miércoles, 27 de enero de 2010

PARAÍSO

“El recuerdo es el único Paraíso del cual no podemos ser expulsados”
Jean Paul.
Mis ocupaciones laborales me llevaron a la Ciudad Condal. Asistía a un curso de formación por la mañanas y disfrutaba de mis vicios (ya lo eran) y lecturas (vocablo redundante, pues también son viciosas) por las tardes. No recuerdo dónde ni por qué, pero la segunda tarde de aquella semana inolvidable, cansado de escuchar aburridas ponencias, salí a pasear. Soplaba un viento molesto que arrastró mis huesos hasta un bar esquinero que hoy no sabría localizar, si es que aún existe.

Nada más entrar percibí un extraño olor a porfía ajedrecística. Los que no son esclavos de Caissa no saben qué es eso. Pero los ajedrecistas poseemos un sexto sentido que nos hace presentir la existencia de un tablero, y podemos percibir telepáticamente los cálculos de variantes y el pensamiento ajedrecístico en el aire. Eso, o simplemente aluciné cuando vi decenas de tableros dispuesto en marmóleas mesas cuadradas y toda una feligresía de fumadores de habanos y cafeteros habituales combatiendo bajo las vestiduras de la diosa.

No quiero hacer una descripción detallada del local, aunque sí indicaré que en él me inspiré para la localización de uno de los escenarios principales de la novela “El hechizo de Caissa”. Sólo os diré que pasé una tarde maravillosa, que aposté el café y lo perdí, la copa de licor y la gané, el habano de mi rival y lo volví a perder, y que de tanto apostar cafés, no pude pegar ojo en toda la noche. ¿Resistencia cafeínica o hiperexcitación caissística?

Años más tarde volví a Barcelona con mi familia para visitar La Sagrada Familia. Busqué “El oro Negro”, nombre que recuerdo de aquel Paraíso. No lo encontré. Y lloré. Y mentí a mis hijos diciéndoles que mis lágrimas se debían a la impresión que me causó ver tan insigne monumento. Pero la emoción que nos causan los lugares no las provocan sus piedras, sino las vivencias que en ellas experimentamos.

Si algún lector de este blog conoce el lugar, le ruego me envíe la dirección a mi email, o lo ponga en un comentario a este post.

Como en aquel local servían deliciosos bocadillos de calamares y cerveza bien fría para el almuerzo matinal, sólo me queda añadir que no obtuve el certificado del curso de formación. En ese curso, la asistencia era obligatoria.

1 comentario:

  1. El Oro Negro existe. Está en la calle Aribau, esquina Diputació, y sigue teniendo el mismo aroma a café y ajedrez. Y no eres el único que se enamoró de ese garito.

    Ferran Escoda lo describió en El País hace casi 8 años. ''En la calle de Aribau-Diputació recalan vagabundos y ejecutivos de camino del centro hacia el Eixample o viceversa. También se detiene algún visitante de las librerías de viejo de la zona, que es gente huraña que va a la suya con eso de la bibliofilia. Pero los jugadores de ajedrez son la mayoría silenciosa. El jugador necesita un contrincante y eso lo socializa, así que sin remedio entra en El Oro Negro y busca, como los pistoleros del Oeste, el brillo de una mirada desafiante''.

    Que lo disfruteis ahora aquí (http://www.ducros.biz/corpus/index.php?command=show_news&news_id=822) y dentro de unos meses en un maravilloso libro.

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