jueves, 25 de febrero de 2010

¡Oh CAPITÁN, MI CAPITÁN!

“La libertad supone responsabilidad. Por eso la mayor parte de los hombres la teme tanto.” George Bernard Shaw.

Iban pasando los años y muchos compañeros abandonaban la connivencia con Caissa envueltos en labores más productivas, familias numerosas y proyectos vitales menos lúdicos. De resultas de esa diáspora inesperada, ascendí sin demasiado entusiasmo en el seno del club y me encontré en situación de asumir una responsabilidad un punto más exigente que mi mera participación competitiva. Fui nombrado capitán de uno de los dos equipos que conformaban el club. O sea, prácticamente nada: asegurarme de que cada sábado fuéramos ocho, y poco más. De esa experiencia, poco pude sacar en claro para el hechizo. Un poco de papeleo, mínimo, alguna decisión más o menos controvertida respecto al orden de fuerza, algún jugador que se queda fuera de la convocatoria, alguna propuesta de tablas a estudiar, y poco más. Y una reflexión sobre esas personas anónimas que desarrollan funciones en la sombra, aparentemente secundarias, carentes de la trascendencia de los altos cargos, pero cuya labor es tan vital como el engranaje accesorio que impide que el motor se recaliente y explote.

Este tipo de responsabilidades, salvo para los que ambicionan figurar y son incapaces de ser rebaño queriendo ser siempre ser pastor (o, a veces, perro ovejero), suelen ser desagradables, sin ningún reconocimiento, sin ninguna contrapartida, y sí muchos quebraderos de cabeza. Pero formar parte de algo nos obliga a arrimar el hombro en aquello para lo que estamos capacitados, la mayoría de las veces, o en aquello en lo que por eliminación somos los menos malos. Aunque sólo sea por experiencia.

Y los colectivos son así. Funcionan la mayoría de veces por impulso de voluntades mal recompensadas, mal comprendidas, y generalmente poco ayudadas. Porque es muy cómodo ser parte de algo, disfrutar del maná y criticar a Moisés. Pero antes o después nuestra conciencia nos obliga a subir al Sinaí o a capitanear a nuestros compañeros a sabiendas de que estamos poco capacitados para ello, pero que sin nuestra ayuda el barco bogará más lentamente.

Y sabemos que es un círculo vicioso. Cuanto más intentas ayudar al colectivo más miembros del mismo se sienten desprendidos de esa obligación con la tranquilidad de saber que el barco no se hunde porque hay grumetes o timoneles que se encargarán de evitarlo. La comodidad. Y cuesta comprender que si no remamos todos, el barco acabará varando. Y lo peor es que es muy fácil acostumbrarse a que sean otros los que asuman responsabilidades. ¿Os suena conocido? Da igual que sea un club de ajedrez, una gabinete ministerial o una pandilla de colegas. Siempre es lo mismo, ¿verdad?

Me reconozco un parásito del club “los Xuferos” porque sin ellos “El hechizo de Caissa” nunca hubiera visto la luz. Así que la capitanía (y la pretendida "dirección técnica" que el presidente intentaba arrogarme medio en broma, medio en serio) es un precio irrisorio en comparación con todo el calor que la manada me proporcionó. El precio.

Esto sí aparecerá en el hechizo. ¿Qué estamos dispuestos a pagar por alcanzar nuestros anhelos?

2 comentarios:

  1. Hola Fer:
    por fin he tenido tiempo de reelerme todo tu blog...me siguen emocionando tus cronicas y comentarios tanto aqui como en nuestro club de ajedrez. No se si podre resistir hasta que se publique, empiezo a dudarlo.Algun dia - puede ser Barcelona, esta vez de verdadero turismo y con la excusa de la visita al gato negro creo que la realizaré antes de lo que pensaba(dos meses maximo).
    Gracias por todo, me alegras los oidos o la vista cada vez que hablo contigo o leo tus escritos. Un abrazo...nos vemos esta tarde en el club.PACO DESTRUELS.
    PD: gracias a tu hermana y a ti por el asunto de BACO...

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  2. Hola Fernando.

    Son fantásticos los relatos que nos cuentas. Ya te he dicho en persona lo que me gustan, pero me faltaba hacerlo desde aquí, tu blog.

    Y lo hago también empujado por el deseo de señalar una frase que hoy dices y me ha cautivado:

    "formar parte de algo nos obliga a arrimar el hombro en aquello para lo que estamos capacitados"

    Un saludo. Antonio Domingo.

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