viernes, 5 de febrero de 2010

EL PUNTO G.

“La mente también puede ser una zona erógena” Rachel Welch.

Mentiría si dijese que no me importaba ganar o perder. Es un bonito lema, muy educativo, pero el agon no atiende a razones, sino a impulsos. Y el impulso de victoria es de los más fuertes.

Así que muchas veces jugaba un ajedrez aburrido pero efectivo, correcto pero insulso. El ascenso de mi nivel de juego (siempre a nivel aficionado aunque participando en competiciones federadas) me compensaba parcialmente de todos los esfuerzos, pero cuando realmente me sentía recompensado por la diosa era cuando lograba disfrutar de una partida divertida. Es una de las exigencias divinas más duras de asumir: por cada mil partidas aburridas aunque correctas, una la disfrutas realmente. Y cuanto más aprendes, más exigente te vuelves para disfrutar realmente de una partida. Porque llega un momento en que la belleza debe ir pareja a la corrección, y a veces eso es complicado de combinar, y más aún para un aficionadillo del montón. El famoso mito de los caballos alados del carro de Platón, cada uno estirando en una dirección, el uno hacia el juego bello (la pasión), el otro hacia el juego correcto (la lógica). Esta dicotomía bipolar será protagonista de trasfondo en la novela “El hechizo de Caissa”.

Aunque tardé algunos años en aceptarlo (porque el agon es una fuerza muy poderosa), en un momento dado decidí dejarme llevar por el caballo pasional. Tiré de las riendas con fuerza e inmediatamente comencé a perder puntos ELO (el sistema de categorizar numéricamente el nivel de los jugadores), partidas y algo de autoestima. Pero, en compensación, Caissa me recompensó con algunas brillantes victorias cuyo recuerdo hará olvidar para siempre todas las derrotas, aunque a mi equipo eso pudiera no convencerle. ¿Valía la pena?

Sí. Durante una época busqué obsesivamente el punto G de la diosa. Y hoy estoy absolutamente convencido de que es una etapa o estilo que todo ajedrecista debería experimentar. Amar a Caissa exige tener un poco de desparpajo para hacerla gozar con alguna locura. Fegatello, Allgaier, Hallowen, Pereyra, Portuguesa, y el espectro de esa maravillosa combinación que Deep Blue le ganó a Kasparov en la Caro-kan. A los no ajedrecistas, tranquilos. Sólo enumeraba divertidas aperturas tan incorrectas como ambiciosa. Todas buscan el punto G de la diosa.

Ajedrez no es sexo, claro. Pero a veces es un excelente complemento, y la estrategia para llegar a Caissa pasa por atreverse a maniobras amatorias igualmente arriesgadas.

Espero ansioso vuestros comentarios al respecto.

1 comentario:

  1. Amén.
    Sobre todo porque uno de los enemigos más traicioneros del amor es la rutina.

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