lunes, 8 de febrero de 2010

LA SEMILLA.

“El pensamiento es la semilla de la acción” Ralph Waldo Emerson.

Una tarde de mayo mis obligaciones laborales me llevaron hasta la platea de una función de teatro escolar. Yo no era nada aficionado al teatro (¡bastante tenía con mis otras obsesiones!) y esperaba un espectáculo mediocre y soporífero. En su lugar, descubrí una excelente compañía teatral nutrida con la materia prima de alumnos del primer curso de bachillerato. Quedé gratamente sorprendido. Al año siguiente, la sorpresa dio paso a un sentimiento de admiración incondicional después de presenciar una maravillosa obra, si cabe todavía más sorprendente. Una delicia para la retina. Risas, bailes, diálogos vivos, frescos e ingeniosos, compenetración actoral, tablas, tramoya de calidad, montaje audiovisual esmerado, dirección sobresaliente, y una chispa de genialidad en el escenario que inundó sin piedad el patio de butacas.

Al llegar a casa, no sé qué demonio me poseyó y escribí lo que burdamente podríamos llamar una crítica teatral, pero realmente fue un desahogo necesario. La titulé “Lección de semántica” porque aquel grupo de alumnos me habían demostrado el significado de la palabra arte.

Cayó el escrito en manos del director de la función, y allí mismo nació una amistad indestructible. Y queréis saber una cosa: ¡además jugaba al ajedrez! Los caminos de Caissa son inexcrutables.

Al año siguiente volví al teatro. Y al otro, y al otro. Y ya se convirtió en costumbre que escribiera la “crítica” (que nunca fue tal) teatral. Y cada vez que escribía aquellas breves columnas, alimentaba mi goce por la escritura. Aquellos escritos fueron la semilla del hechizo, y sólo el saber que había gustado a los lectores (casi todos eran los alumnos que hacían la función) me animó a escribir. A escribir eso, y otros documentos que poco a poco fueron cimentando mi afición a la escritura y mi estilo. Pero sin duda ese fue el principio.

Años más tarde mi amigo el “director” (en adelante así me referiré a él) se convirtió en un excelente “alter ego” ajedrecístico, y no pocas partidas jugábamos saboreando un helado en la terraza o el clásico “granizado de limón”. Y un año, me hizo llorar. Fue el año que me homenajeó en el escenario de su función teatral representando una partida de ajedrez entre dos adversarios “famosos”. Uno se llamaba como un servidor. El otro, ¡Mijail Tahl! (lágrimas contenidas cayendo sobre el teclado). El público no entendió el mensaje. Yo nunca hubiera podido imaginar cumplir un sueño imposible de una forma tan deliciosa como esa.

Pero, recuerdos lacrimógenos aparte, de todo aquello hay que sacar una conclusión evidente: esos escritos fueron el inicio de mi afición escritora, y comencé a fantasear con la idea de producir algo más laborioso y extenso que aquellas breves reseñas teatrales. ¿Sobre qué podía escribir? No me costó demasiadas décimas de segundo elegir el tema. Tenía la autoestima alta, el motivo seleccionado y una firme determinación de hacerlo. Y creedme, esto último es lo único que hay que tener para abordar cualquier empresa. Aunque todavía no sabía que sería el hechizo, sabía que algo iba a escribir.

1 comentario:

  1. Y no sabes cómo se agradece cada año tu "crítica".Crítica bajo la que subyace siempre una mirada limpia, positiva,constructiva,lúcida,inteligente;que sabe valorar esfuerzos e intenciones más que resultados.Cada año se la leo a los chavales y es como si todo tuviera sentido,como la confirmación de que,aunque hiciéramos la obra sólo para ti,el esfuerzo habría valido la pena.Y sí,se percibía la intuición latente de un gran escritor,el que encontraremos todos en "El hechizo de Caissa"

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