miércoles, 17 de febrero de 2010

METAMORFOSIS

“Nadie puede ser esclavo de su identidad; cuando surge una posibilidad de cambio, hay que cambiar.” Elliot Gould.

La inexperiencia hace que a veces tomemos caminos extraños. Ahora confesaré un secreto del “Hechizo de Caissa”: antes de existir la historia, existió el personaje (al menos en mi cabeza). Al menos, uno de los personajes. Recuerdo que me senté frente a un cuaderno en blanco -el cuaderno que siempre me acompañó durante toda el proceso de escritura- y escribí: COSAS QUE QUIERO CONTAR. Fue una lista larga, de la que luego, obviamente, taché la mitad. Pero había una anotación que me obligó a crear un personaje (¡de momento sólo en mi cabeza!). Y ese personaje tenía unas características especiales que lo definían. Y tuve que trasformarme en él. En mi juego. En mi ajedrez.

Buscaba sacrificios desesperadamente. Los provocaba. Casi sólo jugaba gambitos. Acallaba los ensalmos del juego correcto y promocionaba las locuras en el tablero. Sacrificios encadenados. Entregas de dama sin pensármelo demasiado, ofrendas de peones con el único objetivo de jugar con líneas y columnas abiertas, arriesgadísimo repertorio de aperturas, peligrosísimas posiciones y ninguna diferencia entre partidas amistosas, de café, oficiales, lentas, rápidas,... Así era este personaje: un loco sacrificador.

Hubo una época en la que fui un jugador rocoso, posicional, sensato... pero desde hace años sé que no puedo volver atrás y ahora ese personaje me posee. Y eso me quema, porque sé que jugar al ajedrez es algo más que desparramar las piezas por doquier e ir sacrificándolas caprichosamente, pero ¡es tan difícil sacrificar con corrección!

Aún hoy, cuando la partida es trascendental o mi equipo necesita de mi victoria, sufro una lucha interna insoportable que mis compañeros apenas pueden imaginar. Deseo estampar el alfil contra el enroque y responder a esa pulsión sin importarme la consecuencias. Pero claro, ya soy un viejo que conozco ese principio newtoniano de toda acción tiene su consecuencia... Y a veces tengo que taparle la boca a mi personaje, que me llama desde dentro...

1 comentario:

  1. ¡Cómo sabemos los que te conocemos que es real lo que cuentas¡

    Me recuerdas al título lema de toda la obra de Cernuda.

    La realidad y el deseo.

    ResponderEliminar