martes, 26 de enero de 2010

LIBROS, LIBROS, LIBROS

“Si el libro que leemos no nos despierta de un puñetazo en el cráneo,¿para qué leerlo?...Un libro tiene que ser el hacha que rompa nuestra mar congelada”.
Franz Kafka.

Leí “La Tabla de Flandes” en menos de dos días...,la primera vez. Y cuando llevaba tres relecturas, dije basta.

Desempolvé mis recuerdos y mi viejo tablero magnético. Lo necesitaba para seguir la apasionante partida retrospectiva que allí se narra, y para armarme con toda la sabiduría del “Tratado” de Grau. Pero pronto comprendí la necesidad de agenciarme un tablero de dimensiones algo mayores. Mi primer tablero “grande” fue un stándar con piezas de plástico. Aún tardaría algunos años en ser capaz de apreciar los Staunton de madera que tan agradables sensaciones táctiles me reportan. Tocar madera y saber apreciarla, es un privilegio de los mejores. No es retórica gratuita. En los torneos de empaque suelen colocarse los juegos de madera en los primeros tableros, allí donde juegan los mejores ajedrecistas, mientras que los demás suelen ser de plástico, mucho más numerosos y baratos. Si quieres gozar de la madera, has de ganar ¡Cómo deseamos tocar madera!

Pero no quiero desvariar. Leí encantado el “Tratado” y “la Tabla”. Y lamenté que la feria del libro ya no alegrara nuestra Gran Vía, porque adquirí a precio normal “La defensa” de Navokoff, “Un combate” de Suskind, “La torre herida por el rayo” de Arrabal y “Novela de ajedrez” de Zweig. Y desde entonces tengo la macabra duda de si preferiría que me sacasen los ojos y no poder leer, o que me cortaran las manos y no poder jugar al ajedrez. Estúpida pregunta retórica, porque ambas cosas pueden hacerse sin ojos y sin manos, como más adelante explicaré. Pero lo cierto es que, unidos de la mano, el reino de Caissa y la literatura me sedujeron, y desde entonces no he podido (¡ni querido!) pasar una sola semana sin algún nutrimento literario o escaquístico. Miento, tengo el récord en ocho días. Pero fue un infierno que mi terapeuta me recomienda no rememorar. Disculpadme.

Cuando me preguntan cómo me metí en el mundillo ajedrecístico nadie cree que fue por la literatura. Y cuando me preguntan por qué comencé a escribir, nadie cree que es culpa del ajedrez. Pero es cierto. Ambas cosas.

La única diferencia es que legiones de lectores son capaces de disfrutar y/o valorar la calidad de una obra literaria, pero pocos comprenden que el ajedrez trasciende los límites del frívolo pasatiempo para adentrarse en el mundo artístico.

En este blog difícilmente podré convencer al lector de ello. Pero lo intentaré con todas mis fuerzas en la novela “El hechizo de Caissa”.

1 comentario:

  1. Yo creo que he empezado todos esos libros y no he terminado ninguno. ¿Crees que podré terminar el tuyo?

    Andrés

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