lunes, 1 de febrero de 2010

¡A LA ARENA DEL CIRCO!

“ Sin dolor no se forma el carácter; sin placer, el espíritu” Ernest von Feuchstersleben .
Tras el juego infantil, el ajedrez cafetero, la literatura ajedrecística y el club, llegó el siguiente peldaño en la escalera de la lógica progresión ajedrecística: la competición.

Soy de los que piensa que todos nacemos juguetones (homo ludens, hombre jugador) pero sólo algunos nacen "realmente" competidores. El agon como elemento propio de la especie humana tiene sus límites. Y el límite más evidente es el que marca el estricto reglamento que planea sobre las salas de torneos. Jugar ajedrez es una cosa -una delicia-, y competir en un torneo es algo muy diferente.

Aunque yo promociono el componente lúdico el ajedrez sobre todos los demás, reconozco que no se es un ajedrecista completo si no se ha competido. No se calcula igual, no se siente la espada de Damocles en forma de mirada inquisitiva de espectadores o tictac del reloj, no arriesgas ni sacrificas tus piezas igual, no respiras igual, no imaginas igual. Porque no es lo mismo. Y para poderme meter en la piel de los personajes de “El hechizo de Caissa” yo tenía que saborear las mieles (al principio muy amargas, luego más dulces, ¿o es al revés?) del ajedrez competitivo.

El torbellino de acontecimientos y experiencias ajedrecísticas que me poseía (una doble vida, para qué negarlo) no podía prescindir de esta escala obligatoria. Al principio fueron sólo unos torneos de partidas rápidas a 25 minutos, individuales y en sistema suizo -jugando casi siempre con rivales de nivel parejo-, pero aun así, pronto descubrí cambios significativos en mi fisiología interna: los nervios me invadían como hidras, la vejiga urinaria se independizaba sin previo aviso y hacía vida propia, la memoria galopaba alocadamente y la conciencia se iba de vacaciones, y descubrí un órgano fantástico (en el sentido literal de la palabra) que me producía cosquillas en las victorias y me flagelaba con dureza en las derrotas. Me recordó esa histórica búsqueda histiológica del alma. No sé dónde está localizado ese órgano en nuestra anatomía, pero sé que está ahí. Produce abatimiento e hiperexcitación por igual. Y os aseguro que es un dolor físico diferente al que nunca sentí. ¡Duele!

Muchos deportistas me dirán que eso es propio de la competición, per se. Yo les digo que he practicado muchos deportes, de todo tipo, colectivos, individuales, de contacto, de riesgo, a cierto nivel competitivo, y nada es comparable a un torneo ajedrecístico. Ese misterioso órgano existe, os lo juro. Yo lo tengo ahí dentro, y los personajes de “El hechizo de Caissa” también. Tú, que me lees, ¿crees que existe? Esperaré ansioso vuestros comentarios.

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