficionados, jugadores fuertes, Grandes Maestro, hombres, mujeres, niños, en partidas lentas, postales, rápidas, blitz... Inagotable. Juegas ajedrez, aprendes ajedrez, experimentas aperturas, te apuras de tiempo, archivas las partidas, envías las partidas por correo a tus compañeros, analizas las partidas, …, compartes tu ajedrez y la red de redes te caza en el más maquiavélico juego jamás diseñado, en la mayor comunidad jamás diseñada...

No pude calibrar el reino de Caissa, sus dimensiones, la cantidad real de adeptos y esclavos que posee, hasta que no me hice una idea de la cantidad de ciberjugadores que existen. Cientos de miles. Cientos de miles de apasionados que como yo podían conectarse para suministrarse diariamente su metadona lúdica. Cientos de miles de hechizados.

En “El hechizo de Caissa” el ajedrez on-line será un protagonista estelar. Una clave fundamental...

sábado, 20 de febrero de 2010

¡NO TE CORTES!

“Una vez terminado el juego, el rey y el peón vuelven a la misma caja.” Proverbio italiano.

Cada vez que voy a visitar a mi madre a su casa, ella me espera con un café caliente y unos cuantos recortes de la página de entretenimientos de algún periódico. A veces es algún sudoku, pero siempre hay varios problemas de ajedrez. Contribuye activamente a engrosar la única colección que poseo: mi caja repleta de recortes de periódicos con problemas de ajedrez.

Al principio sólo los miraba. Luego un problema de máxima dificultad se me resistió en la sala de espera del dentista, y furtivamente lo recorté para su posterior estudio en casa (mil disculpas, doctor Vidal). A los pocos meses sajaba sin piedad cuantos diarios caían en mis manos, en casa, en el trabajo, en...

La caja de mi colección fue creciendo, a veces demasiado rápido para que yo pudiera solucionar todos los problemas antes de introducirlos en ella. Hoy tengo varios miles, de los cuáles no creo haber solucionado más que unos pocos centenares.

Y cada vez que abro la caja, un pensamiento me invade: los diarios siguen publicando (por muchos años, espero) el inevitable problema de ajedrez en sus páginas de pasatiempos. Si no hubiera aficionados, no habría problemilla diario en el periódico. ¿Cuántos aficionados habrá?

Las cosas pequeñas de la vida nos acompañan. Las rutinas nos alientan. Y mi caja, junto con algunos libros, es la única colección preciada que poseo y que realmente me haría sufrir si la perdiera. Porque ha sido testigo diario de mi proceso de aprendizaje. La muesca diaria recordatorio de mi afición imperecedera.

¿Habrá alguna caja parecida en “El Hechizo de Caissa"?

miércoles, 17 de febrero de 2010

METAMORFOSIS

“Nadie puede ser esclavo de su identidad; cuando surge una posibilidad de cambio, hay que cambiar.” Elliot Gould.

La inexperiencia hace que a veces tomemos caminos extraños. Ahora confesaré un secreto del “Hechizo de Caissa”: antes de existir la historia, existió el personaje (al menos en mi cabeza). Al menos, uno de los personajes. Recuerdo que me senté frente a un cuaderno en blanco -el cuaderno que siempre me acompañó durante toda el proceso de escritura- y escribí: COSAS QUE QUIERO CONTAR. Fue una lista larga, de la que luego, obviamente, taché la mitad. Pero había una anotación que me obligó a crear un personaje (¡de momento sólo en mi cabeza!). Y ese personaje tenía unas características especiales que lo definían. Y tuve que trasformarme en él. En mi juego. En mi ajedrez.

Buscaba sacrificios desesperadamente. Los provocaba. Casi sólo jugaba gambitos. Acallaba los ensalmos del juego correcto y promocionaba las locuras en el tablero. Sacrificios encadenados. Entregas de dama sin pensármelo demasiado, ofrendas de peones con el único objetivo de jugar con líneas y columnas abiertas, arriesgadísimo repertorio de aperturas, peligrosísimas posiciones y ninguna diferencia entre partidas amistosas, de café, oficiales, lentas, rápidas,... Así era este personaje: un loco sacrificador.

Hubo una época en la que fui un jugador rocoso, posicional, sensato... pero desde hace años sé que no puedo volver atrás y ahora ese personaje me posee. Y eso me quema, porque sé que jugar al ajedrez es algo más que desparramar las piezas por doquier e ir sacrificándolas caprichosamente, pero ¡es tan difícil sacrificar con corrección!

Aún hoy, cuando la partida es trascendental o mi equipo necesita de mi victoria, sufro una lucha interna insoportable que mis compañeros apenas pueden imaginar. Deseo estampar el alfil contra el enroque y responder a esa pulsión sin importarme la consecuencias. Pero claro, ya soy un viejo que conozco ese principio newtoniano de toda acción tiene su consecuencia... Y a veces tengo que taparle la boca a mi personaje, que me llama desde dentro...

lunes, 15 de febrero de 2010

ORGANIZANDO TORNEOS

“Todo acto forzoso se vuelve desagradable.” Aristóteles.

Sería un ejercicio de sinceridad reconocer que la primera fase de mi novela, la documentación, fue tremendamente agradable, aunque bastante extensa. Había que conocer profundamente el ajedrez y ese es un universo multidisciplinar casi inabarcable. Leerlo todo, saberlo todo, conocerlo todo, era casi imposible. Pero era necesario , al menos mínimamente, experimentarlo todo. Y como todo en la vida, algunas cosas son más agradables que otras.

