jueves, 11 de febrero de 2010

HECHIZADO POR HECHIZAR.

“Algunas veces hay que decidirse entre una cosa a la que se está acostumbrado y otra que nos gustaría conocer.” Paulo Coelho.

Llega un momento en la vida de todo ajedrecista en el que tienes que tomar una decisión definitiva. Es el momento en que comprendes que tu progresión no está estancada, sino que exige nuevos sacrificios. Y tú no puedes más. Has entregado ya demasiado y sabes que para mejorar deberías invertir más de lo que tienes. Más de lo que estás dispuesto. Algunos dicen sí. Y se convierten en Grandes Maestros. Otros dicen sí, y años más tarde lamentan haberlo perdido casi todo. Y la mayoría saben que la única respuesta conveniente es no. Hasta aquí hemos llegado. Y convierten su progresión ajedrecística en una meseta, con sus partidas sabáticas, con algo de ajedrez de café, con alguna lectura aislada, y la obsesión se torna afición, y Caissa tiene un admirador pero no un esclavo.

A mí me llegó ese momento. Y dije, basta. Pero yo tenía un gusanillo ahí dentro, el gusanillo de escribir sobre el ajedrez. Y comencé  -al principio muy inocentemente, casi de cachondeo, y después incluso anotando las ideas- a planificar el hechizo. En realidad esto es una burda mentira (aunque suena bien), porque en ese momento aún no estaba realmente convencido de poder hacerlo, ni tampoco se llamaba “El hechizo de Caissa” (EODC eran sus siglas, pero no diré cuál era el título pensado), y ni siquiera la trama de la historia era igual. Pero comencé a planificar mis acciones.

Fase 1: Documentación. Había que saberlo todo sobre el ajedrez. Historia, reglamento, cómo jugar, aperturas, teoría... Eso estaba chupado. Unas cuantas horas de biblioteca y lo que ya sabía, que no era poco.
Fase 2: Conversión. Tenía que ser “ajedrecista”. Tenía que sufrir y gozar como ellos, hablar su argot, sentir como ellos. Aprender como ellos. Entrenar como ellos. Jugar como ellos. Chupado. La mitad el camino ya lo había recorrido, por no decir tres cuartos.
Fase 3: Aunque no tenía del todo clara la historia, sí conocía (¡los llevaba dentro!) cómo quería que fueran mis personajes. Y me convertí en ellos. Jugué como ellos jugarán en la novela, aprendí como ellos aprenderán en la novela, y pasé las mismas etapas que ellos pasarán en la novela.
Fase 4: Personajes secundarios. Tenía que aprender funciones relacionadas no tan evidentes en un ajedrecista, pero cuya experiencia me era necesaria para personificar a mis “hijos literarios”: organización de torneos, escribir sobre ética del ajedrez, comentar partidas, dar lecciones magistrales, organizar al equipo.... ¿por qué? Porque mis personajes harán eso en la novela.
Fase 5: Transformar mi estilo de juego. Lo más duro. Tuve que jugar como jugarán mis personajes. Sobre esto no adelantaré más datos. Al leer la novela comprenderéis (sobre todo los que me conocen personalmente como ajedrecista).

Fase n: a su debido momento continuaré explicándolas. Por ahora, ya va bien.

Y mi obsesión por experimentar todas estas facetas no pasó desapercibida a algunos conocidos, compañeros y a mi peligrosamente decreciente puntuación ELO. Pero yo estaba hechizado por hechizar.

2 comentarios:

  1. Lo del dolor, depende de la personalidad de cada uno. Dicen que Paul Morphy permanecía exactamente igual tanto en la victoria como en la derrota. Era extremadamente indolente.

    ResponderEliminar
  2. Como de costumbre, Andrés avasallándonos con su cultura ajedrecística...

    ResponderEliminar