jueves, 1 de abril de 2010

ENSEÑANDO AJEDREZ: EL VICIO DEL ANÁLISIS

"La mayoría de los educadores continuaría dando clases sobre navegación mientras el barco se estuviera hundiendo." James H. Boren.

Uno de los primeros aprendizajes ajedrecísticos es la recomendación-necesidad-hábito del análisis postmortem. Es decir el análisis de las variantes jugadas en la partida, al finalizar ésta, y las que no se jugaron pero pudieron darse en el tablero. Prácticamente en la totalidad de los textos didácticos encontramos autores y Grandes Maestros que nos animan a analizar nuestras partidas, incluso existe todo un subgénero dentro de la literatura ajedrecística que son los textos de partidas analizadas. Y también nos dicen que el análisis nos ayudará a mejorar nuestro juego, que es necesario para progresar que.... Cierto, no seré yo quien lo niegue.

Pero una práctica tan pedagógica e instructiva puede convertirse en un vicio insano, y es muy delgada la línea que separa el análisis sereno y objetivo y la comilona desmesurada para engrosar el ego.

Seamos sinceros, ajedrecistas del mundo. ¿Cuántas veces nuestro análisis no buscaba encontrar una (¡y sólo una!) variante capaz de justificar ese sacrificio erróneo, esa jugada “ingeniosa” y malísima, esa dejada de pieza “con contrajuego”… Ya lo he dicho muchas veces, pero insisto. El ego del ajedrecista es tremendamente sensible. Y estamos dispuestos a mentirnos para salvaguardarlo. Pasamos de puntillas por las variantes que demuestran nuestras debilidades, corremos a repasar aquellas que nos son favorables y tenemos la desvergüenza de convertir un análisis pausado en “otra” partida, todo para demostrar lo buenos que somos. Y en un alarde de incoherencia ¡hasta nos atrevemos a analizar incluso los blitz de cinco minutos! ¿Como vamos a analizar variantes que NUNCA se consideraron (por falta de tiempo) en la partida? Absurdo. Pero claro, ahí el objetivo deja de ser pedagógico y ya se trata de mimar a nuestro ego. Y reconocerlo  es una cualidad propia del buen ajedrecista.

Además hay un valor añadido a ese análisis tan poco objetivo: cuando te sirve para lucirte ante un jugador inferior o un principiante. Entonces se nos llena la boca de expresiones de argot, que si columnas abiertas, que si entregas de calidades que compensan la posición, que si “holes”, cuñas y puestos avanzados, que si diagonales mortales, que si… Y hablamos un lenguaje, un registro específico que nos hace sentir pertenecientes a una casta, a un selecto círculo de elegidos como si poseyésemos la piedra filosofal o el mapa de El Dorado.

Y muchas veces esa verborrea con la que hacemos gala de nuestra sapiencia ante los principiantes no hace sino revelar una inseguridad apabullante. Porque el auténtico ajedrez no sólo es ciego. También es mudo. Las palabras nunca podrán esconder la verdad que el tablero revela.

Mea culpa. En ocasiones yo fui un analista muy poco objetivo, porque me molaba demostrar a mis interlocutores todo lo que sabía. Y he conocido muchos así. ¿Quién no? ¿Quién no se ha dejado vencer alguna vez por esa sensación de superioridad que se siente cuando tu análisis es la última palabra?

Pero también en ocasiones tu análisis ante un principiante le ha descubierto cosas, detalles, normas, principios, axiomas ajedrecísticos que le han enseñado. Y entonces descubres el placer de enseñar. Sobre esto profundizaré más adelante, y adelantaré que es un tema esencial en la trama de El Hechizo. La enseñanza del ajedrez. El placer de enseñar.

2 comentarios:

  1. La enseñanza, no te abandona nunca. A esto yo le llamo pasión por la profesión. Y me recuerda una conversación reciente sobre la posible vida de un afortunado de la lotería

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  2. Me sorprenden tus escritos, aunque sean sobre ajedrez y su mundo. Enganchan, son interesantes, son profundos, son pedagógicos, educativos, pero un consejo...abre tu mente hacia otros aspectos de la vida. Con tu visión, creo que los puedes bordar como hacer ahora en el mundo del ajedrez. un abrazo.suerte.

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