domingo, 24 de enero de 2010

LA DAMA TRAS LA LUNA

"Los dioses no han hecho más que dos cosas perfectas: la mujer y la rosa" Solón.

Así que Caissa y yo nos separamos. No sé si a ella le cupo el pesar, lo dudo, pero yo me entretuve con actividades más práxicas (“barrigazos” y “chepazos” deportivos, con o sin esférico) y pronto olvidé. Es lo que tiene la infancia: olvidamos pronto y lamentamos tarde.

Pasaron muchos años hasta que volví a bailar con ella, y en el ínterin, sólo en dos ocasiones vi pasar un simbólico autobús y tras su luna trasera una hermosa dama sonriéndome. Era ella: Caissa.

La primera vez fue durante un caluroso verano que yo pasé en un campamento de montaña. Tras la comida y la siesta debíamos elegir un “taller” de actividades. El de ajedrez era una atractiva opción, pero yo elegí un taller de cabuyería, quizás deseando deshacer el nudo gordiano de mi vida. Apenas aprendí a atarme los zapatos pero, el último día del campamento, tuve el consuelo de poder jugar con el campeón del torneo de ajedrez que habían celebrado en el taller del mismo nombre. Vencí en una preciosa partida con sacrificio de torre que ya he olvidado (¡la partida, pero no el goce!). Y no sé que me dolió más, el saber que había desaprovechado la ocasión de reencontrarme con ella, o el constatar que aquellos cuarenta minutos de juego habían sido mucho más placenteros que todo el taller de cabuyería.

La segunda vez fue cuando conocí a mi Cicerone particular, al que llamaré Cicerone Koga. Un buen amigo que por aquel entonces me prestó una maravillosa novela “La variante Lunenburg”. Me confesó su afición (¿adicción?) por el juego y echamos unas cuantas partidas amistosas, antes de convenir celebrar una partida por correo. El ajedrez postal es una modalidad fascinante. Haces una jugada, se la haces llegar a tu rival por correo, y esperas ansioso su respuesta, torturándote y especulando con las posibles réplicas y contrarréplicas, reproduciendo una y otra vez la posición y analizando las variantes con insistencia machacona. Aquellas inolvidables semanas, un cerebro obsesionado dirigía un cuerpo disperso. Perdí la partida porque en mi afán por analizar sus posibles respuestas y durante los análisis en los que movía aceleradamente todos los trebejos, olvidé colocar una pieza en su posición real, y jugué el resto de la partida inconsciente de que aquel alfil no estaba en h6, sino en f4. Pero fue maravilloso.

Lamentablemente sólo fue eso: dos fugaces apariciones fantasmas de MI dama tras la luna. Volví a mis ocupaciones y obsesiones del momento, y pasaron algunos años antes de nuestro reencuentro definitivo.

2 comentarios:

  1. tu siempre has tenido una mente lógica, por eso te gusta el ajedrez. Tu pensamiento en "bárbara" ó en Caissa, además te estimula la imaginación buscando el último rincón de la lógica. Sigue así.

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  2. Por favor, dinos cúando más o menos vamos a poder leerla.Me pica la ansiedad.Que sea una explosión de primavera después del largo invierno. chao,

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