viernes, 21 de mayo de 2010

EL HOMBRE DE LAS MIL CARAS.

”Una verdad sin interés puede ser eclipsada por una falsedad emocionante.” Aldous Huxley.

Supongo que es un absurdo, pero la ignorancia es muy atrevida. Me pregunté cómo podía meterme en la piel de mis hijos, mis personajes, y me contesté: convirtiéndote en ellos mismos. Esto ya lo venía haciendo algún tiempo atrás. Ya narré cómo me convertí en “maestro” dando cutres lecciones ajedrecísticas o en ajedrecista ciego, y durante un tiempo mis compañeros, mis familiares y mis amigos me vieron comportarme con una inusitada LÓGICA, FRIVOLIDAD, RECTITUD, PERSEVERANCIA, y jugaba un ajedrez muy versátil (según el jugador-personaje al que pretendía emular en ese momento). Me convertí en el hombre de las mil caras y ahora me pregunto ¿es un procedimiento correcto para escribir una novela? ¿Es necesario convertirte en tus personajes o basta con comprenderlos? No sé. Creo que debe haber alguna forma mucho más fácil y que tanto celo en el proceso de documentación era enfermizo. Pero yo lo hice así. Quise saber qué se sentía siendo frívolo, lógico, imaginativo, arriesgado…

Especial repercusión tuvo mi actitud mutante en mi ajedrez competitivo, y justo es reconocer que fueron mis compañeros del club de ajedrez quienes en mayor medida sufrieron mis caprichos. No hay que olvidar que la competición principal se jugaba por equipos (el campeonato interclubs) y mis continuos cambios de estilo, tan inoperantes en la competición ajedrecística como ya anteriormente expliqué, perjudicaban notablemente a mis compañeros. Durante una temporada entera perseguí infatigablemente una “inmortal” (la partida inmortal jugada por Andersen y Kieseritzky durante la época romántica constituye el paradigma de obra de arte ajedrecística) y no sólo no lo logré (gané una partida con sacrificio de dama, pero fue una combinación errónea y vencí “atracando” a mi rival) sino que además perdí muchos valiosos puntos en los matches colectivos y decenas de puntos ELO en mi puntuación personal. En esa época lo daba todo por bien empleado. ¿Era necesario? Ahora sé que no. Pero confieso que me divertí mucho.

De mis muchos errores en la producción del Hechizo de Caissa, éste es uno que fácilmente pude constatar. Pensándolo fríamente y con la perspectiva adecuada, no era demasiado difícil darse cuenta de que no es necesario convertirse en un personaje para poder escribir sobre él, saber (¡imaginar!, de eso se trata ¡valiente escritor estoy hecho si no me doy cuenta de ello!) cómo actuaría, saber cómo hablaría, qué diría… ¿Os imagináis a Cervantes estampándose contra las aspas de los molinos o a Thomas Harris merendando el cerebro de sus invitados mientras escribía su Hannibal?

Y de nuevo tengo que reconocer que transformarme en mis personajes era emocionante. Mucho más que mi insípida existencia de maestro. Leer es vivir otras vidas, meterse en la piel de los personajes de una novela, y yo quería creer que para escribir también eso era necesario. Pero es mentira. Sólo lo hacen los escritores con poca imaginación.

Y supongo que por ese mismo motivo los personajes del Hechizo de Caissa son, son.., son…, ¿extremos?¿exagerados? Vosotros lo juzgaréis.

1 comentario:

  1. Te tengo agregado en google reader pero siempre leo tus post con prisa.
    Me atraen las citas que pones pero a la derecha del google reader me están esperando "en negrita" avisos de novedades por abrir.
    Espero poder leer el libro con tranquilidad, lo prometo.
    Un saludo

    ResponderEliminar