Una de las que más me repelían era la organización de torneos. Necesitaba conocer los entresijos del asunto, pero pronto descubrí que el aprendizaje obtenido difícilmente compensaba los sinsabores. Porque cierto es que aprendí cómo utilizar las aplicaciones informáticas para organizar los emparejamientos, y experimenté las dificultades organizativas, materiales, horarios, categorías, relojes que no funcionaban, incomparecencias que trastocan las partidas, etc..., pero los jugadores suelen tener muy poca paciencia, son muy exigentes y ¡no digamos los padres de los pequeños ajedrecistas! Cada vez que organizaba o ayudaba a la organización de un torneo volvía a casa cabreado, porque siempre había algún insatisfecho que no estaba de acuerdo con un emparejamiento, con una decisión organizativa o con un resultado (y claro, siempre lo pagan los mismos), preguntándome quién me mandaría a mí meterme en esos embrollos. Pero, un poco por ayudar a mis compañeros de club y un poco por curiosidad, era necesario. Desagradable, pero necesario.

Otras veces organizábamos torneos amistosos entre los compañeros del club. Ahí siempre había comprensión y colaboración. Era mucho más fácil, aunque tampoco llovía a gusto de todos. O el ritmo de juego no contentaba a todos, o unos querían liga y otros eliminatorias, o como es un torneo amistoso no importan las incomparecencias y ni siquiera aviso al organizador (con los graves inconvenientes que ello siempre supone), que si... En fin, lo de siempre, que pocas veces somos capaces de valorar los esfuerzos que hacen los organizadores, y mola ir a mesa puesta.

Pero todo esto tenía que vivirlo. Y un compañero de club me dijo una vez que a mí me gustaba organizar torneos. ¡Qué lejos estaba de la realidad!

jueves, 11 de febrero de 2010

HECHIZADO POR HECHIZAR.

“Algunas veces hay que decidirse entre una cosa a la que se está acostumbrado y otra que nos gustaría conocer.” Paulo Coelho.

Llega un momento en la vida de todo ajedrecista en el que tienes que tomar una decisión definitiva. Es el momento en que comprendes que tu progresión no está estancada, sino que exige nuevos sacrificios. Y tú no puedes más. Has entregado ya demasiado y sabes que para mejorar deberías invertir más de lo que tienes. Más de lo que estás dispuesto. Algunos dicen sí. Y se convierten en Grandes Maestros. Otros dicen sí, y años más tarde lamentan haberlo perdido casi todo. Y la mayoría saben que la única respuesta conveniente es no. Hasta aquí hemos llegado. Y convierten su progresión ajedrecística en una meseta, con sus partidas sabáticas, con algo de ajedrez de café, con alguna lectura aislada, y la obsesión se torna afición, y Caissa tiene un admirador pero no un esclavo.

A mí me llegó ese momento. Y dije, basta. Pero yo tenía un gusanillo ahí dentro, el gusanillo de escribir sobre el ajedrez. Y comencé  -al principio muy inocentemente, casi de cachondeo, y después incluso anotando las ideas- a planificar el hechizo. En realidad esto es una burda mentira (aunque suena bien), porque en ese momento aún no estaba realmente convencido de poder hacerlo, ni tampoco se llamaba “El hechizo de Caissa” (EODC eran sus siglas, pero no diré cuál era el título pensado), y ni siquiera la trama de la historia era igual. Pero comencé a planificar mis acciones.

Fase 1: Documentación. Había que saberlo todo sobre el ajedrez. Historia, reglamento, cómo jugar, aperturas, teoría... Eso estaba chupado. Unas cuantas horas de biblioteca y lo que ya sabía, que no era poco.
Fase 2: Conversión. Tenía que ser “ajedrecista”. Tenía que sufrir y gozar como ellos, hablar su argot, sentir como ellos. Aprender como ellos. Entrenar como ellos. Jugar como ellos. Chupado. La mitad el camino ya lo había recorrido, por no decir tres cuartos.
Fase 3: Aunque no tenía del todo clara la historia, sí conocía (¡los llevaba dentro!) cómo quería que fueran mis personajes. Y me convertí en ellos. Jugué como ellos jugarán en la novela, aprendí como ellos aprenderán en la novela, y pasé las mismas etapas que ellos pasarán en la novela.
Fase 4: Personajes secundarios. Tenía que aprender funciones relacionadas no tan evidentes en un ajedrecista, pero cuya experiencia me era necesaria para personificar a mis “hijos literarios”: organización de torneos, escribir sobre ética del ajedrez, comentar partidas, dar lecciones magistrales, organizar al equipo.... ¿por qué? Porque mis personajes harán eso en la novela.
Fase 5: Transformar mi estilo de juego. Lo más duro. Tuve que jugar como jugarán mis personajes. Sobre esto no adelantaré más datos. Al leer la novela comprenderéis (sobre todo los que me conocen personalmente como ajedrecista).

Fase n: a su debido momento continuaré explicándolas. Por ahora, ya va bien.

Y mi obsesión por experimentar todas estas facetas no pasó desapercibida a algunos conocidos, compañeros y a mi peligrosamente decreciente puntuación ELO. Pero yo estaba hechizado por hechizar.